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DISCURSO DE OPOSICIÓN DE LA SENADORA MARÍA FERNANDA CABAL

COMPATRIOTAS:

El Centro Democrático fue el único partido que se declaró oficialmente en oposición al gobierno de Gustavo Petro. Y más de 10 millones de colombianos se alinearon en oposición, cuando depositaron su voto en las urnas de la democracia.

Hoy, como oposición oficial y en representación de esa media Colombia, una realidad política que no puede ser desconocida, respondemos a su discurso de posesión, conciliador, emotivo y protocolario, pero lleno de claroscuros que solo se pueden interpretar en el marco de los pronunciamientos y anuncios de campaña.

Respondemos a lo que Gustavo Petro dijo en su discurso y también a lo que no dijo; y a lo que vimos, comenzando por un video en el que se insiste en el mensaje subliminal de igualar a los peores criminales de la patria con los soldados y policías de Colombia, nuestros héroes.

María Fernanda Cabal, senadora de la República de Colombia por el Centro Democrático.

Porque ¡SÍ HAY HÉROES EN COLOMBIA!, presidente Gustavo Petro y señor ministro de Defensa. Los héroes de la patria surgieron el 7 de agosto de 1819 en la Batalla de Boyacá, como una estirpe heroica que llega hasta nuestros días, el glorioso Ejército Nacional, el mejor de Latinoamérica, entrenado durante décadas en las selvas de Colombia, enfrentando a los criminales que este país desmemoriado repudió en febrero de 2008, en la mayor manifestación de nuestra historia, cuando Colombia le dijo ¡no más! a los mismos criminales que hoy se sientan en el Congreso y, desde allí, se atreven a tildar de delincuentes a nuestros héroes, los soldados y policías de la patria; y a llamarnos “señores de la guerra” a quienes jamás hemos cometido un crimen ni empuñado un arma.

¡SÍ HAY HÉROES EN COLOMBIA! A uno de ellos, hoy un anciano de 90 años, le tocó enfrentar, en 1985, el ataque aleve y sangriento de un grupo guerrillero M-19 a la sede máxima de la justicia colombiana; hoy, 37 años después, el general Arias Cabrales sigue en la cárcel por injusta decisión de la JEP, mientras un miembro del grupo guerrillero atacante llega a la Presidencia de la República por designio incomprensible de la democracia.

¡SÍ HAY HÉROES…, Y HEROÍNAS EN COLOMBIA! Los miles de hombres y mujeres de la Policía Nacional; colombianos del común amenazados por el solo hecho de vestir el uniforme; ciudadanos que salen de su anonimato cuando los conocemos en los noticieros con una cinta negra en su foto. Detrás del gatillero están los que pagan por matar, las mafias de todas las calañas, llámense disidencias, elenos o Clan del Golfo; pero también son responsables los que instigan a matar, los que han sembrado el odio contra la Policía Nacional como bandera política de la izquierda, desde los cargos públicos, desde el Congreso de la República y desde las redes sociales.

¿Qué se pretende con su traslado a otro ministerio?, ¿acaso disminuir su capacidad de enfrentar el crimen?, ¿acaso limitar su capacidad de inteligencia y cercenar sus funciones de policía judicial?, ¿acaso convertirla en un cuerpo civil desarmado, en una policía política, más ocupada en cazar opositores que en perseguir criminales?

La sociedad que no honre a sus héroes, dejará de tenerlos.

La seguridad interna, tanto en los campos como en las ciudades, tiene un factor común: el
narcotráfico, aunque muy poco se habló de narcotráfico en la campaña electoral ni en la
propuesta política que hoy gobierna al país, como no sea para descalificar la fumigación con glifosato como una de las estrategias para combatirlo, que desde el gobierno Santos hace sonreír y frotarse las manos a las mafias; y para dar pasos hacia el “Perdón social” de los narcotraficantes.

¿Quién asesina a los líderes sociales y ambientales en lo que ahora llaman “La Colombia
profunda”, ¿donde las mafias tienen sus guaridas, sus cultivos, sus laboratorios y sus rutas?; ¿Quién desplaza y confina a comunidades enteras por temor a la violencia desatada por el control territorial?; ¿Quién detenta el control social y político de la población, criminalizada por las mafias que convirtieron a los campesinos en esclavos de la coca?

