Edwin Franco

 Por: Edwin Alejandro Franco Santamaría

Enrique Peñalosa fue elegido alcalde de Bogotá para el período 2016-2019 y lo fue por dos razones:   la principal, porque el mandato de su inmediato predecesor, Gustavo Petro, fue desastroso, y la otra, porque hace algunos años había sido alcalde, ayudó a transformar para bien la capital del país y merecía otra oportunidad.    Todo el que haya leído algo sobre el alcalde, debe llegar a la conclusión que un hombre exitoso como él, conferencista internacional sobre temas de urbanismo y medio ambiente, para decidir volver a ser alcalde de Bogotá, lo único que lo tiene que haber motivado es su amor por el servicio y ver, cómo luego de 12 años de administraciones de izquierda, esa gran ciudad, que junto con Antanas Mockus había ayudado a construir, iba para el despeñadero, no es sino recordar la última de Samuel Moreno.  Decidió entonces actuar y lanzarse, pero no esperaba encontrarse con una oposición tan descarnada, que todavía con influencia en algunos sectores oficiales capitalinos, le ha hecho la vida imposible, hasta el punto que tiene una impopularidad igual o superior a la de Santos y le ha tenido que hacer frente a una revocatoria, impulsada obviamente por el adolorido, inepto y cínico de Gustavo Petro, que por fortuna fue suspendida por el Consejo Nacional Electoral, lo que valió para que otro de su camarilla, Alirio Uribe, el representante a la cámara por el Polo Democrático, denunciara por prevaricato por acción a los magistrados que tomaron la decisión, persona ésta que hasta hace unos pocos años regentaba (todavía lo hace, dicen, desde afuera) un colectivo de abogados especializado en demandar al estado colombiano y cobrarle a los indemnizados sumas millonarias, así fuera con testigos falsos, como ocurrió hace unos años en caso en el que fuera condenada la nación.  Recién elegido Petro, en una entrevista radial, decía que a la clase política tradicional colombiana le costaba trabajo entender que él fuera alcalde Bogotá y que definitivamente esas eran las reglas de la democracia, que una de las más representativas de un Estado que se precie de tal, es la de la tolerancia.  Con esas palabras debe estar de acuerdo cualquiera, pero una vez en el poder, el que se mostró intolerante fue él.

Los gobiernos populistas, han demostrado históricamente ser sectarios, intolerantes, antidemocráticos, irrespetuosos de la legalidad y corruptos, calificativos que no resulta difícil adjudicarles si miramos algunas experiencias en nuestro continente, y muy especialmente, si observamos la filosofía que los inspira, que es la de hacer un cambio, pero esos cambios han sido peores que los males que pretenden solucionar.  El escritor francés Thierry Wolton, a propósito de la celebración del centenario de la Revolución Rusa, publicó una trilogía sobre la historia mundial del comunismo, investigación que tardó 10 años en realizarla.  En ella el intelectual señala que: “La corrupción nunca fue tan gran grande como en los regímenes comunistas……. No quiere decir que la corrupción no exista en democracia, pero puede ser de menos escala.”   Dice además, que uno de los lunares más notorios del comunismo fue el de que manipuló la esperanza humana, al hacerle creer a una gran masa, que era su oportunidad y que el gobierno del pueblo traería bienestar y felicidad, a lo que habría que agregarle que en el fondo se trataba de que todos, a excepción de los dirigentes, sacrificaran sus derechos y libertades, con las consabidas consecuencias:   miseria y ruina.

En nuestro país hay muchos personajes de la política que ven con simpatía lo que ocurre en Venezuela, así lo nieguen cuando se les indaga sobre el tema.  Los estatismos y los colectivismos están pasados de moda, si así no fuera, la mayoría de los países en el mundo no hubieran optado por la democracia, que aunque imperfecta, hasta hoy, sigue siendo el modelo que más se acomoda a las necesidades de una sociedad y la que más respeta sus derechos fundamentales.   Cualquier ciudadano y con mayor razón, potencial elector, debe tener claro esto para escoger opciones que más se avengan con el modelo que tenemos, para al menos, preservar lo que hay y no para retroceder, porque si nos descuidamos nos meten un susto y de pronto algo más que el susto.  La responsabilidad de una buena elección, ahora que se viene la de congreso y la de presidente, no es de poca monta, debemos estar a la altura del reto.