Por: Edwin Alejandro Franco Santamaría
Con muy contadas excepciones, a lo largo de la historia los intelectuales, escritores, pintores, poetas, cantautores, humoristas y actores, en distintos momentos, han sido gestores de cambios, denunciantes de situaciones irracionales, defensores como nadie más lo ha hecho de todas las libertades inherentes al ser humano y han sido amigos de la verdad. Pero por esta especie de “activismo”, paralelo a su oficio, para algunos; afín al mismo, para otros, estas personas han sido objeto de destierros, persecuciones, años de cárcel, secuestros, torturas, separados de sus familias y han encontrado hasta la muerte en manos de quienes ven en ellos “sus enemigos naturales”. Recuerden la historia del escritor y biógrafo austríaco, Stefan Zwieg, que luego que Hitler se hizo con el poder en Alemania, le tocó exiliarse en Estados Unidos y luego en Brasil, donde murió suicidándose junto con quien era su compañera sentimental. Picasso, en la época franquista, tuvo que tener cuidado con sus desplazamientos a España desde Francia, que era donde se había radicado, por su declarada oposición a Franco. Neruda en Chile, fue perseguido por el régimen de Pinochet y era tratado de comunista y de traidor. Estos seres han protestado y han alertado a sus pueblos sobre los abusos y los desmanes y las violaciones y los descaros y las mentiras y quién sabe cuántas cosas más de quienes han detentado el poder, son quienes les han abierto las ojos a las sociedades sobre la necesidad y la conveniencia de que determinada persona o grupo de personas llegue o continúe en el poder y por esa razón, en muchos casos, han ayudado de distintas maneras para que en sus países haya verdadera democracia, gobernantes pulcros y sobre todo, respeto por las libertades de los seres humanos, que solo para recordar algunas están las de expresión, a profesar el credo o religión que se quiera, de locomoción, o sea de movilizarse o irse para donde se quiera y con quién se quiera, sexual, ejercer el oficio o profesión que se desee. Podría decirse que los intelectuales son una de las mejores expresiones de cualquier sociedad por las ideas que representan y difunden, por la claridad y las verdad de las mismas y porque son quienes difunden y promueven la educación y la cultura, tan necesarias para cualquier ser humano y para cualquier país, especialmente en Colombia, donde la cultura se convierte en el mejor refugio y en la mejor manera de comprender lo que sucede con nuestra realidad. Por eso es sorprendente e inexplicable que un intelectual y escritor como William Ospina, a quien tuve la fortuna de conocer personalmente hace unos años en una Feria Internacional del Libro de Bogotá (Filbo), y quien es desde hace años uno de los mejores escritores de Colombia y de América Latina, hace unas pocas semanas, pidiéndole que permita que haya elecciones libres en su país, le escribió una carta al presidente de Venezuela, que se publicó en la página virtual del periódico El Espectador, en la que en algunos de sus apartes su puede leer: “Hugo Chávez es el hombre más grande y el político más visionario que ha tenido América Latina en las últimas décadas. Su causa, la revolución bolivariana, ha demostrado ser con éxito en el mundo la primera transformación revolucionaria pacífica y democrática, aunque ha concitado en su contra todo el modelo neoliberal que hoy no sólo saquea a las sociedades, sino que tiene en peligro de colapso al planeta entero.
En 18 años, la revolución bolivariana tiene más logros que mostrar en favor de la gente humilde de Venezuela que cien años de gobiernos liberales. A la sombra de la revolución bolivariana ha cambiado el panorama político de América Latina y se ha dado un nuevo protagonismo de nuestro continente en la historia contemporánea. El primer paso ha sido audaz y hoy podemos decir con certeza que se ha cumplido.
Las conquistas de la revolución bolivariana son notables, aunque una campaña internacional haya hecho esfuerzos por borrarlas”.
Lo que ocurre en Venezuela desde que Chávez y su camarilla gobiernan es de público conocimiento, todo el mundo sabe lo que allí pasa, acá en Colombia, por un sinnúmero de razones, somos testigos excepcionales de lo que sucede con nuestros vecinos, que por miles llegan a diario a Colombia; cómo puede ser que un intelectual como William Ospina avale una dictadura, legitime sus métodos y lo que hace, que mate y pisotee las libertades que a todo ser humano le deben ser respetadas, que admire y elogie lo que el régimen ha hecho desde armar a la sociedad para que defienda la revolución hasta apresar y callar a la oposición, no convocar a elecciones, poner a su pueblo a aguantar y a morirse de hambre o porque no consigue la más sencilla medicina que en cualquier parte del mundo se consigue. Este señor no es un representante digno de los intelectuales, es más, para mí es un pseudointelectual, que por fortuna no ha contado con la solidaridad, por lo menos hecha pública, de muchos de sus pares. Era lo que faltaba con el pueblo venezolano, que quienes históricamente han defendido a las sociedades de las injusticias y de los tiranos, salieran a defenderlos. Que no haya solidaridad del gobierno colombiano es entendible, que hasta apenas hace unos días se dió cuenta que las cosas en Venezuela no andaban por buen camino, porque ha sido rehén de este país por causa del mal llamado proceso paz, tanto que hasta Maduro amenazó con revelar los secretos del proceso, pero de un intelectual, insólito e inaceptable.