¿Quién financió la amenaza narcoterrorista disfrazada de Paro Nacional, que paralizó la
economía y convirtió a las ciudades, en especial a Cali, en campos de batalla, con el apoyo de la izquierda que hoy gobierna? La respuesta es una sola: Las mafias de narcotráfico y sus agencias minoristas en las ciudades, las bandas de microtráfico.

Se engaña el recién posesionado Gustavo Petro si piensa que la solución a las drogas va a llegar gracias a la “concertación con las comunidades”, como se lo pidieron algunas de ellas en su bautizo espiritual. Se engaña el nuevo gobierno si piensa que se puede negociar con el crimen, porque a 153 dólares el gramo de cocaína en las calles de Estados Unidos, por el acogimiento de un capo nacerán dos nuevas cabezas, porque las mafias son como la hidra mitológica, a la que le nacían dos cabezas por cada una que se le cortara, para recibir la tajada de un negocio de 719 mil millones de dólares, negocio que mató a casi 108.000 consumidores estadounidenses en 2021; negocio que a diario mata colombianos: líderes sociales y ambientales, policías, soldados y ciudadanos desprevenidos en el caos de inseguridad de las ciudades; negocio que mató también la moralidad pública y el ejercicio de la política.

Si la seguridad interna ha vuelto a ser una preocupación para los colombianos, la amenaza a la seguridad en las fronteras y, con ello, a la soberanía nacional, no es tampoco un asunto menor.

El actual presidente, a diferencia de Santos, no va a conseguir un nuevo mejor amigo, sino que se reencontrará con sus viejos amigos de la izquierda latinoamericana.

Se ve venir un realinderamiento de las relaciones internacionales, que ojalá no sea en la línea del socialismo latinoamericano más radical, como Nicaragua y Venezuela, esta última hipotecada económicamente a China, militarmente a Rusia, políticamente a Cuba y con la asesoría cercana del terrorismo iraní.

Ahora mismo, mientras la izquierda llega al poder en Colombia y al gobierno demócrata de
Estados Unidos no se le ve muy preocupado, en Venezuela, los ejércitos de Rusia, China, Irán, Nicaragua y Cuba, juegan a la guerra con los militares del régimen de Maduro, que muestra orgulloso su inversión de cerca de 5.000 millones de dólares durante su dictadura, ya vitalicia, en misiles, tanques de guerra, aviones y armamento de última tecnología, mientras su pueblo mendiga en los semáforos de nuestras ciudades.

No es un asunto menor, repito, no solo por una eventual amenaza a la seguridad y la soberanía nacional, sino porque un replanteamiento de las relaciones internacionales en lo político se verá reflejado en las relaciones comerciales, lo cual, sumado a propuestas temerarias, como el desconocimiento de los Tratados de Libre Comercio que se pueden renegociar, la suspensión de la exploración petrolera, las amenazas disfrazadas a la legítima propiedad de la tierra y una reforma tributaria que afectará la inversión y el empleo, son una mezcla explosiva para una economía que, a pesar de enfrentar la inflación que golpea al mundo, hasta hoy muestra los mejores indicadores de recuperación pospandemia y de crecimiento en la región.

Hace diez años nos prometieron una paz estable y duradera, que nadie ha visto y nadie verá mientras haya narcotráfico en Colombia. Fue alto el precio que pagamos los colombianos por lo que realmente fue un Acuerdo de impunidad con un grupo narcoterrorista que atacó al país durante décadas.

Hoy nos hablan de una Paz Total, y el precio que se le pide a los colombianos es todavía mayor, porque se pretende negociar con todas las grandes mafias de narcotraficantes, incluidas disidencias, elenos y Marquetalias, porque nadie se va a creer el cuento que todavía hay guerrillas subversivas con ideales políticos, que no solo justifican el asesinato, el secuestro, la extorsión, el desplazamiento, el reclutamiento y abuso de menores…, y claro, el narcotráfico, sino que, además, las hace acreedoras a “justicias especiales”.

No. Las cosas como son. El gobierno busca negociar con mafiosos y corruptos, y punto.

