Carlos Mario Montoya

Por: Carlos Mario Montoya Serna

Durante los últimos años, con excepción de David Barguil, presidente del Directorio Nacional Conservador, a quien considero una esperanza de la política y de este partido, muy poco he visto de renovación y cambio en la política colombiana; aunque tengo que confesar que alcancé a sentir envidia y un poco de nostalgia cuando hace dos años, muchos de mis jefes y mejores socios políticos partieron del conservatismo a crear y conformar el Centro Democrático. Veía allí mucho de lo que siempre añoré de la política y los partidos: un jefe que tomara decisiones, sin la necesidad de esconderse tras sus lacayos razoneros, por que contaba con la suficiente autoridad para hacerlo, ya que él, el jefe, tiene más votos que cualquiera de sus subalternos. Creí que sería un partido donde todos sus integrantes tendrían mas oportunidades, sin la necesidad de pertenecer a casas o familias políticas tradicionales. Creí, por lo demás, que la autoridad incontrovertida de su jefe, investida de su temple, no sucumbiría ante la tentación de allegar votos obtenidos con métodos cuestionados. Y creí que las reglas de participación al interior de este movimiento serían claras y respetables, toda vez que supuestamente estaban contenidas en unos estatutos aparentemente serios.

Hoy solo lamento haberme equivocado, haber creído que la política antioqueña y colombiana podría tener una nueva esperanza, haber esperado que un movimiento eminentemente caudillista podría actuar con mas seriedad y altura, sin cometer los errores de los partidos tradicionales y no tradicionales que han estado en el escenario político. Sin embargo no hay tal: un partido con un jefe que le dio miedo ejercer la jefatura con oportunidad; un jefe que no quiso creer en su capacidad de obtener las mayorías, porque ¿quién cree que a diferencia de Uribe los otros tienen votos en el Centro Democrático?, bueno con excepción de Ramos. Un líder que no fue capaz de enfrentar otras propuestas y/o defender la suya. Un líder que irrespeta a quienes estimuló y promovió como candidatos para estar en el Concejo, la Asamblea y la gobernación; un jefe que ni siquiera es capaz de retirar el apoyo de frente, que se tiene que esconder en escuderos para destruir no la candidatura, si no la vida de alguien que se la jugó con y por él.