Diego Calle

Por: Diego Calle Pérez

Desde México hasta Argentina, surcando los países bolivarianos el tema de la cultura es tan complejo como el propio surgir de sus grandes imperios que destruyeron los conquistadores. Hernán Cortes quien llegando a las tierras de los Aztecas, veía con preocupación cómo en una pirámide sacrificaban doncellas sacando el corazón de sus pechos para adorar al sol. Pizarro con sus delegados fueron los primeros en secuestrar un emperador Inca y pedir rescate a cambio de una habitación repleta de oro. Los sacerdotes jesuitas en sus misiones enseñaron a tocar violín, a cambiar quenas y sikuris por flautas que traían del antiguo Continente.

La cultura de América se sustituyo por todo lo que traían en los grandes guacales por el mar continental. Llegaron nuevas músicas, llego la santa cruz, y las nuevas maneras de concebir la doctrina de la Iglesia de Roma. La cultura no es solo música, folkloristas, artistas de la plástica y gestores de manifestaciones como el teatro, la danza y la poesía que se versa en estrofas y cantatas.

La cultura es una extensión de todas esas manifestaciones que el ser racional en su aprender es capaz de transmitir de generación en generación. La cultura es la capacidad que se tiene para prolongar en la existencia una costumbre, una tradición como un postre, un sancocho, una receta o una composición musical. Colombia ha tenido a grandes folkloristas que han perdurado en sus investigaciones y composiciones, pero pocos multiplicadores de sus esfuerzos creadores. El pírrico apoyo a los festivales musicales es un reflejo de nuestra decadencia en la cultura musical.

Las obras del escultor Rodrigo Arenas Betancourt se han convertido en un icono de la historia por su buena relación política con los mandatarios de su época, pero no por su presencia cultural en la sociedad. Hipótesis que puede causar cierta roncha entre los que gustan de ver sus obras en los parques de ciertas ciudades.

El juego de la coca o el balero, el del trompo o el de cometas son muestras de que solo sirven para estar un rato en las fiestas tradicionales de pueblos, siguiendo en la programación el concierto de la papayera, la música del despecho y la tropical con el vallenato que no ha de faltar. Festivales musicales entre instituciones educativas son un oasis en no sé qué subregión del extenso panorama educativo. Un encuentro de poesía o narrativa entre estudiantes de bachillerato no se gestiona por que el rector debe invertir en los desplazamientos y en los refrigerios de los participantes. Muchos se esconden lo que giran para el disfrute de los estudiantes.

Y por último la PaZ, la que escribimos con Z mayúscula como una manera semiótica de llamar la atención para que las zonas de concentración se conviertan en laboratorios de socialización de esa Colombia que debe unificar criterios de formación y educación buscando con ello superar la frase célebre que se encuentra en algunos buses del servicio público de ciudades: “de su cultura depende los machetazos”.