Nos opondremos con determinación a que se sigan golpeando los cimientos del edificio de la justicia. Ya lo quemaron una vez, no permitiremos que pretendan derribarlo, porque si cae la justicia…, cae la democracia.

No será fácil el ejercicio de la oposición, porque, para desgracia de Colombia, el envilecimiento de la política acabó con su razón de ser: la representación del sentir de los ciudadanos. Los políticos ya no son la expresión de quienes les dan su voto y se identifican y hacen parte de los partidos; los políticos son la expresión de sus propios intereses.

Todo cambió para que nada cambie. Dicen que al desayuno se sabe cómo va a ser el almuerzo, y muy pronto conocimos el desayuno, con los duros enfrentamientos y las triquiñuelas entre los miembros de la coalición de gobierno para hacerse con la torta grande de la Contralorías. Estamos frente a una nueva marca de mermelada y nos corresponde, como oposición declarada de acuerdo con la ley, asumir en solitario la lucha contra la corrupción, paradójicamente frente a quienes enarbolaron esa bandera y hoy no encuentran cómo explicar su cambio de principios.

Hoy ha asumido el poder, por primera vez en Colombia, un presidente socialista, que va a
gobernar bajo los postulados y las consignas de la izquierda radical. No podemos llamarnos a engaños ni pensar con el deseo; el país enfrentará cambios profundos que chocan con los
principios y valores de quienes nos hemos declarado en oposición.

Como oposición defenderemos la libertad en todas sus formas. Y nuestras voces no serán
acalladas.

Como oposición defenderemos a la Fuerza Pública, donde los héroes exponen su seguridad
personal y sus vidas para garantizar las nuestras.

Como oposición rechazaremos aventuras de perdón social y acogimiento a criminales y
corruptos, que es un irrespeto a los millones de colombianos que acatan la ley sin condiciones.

Como oposición defenderemos la iniciativa privada, la libre empresa y la economía de mercado, así como el derecho a la legitima propiedad privada de todo bien, y de la tierra en primer lugar, base de un verdadero desarrollo rural integral, un desarrollo que acabe de una vez por todas con la ausencia del Estado, que ha permitido el surgimiento de ´las economías ilícitas y sus violencias.

Como oposición respaldaremos la protección de la naturaleza y de nuestra magnífica
biodiversidad, pero sin fanatismos innecesarios, buscando siempre el sano y posible equilibrio entre tan grande responsabilidad y las necesidades del desarrollo y del bienestar para 50 millones de colombianos.

Como oposición rechazamos el adoctrinamiento político en la educación, que pretende imponer un gremio que, como los políticos, también dejó de representar a los maestros de Colombia.

Si rechazamos el informe sesgado de la Comisión de la Verdad, construido como plataforma
política de Gustavo Petro, rechazaremos que sea convertido en cartilla escolar, porque defendemos la verdad sin dueño, la verdad de los que no han sido escuchados.

Como oposición dejamos sentado que mientras haya narcotráfico, no habrá paz en Colombia, ni estable, ni duradera, ni total.

Haremos oposición como debe hacerse, sin noticias falsas, sin insultos, con altura, con respeto por la democracia y sus instituciones, pero con la firmeza que demande la defensa de nuestros principios y de los derechos de los colombianos.

Dios nos acompaña en nuestras convicciones; como muy cerca sentimos el acompañamiento de millones de colombianos que las comparten. Seremos fieles a la representación que nos honra y nos compromete, de una ciudadanía que solo quiere un país donde vivir, un país del cual sentirse orgulloso, un país para quedarse, una patria para amar y para entregársela más grande y más digna a las generaciones venideras.

Es el compromiso del Centro Democrático con Colombia.

Senadora María Fernanda Cabal

DISCURSO DE OPOSICIÓN SENADORA PAOLA HOLGUÍN

Compatriotas, este es un momento de grandes retos, dentro y fuera de nuestras fronteras. No está completamente superada la pandemia, ni sus secuelas sociales, emocionales y económicas; el mundo asiste a enfrentamientos y nuevas amenazas de guerra, y tenemos alarmas por temas alimentarios, ambientales y de estabilidad del sistema económico.

