Jorge Gómez

Por: Jorge Gómez Gallego

En un sorpresivo artículo, la sui géneris ex directora de la DIAN, Fanny Kertzman, recordada por la publicidad con unos perros doberman amenazando a los contribuyentes morosos y conocida por defender de forma radical posiciones neoliberales, expresó su rechazo a la venta de ISAGEN, por razones relativamente distintas a las que motivaron a la mayoría de los que salimos a las calles a exigir que no se vendiera tan importante patrimonio público.

La señora Kertzman se opuso a la venta por los antecedentes de corrupción de Brookfield, el fondo de inversión que terminó quedándose con ISAGEN, por lo menos por ahora, y porque los recursos obtenidos en la venta irán a parar a las arcas de poderosos señores del capital financiero como Luis Carlos Sarmiento Angulo.

Nosotros rechazamos la enajenación también por eso, pero principalmente porque significa la entrega de un valioso patrimonio público, herramienta para la regulación tarifaria y para la soberanía energética.

Pero hoy me quiero referir a la frase, bastante curiosa, que usó para resaltar la gran ola ciudadana de rechazo a la venta, en su columna del pasado 21 de enero para la revista Dinero. La señora Kertzman afirmó: «la venta de Isagen ha generado una ola de protestas tanto entre los mamertos como en los colombianos normales. Es la primera vez que se gesta una protesta colectiva de tal magnitud».

De la afirmación se concluye fácilmente que para la Kertzman, hay tres clases de colombianos, a saber: los normales, los mamertos y los que impusieron la venta de Isagen. En la categorización de la ex – directora de la DIAN yo desde luego estoy por fuera de la última, lo que me lleva indefectiblemente a dilucidar en cuál de las dos primeras me encuentro.

Tampoco hago parte de la segunda, pues el vocablo “mamerto” tiene origen en el apodo con que se calificaba al sector del Partido Comunista pro soviético encabezado  en los años 60’s por Gilberto Vieira y Filiberto Barrera. Incluso algunos atribuyen a Fidel Castro el origen del vocablo sin que haya prueba alguna de ello.

Queda descartada por lo tanto esa categoría porque  nunca he militado en ese partido, es decir, tampoco  encajo en esa fracción.

En el sentido que los  yuppies neoliberales, y me perdonan el pleonasmo, le han dado al vocablo “mamerto”, como sinónimo de quienes somos contrarios a la religión del dios mercado y a la globalización neoliberal o recolonización, podría caber yo, pero la analogía con el origen de la palabra y su significado es tan forzada, que no encaba.

Por eso he considerado incluirme en la franja que la columnista denomina de los colombianos normales que yo describiría como aquella en la que cabe el 95% de la población, compuesta por personas que aman su país, que son honrados  y buenos trabajadores, que aspiran a que todos podamos vivir de forma digna sin tener que depender de una limosna del Estado, que no haya pobreza, carestía, mala atención en salud y que desaparezcan las enormes desigualdades características de Colombia.

En esta franja hay muchísimos que teniendo ese sueño,  creen que es imposible lograrlo y que entonces lo que hay que hacer es que cada uno se defienda como pueda. Esos son mayoría, por ahora, saben que el país está descompuesto, pero creen que no tiene arreglo.

Pero también entre la franja de los colombianos normales es cada vez más grande el grupo de quienes sabemos que la Colombia soñada por esa mayoría se volverá realidad el día que aislemos y le ganemos el control del Estado a la minoría que nos mal gobierna; el día en que logremos implantar un gobierno con proyecto de nación soberana y próspera, sin la injerencia del grupúsculo que hoy lo controla y que tiene su corazón y su bolsillo del lado de las potencias extranjeras, las multinacionales y el capital financiero. Los que creemos que este país SI tiene arreglo con una convergencia tan variopinta como la que se logró en torno a la defensa de Isagen, solo que mucho más poderosa y multitudinaria para que pueda triunfar.

Ha sido tan importante esta movilización, que hasta la señora Kertzman se acercó a los colombianos normales, al punto de expresar que está incluida entre ellos y se distanció, en esta ocasión, de los vendepatrias.