Por: Margarita María Restrepo
La tragedia humanitaria de miles de compatriotas en la frontera y que desde mi perspectiva ha sido atendida con desidia por el Gobierno Nacional, merece una acción contundente por parte del Estado colombiano.
Esta semana hemos visto cómo miles de ciudadanos han sido objeto de las más ignominiosas vejaciones por parte de la altanera fuerza pública al servicio de la dictadura venezolana. Parte el alma el testimonio de aquellas madres que han sido separadas forzosamente de sus hijos, a quienes la guardia nacional les impide salir de Venezuela. Esas imágenes nos retroceden en el tiempo y nos recrean la realidad que en su momento debieron padecer las madres judías a las que los nazis les arrancaron sus hijos.
Casas marcadas para posteriormente ser demolidas con sus muebles y enseres en el interior son cosa de todos los días. Las víctimas de semejante arbitrariedad son colombianos humildes cuyo único patrimonio es su honradez y voluntad de trabajo para salir adelante y garantizarse un mejor vivir.
Para el criminal gobernante del oprimido pueblo venezolano, Nicolás Maduro, esas gentes son unos delincuentes. Su odio visceral a Colombia, lo induce a considerar miserablemente que todos nosotros somos violadores de la ley. También es cierto que en las hordas chavistas el discurso anticolombianista resulta como miel para sus oídos, lo cual favorece a un Maduro desprestigiado que a toda costa necesita ganar las elecciones de este año.
Lo que colma nuestra capacidad de indignación son las palabras que sobre esta tragedia ha pronunciado el cuestionado Ernesto Samper, quien pasó de venderle la dignidad de la República al cartel de Cali a ocupar la silla de secretario general de Unasur. Es inadmisible que este sujeto, defendiendo quién sabe qué intereses innobles, sea tan atrevido y vil de suscribir los señalamientos temerarios que contra nuestros conciudadanos ha emitido Nicolás Maduro.
Santos y su canciller Holguín resucitaron política y socialmente a un Samper que estaba condenado al ostracismo y al escarnio público por los múltiples cuestionamientos. Ellos hicieron lo que estuvo a su alcance para convertirlo en lo que hoy es: un esbirro del castro-chavismo.
Nuestros connacionales requieren de un apoyo decidido. No aceptamos que sean humillados, maltratados y utilizados de la manera como lo viene haciendo la dictadura venezolana. Por eso, cuesta entender la actitud timorata y cómplice de los más rutilantes líderes de la izquierda quienes contradictoriamente se definen como defensores de los derechos humanos. Por miedo o complacencia han evitado emitir condenas contra Maduro. Que no olviden que los deportados, al igual que ellos, también son colombianos.
La cobardía del gobierno Santos no solucionará la crisis. Al contrario, será utilizada por Maduro para seguir atentando contra nuestros compatriotas. Santos dice que su actitud es diplomática, como si nosotros no supiéramos que la diplomacia también significa contundencia cuando de defender los intereses de la nación se trata.