Nosotros siempre hemos asumido una posición patriótica que mantendremos. Siempre hemos creído que la derrota electoral no puede llevar a la claudicación de los principios, y en Colombia, millones de ciudadanos esperan nuestro compromiso en defensa de la democracia, las libertades y la institucionalidad.

Estamos convencidos de la importancia de la democracia representativa con profunda participación popular; pero nos preocupan los llamados a modelos que lleven a la anarquía.

Seguridad

Creemos en la seguridad como derecho humano, bien público y valor democrático. La seguridad es indispensable para garantizar la libertad, el orden y el progreso de la Nación. Confiamos en nuestras Fuerzas Militares y de Policía, en su irrestricto apego a la Constitución, la ley y los Derechos Humanos. Tenemos una Fuerza Pública civilista, supeditada a los controles institucionales y sociales. Ellos nos pueden ser equiparados con estructuras crimínales ni pueden ser minados en su capacidad.

Paola Holguín, senadora de la República de Colombia por el Centro Democrático.

Recordemos lo que decía el Libertador “ …”la energía en la fuerza pública es la salvaguardia de la flaqueza individual, la amenaza que aterra al injusto, y la esperanza de la sociedad.
Considerad, que la corrupción de los pueblos nace de la indulgencia de los tribunales y de la impunidad de los delitos. Mirad, que sin fuerza no hay virtud; y sin virtud perece la República”.

Nosotros creemos en la seguridad y la justicia como un binomio inseparable. y en la paz como un derecho consagrado en la Constitución; por eso no podemos permitir el macartismo que pretende dividirnos entre amigos de la paz y amigos de la guerra. Los casi 50 millones de colombianos anhelamos la paz, pero esta no es posible si no hay justicia y si no se respetan los derechos de las víctimas a la verdad, la justicia, la reparación y la no repetición.

Colombia tiene que terminar con la puerta giratoria de procesos de desmovilización y desarme, donde es el Estado el que se somete y claudica ante los criminales, que no pagan por sus fechorías, revictimizan a los ciudadanos y terminan nuevamente delinquiendo. La impunidad siempre termina dando mal ejemplo y generando nuevas violencias.

Se requiere un Estado capaz de garantizar el balance entre paz y justicia.

Y para lograr esa paz, un tema fundamental es la derrota del narcotráfico, que es la fuente de financiación más importante de las estructuras criminales. Nosotros siempre hemos defendido el tratamiento al consumidor como un problema de salud pública y una política integral que permita el control de toda la cadena. Además, se debe tener claro que cualquier política contra el narcotráfico al igual que contra cualquier crimen transnacional, requiere el compromiso y la cooperación de todos los países involucrados en toda la cadena y los delitos conexos.

Política social

Hemos buscado siempre una política social robusta que permita superar la pobreza y construir equidad, para ello la apuesta por una educación permanente, pertinente, de calidad y universal; que se conecte con las necesidades de productividad, competitividad y visión de futuro del país.

Creemos que la educación es el vehículo para superar la pobreza, pero que no puede separarse del emprendimiento y la protección a la generación de riqueza. Aquí la sociedad, los padres y especialmente los Maestros, han tenido y tienen una gran tarea; la formación integral y la generación de pasión por el conocimiento, lejos de secretismos y adoctrinamientos.

Sabemos que falta mucho, pero hemos avanzado con el esfuerzo de todos en salud, cobertura de servicios y vivienda; este no es momento de destruir, sino de corregir y avanzar sobre lo construido. Es más fácil progresar como nación, con unidad en medio de las diferencias que con odio de clases y construcción de guetos. Todos somos colombianos.

Economía

En el mundo, el único modelo que ha generado riqueza es el de libertad de mercado, hoy más que nunca se tiene que hacer un esfuerzo para que la apuesta sea un gana gana, un modelo de capitalismo consciente, que defienda la propiedad privada y los derechos de todos.

La única fuente de riqueza de los países son las empresas, los emprendimientos, y estos
requieren seguridad física y jurídica. Claridad en las reglas de juego. Una tasa impositiva justa. Y estímulo a la productividad.

