Nicolás Albeiro Echeverry

Por: Nicolás Albeiro Echeverry Alvarán

Ausencia total de conciencia es lo que deja ver la acción guerrillera de las FARC que dejó como resultado el derrame de 200 mil galones de petróleo en zona rural de Puerto Asís, Putumayo. Falta de conciencia total al desconocer el impacto nocivo de 200 mil galones de crudo contaminando las fuentes hídricas de este rincón del País. O tal vez, un desprecio completo por la vida, obligando a los 19 conductores de los vehículos transportadores de petróleo a derramarlo sobre la vía y las quebradas, con la convicción del daño ambiental que habría de producirse.

Con conciencia o en medio de la ignorancia, vuelve la violencia a desconocer o vulnerar adrede el derecho de los colombianos a un ambiente sano y a poner al Estado en dificultades para garantizar su desarrollo sostenible y su conservación, soslayando el bienestar presente de todos y el futuro de las generaciones venideras.

A la guerrilla nunca le han importado los daños colaterales. Nunca han sido su preocupación las vidas y la integridad física de las personas inmersas involuntariamente en el conflicto. La violencia -que en mayor tiempo viene acompañando a la guerrilla desde sus orígenes, mutando a formas siempre nocivas como las milicias, las autodefensas, el narcotráfico y las bandas criminales- ya ha producido más de siete millones de víctimas.

Son muchos años durante los cuales hemos padecido en Colombia atentados contra la infraestructura energética y petrolera, con daños colaterales como derramamiento de crudo en fuentes de agua o incendios forestales, con el dolor de la pérdida de vidas humanas, y el augurio de un futuro ambiental incierto.

Pero son pocos los momentos históricos como el actual, en los que se viene intentando convencer al País de que es posible llegar a la paz negociada y poner fin al conflicto de tantas décadas. A la guerrilla de hoy, la que está representada en La Habana, pareciera importarle un poco la tranquilidad y la felicidad de la población civil. Entonces, ¿por qué desacredita esa voluntad y la esperanza de los colombianos en el proceso de paz, con acciones criminales como las de Putumayo, Nariño y Santander?

20 atentados en los últimos días, 19 después de levantado el cese unilateral al fuego, no hablan bien de esa voluntad de paz. No le permiten al Gobierno ganarse la confianza de la población, a la que cada vez ofende más la guerrilla con esa doble máscara de paz y violencia, y a la que cada vez le queda más difícil creer que se puede llegar a un acuerdo que evite el derrame de los oleoductos y el desangre de los colombianos.

Quiero insistir en la conciencia de la guerrilla. En el doble filo que esa expresión implica: o sabe lo que hace y los daños que le produce a la humanidad, o no tiene conocimiento de los perjuicios reales que sus acciones militares ocasionan.

Entonces hay que hacerle conciente que con dolo o sin medir el alcance de sus acciones militares, está matando al País. Hay que recordarle que ya no es cierto que Colombia es un país tan rico, que a pesar de tanto desangrarlo con tanta violencia y tanta corrupción, sigue siendo rico en recursos. Ya no lo es: según el ambientalista Rodrigo Botero, citado en el artículo de la Revista Semana titulado “Pesadilla Ambiental”, publicado el año pasado, “no hay ningún otro país en el continente en que la disputa por los recursos naturales esté tan ligada a la guerra”. Y la razón no nos es ajena, porque a diario la vemos reflejada en los conflictos que nos muestra la prensa, atados, por ejemplo, a la minería ilegal, la cual destruye bosques y ríos, y es defendida a sangre y fuego por los grupos armados al margen de la ley que se financian de ella.

Colombia ya no es la potencia ambiental de que nos ufanábamos hace algunos años: la tierra, el agua y el aire se han venido cansando.

En la misma “Pesadilla Ambiental” de la Revista Semana se afirma que “hasta finales de los años noventa, el País era el cuarto país con mayor cantidad de agua dulce disponible por habitante del mundo. Pero el crecimiento de la población y la degradación de sus ecosistemas bajaron al país al puesto 24. La distribución del agua es muy desigual, por eso 21 millones de colombianos viven en zonas donde existen dificultades en el suministro, el 53 por ciento de la población no tiene acueducto y el 82 por ciento no tiene alcantarillado”.

Esta dolorosa realidad social y ambiental, ambiental y social, es la que me lleva a pensar nuevamente en la conciencia para dañar o para recapacitar de la guerrilla que tomó las armas para buscar la justicia social, y aún hoy -pese a las dudas y la desconfianza que su relación con el narcotráfico y la corrupción generan-, insiste en combatir por el pueblo y para el pueblo. Esa degradación de los ecosistemas es resultado, entre otras, de la incursión armada. Y la pobreza y la injusticia social, son parte activa de un círculo vicioso que se dinamiza con la violencia.

Si la guerrilla tomara conciencia del daño ambiental que produce con atentados como los recientemente divulgados, y reflexionara sobre el importante papel que puede realmente jugar en la recuperación del rol protagónico de Colombia en el contexto ambiental mundial, estaría dando muestras verdaderas de paz, y estaría contribuyendo ciertamente a la consolidación de la justicia social.

Mientras tanto, seguiremos siendo el primero… pero en emisión de mercurio en toda América. Seguiremos siendo el primer País de América y el segundo del planeta en padecer los flagelos de los conflictos ambientales. Así lo ha señalado el artículo de Semana en comento, refiriéndose al Atlas Global de Justicia Ambiental que habla de mil conflictos ambientales significativos, de los cuales la India sufre 102 y Colombia padece 72.

Y muy al contrario, ya no somos ejemplo mundial en conservación: de haber estado en los primeros lugares a finales de los noventa, pasó en 2010 al puesto 17, en 2012 al 27 y en 2014 al 85.

Pese al escepticismo que producen entre los colombianos estas tragedias ambientales, que durarán 10 ó más años para su recuperación, en las manos de sus autores está volver a ganarse la confianza. Para lograrlo, la guerrilla de las FARC tiene que ser conciente de lo que significan estos atentados a la vida del planeta. Debe reconocer con humildad que el daño es grande al ambiente y a la gente más vulnerable del País. Que es absolutamente contrario al propósito de paz anunciado.

Un proceso de paz no es corto, ni fácil. Ninguno lo ha sido. Pero puede ser menos difícil y menos largo y extenuante, tomando absoluta conciencia de lo que acciones como las comentadas en este escrito significan. Con voluntad, el acuerdo –en el que debe quedar expresamente pactado el respeto por el medio ambiente- estará más cercano, y habrá País para gozar y compartir con justicia social.