Wilson Gómez Arango, columnista

Por: Wilson Gómez Arango

Estimados padres y cuidadores, en mi columna de hoy quiero invitarlos a una reflexión profunda sobre un tema que, en mi trayectoria de décadas acompañando familias y observando la salud y el desarrollo de niños y jóvenes, se ha convertido en una preocupación central: el uso, o a menudo el abuso, de las pantallas tecnológicas ( Tabletas, televisores, videojuegos, celulares). Hablo desde la convicción que solo da la experiencia directa, esa que se forja no sólo en el estudio, sino en el contacto diario con las realidades de nuestros hogares.

Permítanme compartirles dos historias, reales y dolorosas, que me marcaron profundamente y que ilustran la magnitud de lo que estamos enfrentando.

Recuerdo como si fuera hoy, una tarde en la consulta. Una pequeña, de apenas tres años, lloraba inconsolablemente. Su angustia era evidente, su carita descompuesta por un aparente dolor. Con su manita extendida, me mostraba su dedo índice, repitiendo una y otra vez: «¡Mi dedito se dañó, mi dedito se dañó!». Su madre, desconcertada, al igual que yo, intentamos calmarla. La niña insistía en que su dedo no funcionaba, que estaba dañado. Tras unos minutos de preocupación y observación, evidenciamos que la pantalla de su tableta se había congelado. Su juego se había detenido, y en su pequeña mente, la herramienta para interactuar con ese mundo virtual (su dedo) era la culpable. Su frustración era tan inmensa, tan desproporcionada para la situación, que había derivado en una auténtica crisis de despersonalización y angustia física. El dedo no estaba dañado, pero su conexión con la realidad sí lo estaba.

Años después, la vida me enfrentó con una tragedia aún mayor. Un adolescente de doce años, sumergido en su mundo digital, sin poder despegarse de su celular y después de que la madre le insistiera en muchas oportunidades que lo “soltara” y que hiciera las tareas, decidió decomisar el celular. La respuesta del muchacho fue desmedida, un estallido de furia incontenible. En un instante de rabia que lo cegó y que nadie pudo prever, tomó una decisión fatal, lanzándose desde un balcón alto, perdiendo su vida. Dos historias, un denominador común: la incapacidad de manejar la frustración y la distorsión de la realidad cuando el mundo digital se impone sobre el real.

Estas no son anécdotas y mucho menos aisladas. Son síntomas alarmantes de un fenómeno global que se acelera con cada innovación tecnológica: la adicción a las pantallas. Lo que inicialmente se presentó como una herramienta de aprendizaje y entretenimiento, se ha convertido en una espada de doble filo, especialmente para las mentes en desarrollo de nuestros niños y adolescentes.

La evidencia científica es cada vez más contundente. Estudios recientes, respaldados por organizaciones como la Organización Mundial de la Salud (OMS) y UNICEF, señalan cómo el uso excesivo de pantallas afecta directamente el desarrollo cerebral infantil. La sobreestimulación constante del sistema de recompensa del cerebro (liberación de dopamina) puede llevar a una dependencia similar a la de otras adicciones, alterando la capacidad de autorregulación y la respuesta a estímulos del mundo real, observándose dificultades en el desarrollo del lenguaje, la atención, la memoria y las funciones ejecutivas (planificación, toma de decisiones). El cerebro, aún en formación, se adapta a la gratificación instantánea, lo que puede derivar en un déficit de atención, impulsividad y una marcada incapacidad para manejar la frustración. Nuestros niños se acostumbran a un mundo donde un clic resuelve todo, y la vida real, con sus desafíos y tiempos de espera, se vuelve insoportable.

El tiempo frente a la pantalla resta tiempo a la interacción social real, esencial para el desarrollo de la empatía, las habilidades comunicativas y la resolución de conflictos. Observamos una despersonalización, donde la interacción mediada por la pantalla reemplaza el contacto humano genuino, generando aislamiento y dificultando la formación de vínculos afectivos sólidos con padres y pares. La vida fuera de la pantalla pierde su atractivo, y las relaciones se vuelven superficiales.

Según datos recientes, en América Latina y el Caribe, el tiempo frente a pantallas en niños pequeños ha aumentado exponencialmente. Informes de UNICEF y la American Academy of Pediatrics (AAP) alertan sobre un incremento significativo de problemas de salud mental como la ansiedad, la depresión y los trastornos del sueño, directamente relacionados con el uso excesivo de dispositivos. En Colombia, aunque las cifras exactas son variables, los profesionales de la salud observamos un patrón creciente de niños y adolescentes que llegan a consulta con síntomas asociados a esta problemática.

Quiero hablarles de que las vacaciones son un momento crucial. Antes significaban libertad, juego al aire libre con los amigos y conexión familiar, hoy pueden convertirse en una oportunidad para que la pantalla monopolice el tiempo de nuestros hijos. Es aquí donde padres y cuidadores tenemos la responsabilidad de ser gestores activos del bienestar de nuestros niños.
Quiero no solamente hablar de la problemática, ni mucho menos satanizar el uso de las pantallas, también quiero proponer algunas alternativas de solución. Desde mi experiencia profesional, como padre y como gestor de programas para la infancia y la juventud, he aprendido que las soluciones deben ser integrales, didácticas y aplicables en todos los niveles: familiar, escolar y gubernamental.