Los trabajadores colombianos de la mano de nuestros empresarios han sido la gran fuente de desarrollo. Ellos saben que no existen unos sin los otros. Y que todos tenemos que apostar por una economía sostenible y sustentable, responsable con el medio ambiente y la sociedad. Sin radicalismos ambientales ni irresponsabilidad con el planeta. Tenemos que lograr el equilibrio entre la producción y el medio ambiente. Entre la transición y la sostenibilidad energética.

Austeridad

Necesitamos un estado austero, donde los recursos públicos sean invertidos de manera inteligente, con eficacia y eficiencia. Sin desgreño administrativo, exceso de burocracia, ni
duplicidad de funciones.

Un estado descentralizado, que piense el desarrollo desde las regiones.

Y un estado transparente.

Oposición

A los colombianos les reiteramos que sabemos que hoy hay dos visiones diametralmente
opuestas de país, que obligan a una oposición democrática, inteligente, sin radicalismo ideológicos ni claudicaciones de principios; sin debilidad frente a la posverdad ni renuncia a la búsqueda permanente de la verdad verdadera; sin populismo, pero en constante diálogo
popular.

Hacemos un llamado para construir unidad en torno a lo fundamental, como la democracia que sigue siendo el mejor modelo de Gobierno; la defensa de las libertades, que incluye la libertad de empresa y el derecho a la propiedad privada; el fortalecimiento de la institucionalidad que representa la garantía de estabilidad.

Finalmente, la lucha contra la corrupción tiene que ser un compromiso nacional, al igual que la recuperación de la ética y la moral en la política. Sin ello será imposible que avancemos.

Senadora Paola Holguín

DISCURSO DE OPOSICIÓN DE LA SENADORA PALOMA VALENCIA

Presidente Gustavo Petro y Vicepresidente Francia Márquez les deseo éxito. Hoy millones colombianos es un día feliz. Esta elección les llena de esperanza. Se sienten finalmente representados. Por ellos me alegro; y por ellos de corazón espero que satisfagan sus anhelos.

Para nosotros lo más importante es Colombia y sus ciudadanos.

Desde la oposición también se construye o se destruye. No queremos ser una oposición, como la que sufrimos, apostándole al fracaso del gobierno para hacerse viable. Queremos ser serios, propositivos, respetuosos con las personas, pero firmes y francos con los argumentos. Hemos construido y seguiremos aportando. El Centro Democrático se constituye como la oposición democrática.

Paloma Valencia, senadora de la República de Colombia por el Centro Democrático.

Somos muy pocos en el Congreso, pero sabemos que son millones los colombianos que esperan de nosotros capacidad y efectividad. Y ese es nuestro compromiso. Seremos vigilantes para denunciar la corrupción, esa que, con impostura de superioridad moral, ustedes les endilgaron a sus adversarios, es la misma que comparten ustedes y sus aliados políticos. La corrupción no tiene partido ni ideología, no hemos sido complacientes con la corrupción y no lo seremos.

Hoy también millones de colombianos nos sentimos con incertidumbre y miedo. Presidente
Petro usted es hoy Presidente de Colombia. Usted decidirá si sigue el camino de ignorar a media Colombia. Su capacidad de escuchar y conciliar, de e comprender e incluir determinará este nuevo rumbo. Tenemos reparos sobre muchos temas, por eso, quiero hacer algunas reflexiones en torno a nuestra Colombia, el país de todos.

Se ha prometido el cambio. El cambio. Y claro que Colombia requiere profundas
transformaciones, pero también es cierto que el camino de nuestra dolida nación ha sido
conducido -en general- de manera acertada. El gobierno entrante trae el impulso de una
juventud impetuosa y deseosa de ver esos cambios, ansiosa de que se superen los males que atormentan a muchos colombianos: la pobreza, la inequidad, la falta de oportunidades, la violencia… En esos propósitos coincidimos, pero diferimos en cómo conseguirlos.

Quienes han venido criticando todo lo que este país ha logrado, ahora toman las riendas para conducirnos. Las redes han dado la impresión de que basta una opinión para creer que se tienen soluciones; basta una protesta para sentir que se ha actuado, bastan las intenciones para lograr las cosas. El primer reto que enfrentará el electo gobierno es descubrir que es mucho más fácil criticar y prometer.

