Creo que desde el golpe de Estado de 1953 dado por el general Rojas Pinilla, la República nunca había estado tan desinstitucionalizada como hoy. Es lamentable la precaria situación en la que se encuentra nuestro Estado de Derecho.
Parece que en este país quien tiene el poder puede hacer con él lo que le plazca. Cada cual maneja su feudo como considere mejor, no para la garantía de los intereses generales, sino para que prevalezcan los propios, los de cada feudo de poder.
A propósito, lo que está pasando con la elección del Fiscal General de la Nación es muestra viva de lo que aquí se plantea. De un lado, un jefe de Estado que pretende imponer en ese cargo a una persona que no conoce a profundidad la labor investigativa y acusatoria que le correspondería ejecutar pero que, en cambio, si sabe los intereses de quien debe proteger. De otro lado, una Corte Suprema que para evitar que intenciones no transparentes se concreten, osa desconocer su deber constitucional de elegir, estrictamente, de la terna que la presidencia remita. Vaya lío.
Y en medio de todo esto se encuentra nuestra frágil institucionalidad, pero sobre todo nuestra débil opinión pública. Qué podrán pensar los ciudadanos que observan a diario como el que tiene el poder está dispuesto a mantenerlo a costa, incluso, de la sujeción al Derecho.
Penoso mensaje el que mandan nuestras instituciones a los ciudadanos. Los llevan a deducir que los intereses generales sólo existen en la hoja de papel que llaman Constitución, pero, en la práctica, es el que puede quien hace prevalecer sus intereses.
Craso error el querer poner el poder al servicio de unos pocos, o de un solo hombre. Parece inevitable acudir a la reflexión planteada por Jonathan Swift, el autor de los viajes de Gulliver quien aludiendo al tema en cita señala: “Podemos observar en la república de los perros que todo el Estado disfruta de la paz más absoluta después de una comida abundante, y que surgen entre ellos contiendas civiles tan pronto como un hueso grande viene a caer en poder de algún perro principal, el cual lo reparte con unos pocos, estableciendo una oligarquía, o lo conserva para sí, estableciendo una tiranía”.
Si existe una horrible noche como la descrita por nuestro himno nacional, debe ser, seguro, la que estamos viviendo. Esperemos que pronto cese.