  1. Desde la Familia: La prevención comienza en casa, con pautas claras y un ejemplo coherente.
  • Asignen momentos del día o espacios del hogar (como la mesa a la hora de comer, las habitaciones) donde las pantallas no están permitidas. La cena familiar es sagrada para la conversación.

Reglas de tiempo:

Menores de 2 años: Cero pantallas (excepto videollamadas con familiares).

De 2 a 5 años: Máximo 1 hora al día, siempre con acompañamiento y contenido educativo.
Mayores de 6 años: Establecer límites razonables (ej. 1.5 – 2 horas al día) y negociados, que no interfieran con el sueño, la actividad física o las responsabilidades escolares/familiares.

Ofrecer Alternativas Atractivas (Fáciles y Cómodas):

«Cajas de Aventura»: Preparen cajas con elementos sencillos: bloques de construcción, plastilina, lápices de colores y papel, libros de cuentos, rompecabezas.

Juegos de Mesa y Cartas: Son excelentes para el desarrollo de la lógica, la estrategia y la interacción familiar. Un simple juego de lotería, dominó o cartas puede generar horas de diversión.

Cocina Creativa: Involucren a los niños en la preparación de recetas sencillas. Amasar pan, decorar galletas o hacer una ensalada. Aprenderán habilidades prácticas y de nutrición.

Actividades al Aire Libre o al interior de la casa: Un paseo por el parque, una visita a la biblioteca, carrera de obstáculos, construir una «casita» con sábanas y cojines, acampar en el balcón, el patio de la casa o en el solar, jugar con la mascota, practicar algún deporte.

Lectura Compartida: Lean juntos. Es una de las actividades más enriquecedoras, que fomenta el lenguaje, la imaginación y el vínculo afectivo.

Proyectos de Vacaciones: Propongan un pequeño proyecto: sembrar una planta y cuidarla, armar un álbum de fotos familiar, aprender una canción con un instrumento sencillo, hacer títeres, pintar la habitación y decorarla, escribir una historia o un cuento.

  1. Desde la Escuela: Espacios de Formación para la Ciudadanía Digital y la Creatividad Desconectada
    El rol de la escuela es vital para complementar el esfuerzo familiar.

Currículos de Ciudadanía Digital: Incluir la enseñanza sobre el uso responsable de internet, el manejo de la privacidad y el pensamiento crítico frente a la información en línea. Países como Finlandia o Corea del Sur, reconocidos por su avance tecnológico, también lideran en educación digital responsable.

Fomento de Actividades Extracurriculares: Potenciar la oferta de deportes, artes, música, ciencia, liderazgo y clubes de lectura que ofrezcan alternativas atractivas al tiempo de pantalla.

Talleres para Padres y Maestros: Capacitar sobre el impacto de las pantallas y herramientas para gestionar su uso, fomentando la creación de entornos saludables.

  1. Desde el Gobierno: Estrategias de Salud Pública con Visión de Futuro
    Desde una perspectiva de gerencia pública y con el conocimiento de las finanzas públicas, es imperativo que el Estado asuma un rol protagónico.

  2. Campañas de Concientización Masivas: Liderar campañas nacionales de salud pública, utilizando medios masivos para educar a padres y cuidadores sobre los riesgos del uso excesivo de pantallas y ofrecer alternativas, tal como se hace con otras problemáticas de salud.
  3. • Regulación y Legislación: Evaluar y, si es necesario, legislar sobre la protección de datos infantiles, el contenido inapropiado y las características de diseño de aplicaciones que promueven la adicción. En países como Francia, se ha avanzado en la prohibición de celulares en escuelas primarias, podemos pensar edemas en limitar su uso en otros espacios.
  4. Inversión en Espacios Seguros y Recreativos: Destinar recursos de las finanzas públicas para la creación y mantenimiento de parques, ludotecas, bibliotecas y centros deportivos accesibles en todas las comunidades, tal como se promueve en los proyectos de infraestructura social.

Apoyo a la Investigación: Financiar estudios locales que monitoreen el impacto de las pantallas en la población infantil y juvenil colombiana para diseñar intervenciones más precisas y que puedan generar impacto.

Las historias que compartimos al inicio no son solo anécdotas, son llamados de atención. La angustia de un dedo «dañado» y la tragedia de un balcón son recordatorios vívidos de que estamos lidiando con un desafío que va más allá del simple entretenimiento. Es un asunto de salud mental, desarrollo cerebral, habilidades sociales y, en casos extremos, de vida o muerte.

Invito a cada padre, a cada cuidador, a cada educador y a cada líder social y político a asumir esta responsabilidad con la seriedad que merece. Las vacaciones de nuestros hijos, y su día a día, son una oportunidad de oro para reconectar con el mundo real, fortalecer sus lazos tanto familiares como sociales y de esta manera permitir que sus mentes se desarrollen de una manera sana y natural, sin la influencia negativa de una pantalla. El presente y futuro de nuestros niños, y por ende, el de nuestro país, depende en gran medida de nuestra capacidad para guiarlos en este complejo mundo digital. Desconectar para conectar, ese es el verdadero desafío.