Construir es lento y difícil.

Esa idea del cambio feroz y ágil es seductora; pero la historia del mundo, y no sólo de Colombia, muestra que los cambios, los grandes cambios, se hacen con la delicadeza del ajuste sobre lo que ya tenemos y hemos construido.

En palabras del Presidente López Pumarejo: “la mejor revolución es el ajuste permanente de las pequeñas cosas”

Un país solo avanza si es capaz de reconocer lo que ha construido. Los gobiernos que optan por acabar lo que existía antes de su llegada, terminan no solo incumpliendo sus promesas de mejoras, sino debiendo incluso aquello que despreciaron.

Pensará alguno que me escucha que queremos defender el estatus quo, y es todo lo contrario. No se gobierna un país sin historia, sin reconocer esfuerzos colectivos previos, sin darle credibilidad a muchos que antes han tratado de hacer lo correcto, si no se confía en que la Nación en su democracia ha tomado las decisiones posibles. No se gobierna bien un país cuando no se entiende que la adversidad política es solo sobre las ideas, y no debe trascender a las personas y sus obras.

El primer y más urgente esfuerzo de Colombia tiene que ser para superar la pobreza. No es
aceptable en un país de ingreso medio tener pobreza extrema. La preocupación por la pobreza nos une, nos duele. La sociedad debe estar cohesionada; nadie puede estar olvidado. Por eso, son fundamentales los subsidios que impidan que algún colombiano pase hambre.

Pero, los subsidios que no están acompañados de políticas económicas son un engaño. La única forma real y estable de superar la pobreza es el crecimiento económico, y el compromiso del Estado de fomentar una economía fraterna: Que no enfrente el trabajador con el empleador, sino que los entienda como el dúo capaz de generar la trasformación social y crecimiento para todos.

Por eso, pedimos que sean precavidos con la reforma tributaria. Esos subsidios deben apuntar a ser temporales mientras logramos la inclusión en la economía de todos los ciudadanos, y guardar estricto apego a las realidades fiscales de nuestro país. Excesivos impuestos alejan las empresas. Pierde nuestro país dos veces: dejan de tributar lo que hoy tributan y dejan de generar empleo.

Cuidar el sistema productivo debe ser una misión de todos los gobiernos que pretenden superar la pobreza. Entender el delicado equilibrio entre impuestos y productividad, y reconocer el peso del sinnúmero de trámites ahogan a los emprendedores y a los empresarios, démosles oxigeno para que ellos de la mano de sus trabajadores, nos lleven a la economía inclusiva que todos queremos.

Se ha asentado en el discurso nacional la idea de que la inequidad en Colombia
está ligada a la distribución de la tierra. El agro en un buen año puede significar el 7% del PIB. Es un renglón importante, pero está lejos de ser el más significativo. Los problemas del agro están más relacionados con la falta de productividad: Los créditos son costosos y no llegan. La maquinaria agrícola es cara y escasa. Sacamos materias primas cuyo valor en los mercados es bajo y volátil. La transformación de los productos del campo debería ser nuestra meta.

En contraste, imponer impuestos que obligan a un propietario a vender al Estado el cual le
pagará deduciendo lo que le debe de impuestos es una expropiación. No se trata defender a quienes hoy tienen tierra, solamente; sino que se refiere a las condiciones de confianza
necesarias para que la gente invierta y produzca. La agencia de tierras tiene ya identificadas 2millones de hectáreas disponibles, de las cuales ha legalizado 700 mil. En sus cálculos se estiman otros 2 millones de hectáreas más, baldías en manos de campesinos suficientes para adjudicar; sin amenazar a la propiedad.

El campo colombiano está lleno de oportunidades, en vez de transformarlo en un campo de
batalla entre propietarios y poseedores o campesinos sin tierra; se puede hacer una alianza que traiga más progreso en medio de la confianza que podemos construir.

La verdadera trampa de inequidad en Colombia es la educación. Tenemos una educación
segregada: Quienes tienen recursos pueden tener la mejor educación posible y quiénes no,
están sometidos a la educación estatal que enfrenta un promedio inferior en los exámenes y tiende a agravarse con el paso del tiempo. Unos y otros niños se educan en patios diferentes, sin contacto entre ellos. La educación pública por décadas en manos de sus copartidarios de izquierda debe dar resultados. Las concesiones laborales parecen primar sobre el derecho a la educación.

Estoy convencida de que la educación debe ser pública en su acceso; la educación estatal debe competir con la privada pagada por el Estado, y todos los niños deben poder acceder a los mismos colegios.

Nuestros deben jóvenes descollar en nuevas tecnologías para estar listos para la revolución de la automatización. La educación permite la movilidad social, convierte a los niños en ciudadanos del mundo para que los límites dependen enteramente de si mismos. La educación da alas a quien tiene empeño, jalona a quien se esfuerza.

Todos entendemos la necesidad de frenar el calentamiento global, y los esfuerzos que debemos hacer. Sin embargo, detener el sector minero energético en nada contribuye a ese propósito.

Si Colombia no produce petróleo, simplemente importará derivados de otro país, para
mantener nuestra economía funcionando, seguiremos utilizando vehículos, maquinaria.
Nuestras emisiones serán las mismas. Acabar la exploración y explotación solamente acaba
nuestra seguridad energética. Dependeremos de que algún país nos venda lo que seguiremos necesitando.

Descarbonizar nuestra economía es un excelente propósito. Sin embargo, movernos a una
economía más compleja se consigue desarrollando los otros sectores con tal éxito que hagan innecesario o insignificante el petróleo, no prohibiéndolo.

Perder también la soberanía en gas sería un error. Suspender la posibilidad de extraer nuestro gas no es ayudarle al medio ambiente; volveremos a combustibles como la leña que conlleva tala, o gasolinas más contaminantes y peligrosas para los ciudadanos; y se retrasará la transición energética para la cual el gas es fundamental y que es la única vía para frenar el calentamiento global.

Debemos mirar la Amazonía y las selvas del pacifico y concentrarse en que con las comunidades que las habitan podamos resguardarlas, como se hizo con familias guardabosques.

Nuestro sistema de salud ha sido considerado por muchos estudios como uno de los mejores del mundo. Hacemos más de 330 millones de consultas al año, tenemos una cobertura casi total, y sin importar si se tienen ingresos o no, las enfermedades costosas son atendidas para todos los ciudadanos. No se trata de un sistema privado, sino de un sistema donde la interacción de lo público y lo privado funciona bien.

Las cosas que no marchan bien en nuestro sistema no pueden ser justificación para ponerlo en riesgo con reformas radicales. El sistema, todo el sistema, incluyendo las EPS debe ser
comprendido, valorado y protegido.

Llevamos varias décadas construyendo, se trata de hacer ajustes. Mejores cuentas, agilidad en pagos, mejores salarios, más especialistas, combatir la corrupción que roba, burocratiza, hay que aumentar la salud preventiva, no desmontando lo que existe, sino por ejemplo complementándolo con los recursos hoy en disposición de ARLs.

Los sueños de un nuevo seguro social estatal, son pesadillas para quienes lo vivieron.

Frente a los nuevos procesos de negociación que han planteado, ojalá este gobierno, Presidente Petro, acabe con esa idea estigmatizante de que hay colombianos o de que ha habido gobiernos que no han querido la paz. Partamos de lo real: todos los colombianos queremos la paz, excepto aquellos que con sus armas generan violencia.

Todos queremos la paz, pero estamos en desacuerdo sobre cuál es el camino para conseguirla.

Negociar con los violentos no es una fórmula de este gobierno. Todo lo contrario, ha sido una receta tradicional de muchos gobiernos en Colombia y no funciona.

Lo que hoy tenemos en Colombia es una costumbre: los grandes criminales tienen posibilidades de negociación con los gobiernos que les garantizan impunidad, y si son de izquierda, se les da representación política. El narcotráfico y las otras economías ilegales continúan: La delincuencia se reemplaza por otra que toma el control del negocio y que termina generando la misma violencia. Lo vivimos con las desmovilizaciones de los años ochenta y noventa, lo vivimos nuevamente en los acuerdos de La Habana.

Sólo las sanciones dan el mensaje de que el crimen no es un camino aceptable. La justicia
además facilita el perdón. La impunidad y el premio a la criminalidad la fomentan. La ruta justicia podría conquistar la anhelada paz.

Frente al narcotráfico el país no admite más indecisión ni paños de agua tibia. Hay dos caminos: Un camino de la legalización y la regularización de la cocaína, pero este no depende solo de nosotros. No parece viable ni que EE. UU ni que la UE legalicen la cocaína, por lo menos no en el corto plazo, y mientras ese sea el caso, debemos combatirlo frontalmente.

Vale la pena, eso sí, presentar ante los países consumidores cuentas claras sobre la sangre
derramada y el costo financiero; y exigirles que enfrenten el consumo en sus territorios.

Finalmente, la diferencia más honda, la más sensible con el nuevo gobierno es nuestra
comprensión de lo que ha vivido Colombia. Pretenden imponer una verdad sobre el llamado
conflicto armado donde según la Comisión de la Verdad, la violencia en Colombia tiene tres
responsables: el paramilitarismo, la guerrilla y el Estado.

En la Colombia que a mí me tocó vivir, con mis ojos pude ver como el narcotráfico lleno de
recursos alentó las violencias de paramilitares, guerrilleros y delincuentes comunes. Con esos recursos gigantescos amenazaron nuestras instituciones. Y fue el valor y el amor por Colombia de las Fuerzas Armadas con lo que logramos disuadirlos de su propósito de conquistar el poder por la violencia. La seguridad es un valor democrático sin el cual todos los demás derechos se desvanecen. La seguridad es un deber del Estado. El Estado está en la obligación de garantizar la seguridad de cada colombiano. Sin ella las violencias proliferan, y se deslegitima el Estado.

Los policías y soldados de nuestra Colombia han estado enmarcados por la ley y el respeto a la Constitución. Los crímenes atroces cometidos por algunos miembros de nuestras Fuerzas merecen todo el reproche y el señalamiento; además de la judicialización ejemplar de los responsables. Pretender que esos hechos, aislados al proceder general de nuestras Fuerzas, manchen su victoria sobre la ilegalidad no es solo injusto con el sacrificio y los miles de vidas inmoladas de nuestras fuerzas, sino también con la verdad.

No puedo entender tanta generosidad con la criminalidad del narcotráfico, de la corrupción, de la delincuencia; y esa cuenta de cobro costosa e infundada a las Fuerzas Armadas.

Las Fuerzas Armadas de Colombia, son de Colombia, de todos y cada uno de los ciudadanos. Son hombres y mujeres con padres e hijos que todos los días se esfuerzan por enfrentar una violencia torva y ciega que pretende acabarlo todo.

Esta no es la primera vez que usted gobierna presidente Petro, usted fue alcalde de Bogotá. Tampoco es la primera vez que gobierna la izquierda; Colombia ha tenido muchos gobernantes de izquierda; esta es la primera vez que alguien perteneciente a una guerrilla de izquierda ocupa el poder como presidente. Esta debe la prueba irrefutable de que nuestras instituciones y nuestras fuerzas armadas han cumplido -con todas sus imperfecciones- en mantener a Colombia libre, pluralista y democrática.

Presidente Petro, esta democracia, esa que usted un día desafió, nuestra democracia, es la que hoy le permite a usted ser presidente de Colombia. Su compromiso debe ser defenderla del lado de nuestras instituciones y nuestras fuerzas; y seguir conservándola para que otros después de usted puedan ser elegidos por la sola voluntad del pueblo.

Este barco amplio y diverso, este barco donde vamos los de izquierda, derecha, centro; este barco en
el que vamos todos ha surcado océanos de dificultades que no cesarán. El timón bajo su mano nos
conducirá, ojalá lo haga reconociendo las victorias de una institucionalidad que usted hoy encarna,
comprometido con la democracia que lo eligió, pero sobre todo esperamos que su mirada esté puesta
en el horizonte donde a lo lejos el sol brilla sin sobras, sin trampas, sin fanatismo; mire como el sol brilla
y alumbra el destino de todos, todos los colombianos.
Senadora Paloma Valenci