La voz inmensa de Mercedes, trasciende el folklore argentino, la anécdota, el melodrama y el malevaje, para alzarse en discurso que rechaza el dolor por la opresión y la guerra, se solidariza con los que sufren, busca la paz y un mejor destino para la humanidad. Heredera de grandes como Violeta y Atahualpa, contemporánea de Inti-Illimani, Quilapayún, Guaraní, Viglietti, Puebla, Cafrune, Cabral, Cortez, Nacha, Heredia, Silvio, Pablo y de héroes como Víctor Jara, maestra de voces como las de nuestros grupos Suramérica e Illary, dio identidad y un lugar universal a la voz de Latinoamérica, poniéndola en un punto del que es imposible un retorno.
Sin participar de círculos oficiales, sin hacer concesiones a los criterios comerciales de la cultura, sin cambiar su ser indígena y profundamente latinoamericana, no obstante padecer amenazas, ser perseguida, censurada, exiliada, Mercedes recogió las obras de sus antecesores y coetáneos para llenarlas con su cálida voz y tocar los corazones y la razón de millones de personas que abrieron sus ojos a realidades que no aparecían en el melodrama tradicional o que se caricaturizaban en las canciones panfletarias. Su huella, pues, es hondamente cultural y reveladoramente política.
Llevamos en el alma obras como “Duerme Negrito”, de Atahualpa Yupanqui, con las que hizo trascender la voz de los oprimidos latinoamericanos para mostrar que no es caridad sino equidad lo que va a construir un continente nuevo. Cuando no existían conciencia de género o razones de infancia, Mercedes mostró a los niños y a las mujeres como actores en primer plano de la vida social y como necesarios sujetos de los derechos colectivos. Abrió caminos, que es un potencial del arte y nos confrontó frente a relaciones sin derechos y sin justicia que agobian a las mujeres y los niños y que reclaman la presencia de todos para su transformación.
Prodiga en ternura y amor por los demás, entregó toda su fuerza y espíritu a cantar el testamento de Violeta, ese magnífico “Gracias a la vida”, que se hizo voz de los sueños de un nuevo continente que debe nutrirse de su pluralidad para convertir el dolor, el abandono, la angustia, en la esperanza de que es posible idear nuevas formas de relacionarnos con la vida y con la historia, gracias a que hemos ganado capacidad de reconocernos en la diversidad, en la multiculturalidad, en las maravillas que nos regaló la vida y que nos permiten esperar aunque las señales sean de agobio.
Con canciones como “Qué vivan los estudiantes”, también de Violeta, llevó al mundo la realidad de la opresión de los gobiernos totalitaristas, autoritarios y de extrema derecha que en Latinoamérica quisieron imponer un orden a sangre y fuego, desconociendo los derechos humanos y de las mayorías. Su voz levantada en los escenarios del mundo para denunciar la virulencia del ejercicio del poder por los gobiernos militares, fue definitiva para despertar la esperanza y la potencialidad ciudadana de América Latina.
Llevar por el mundo a “Alfonsina y el Mar”, la obra de Ariel Ramírez y Félix Luna, hizo que la fuerza de su voz apareciera revelada con gran ternura y que a quienes llegábamos al mundo de la música de la mano de sus canciones nos interesara aproximarnos a otro de los íconos del arte latinoamericano. Cuando llegó a los escenarios de la mano de Mercedes, Alfonsina tomó su gran dimensión mundial y se hizo voz de generaciones de latinoamericanos que aspiramos a nuevos valores y principios que nos permitieran forjar otros sueños.
Rendir homenaje a Mercedes, como lo hago hoy, es hacerlo con todos los seres humanos que en los más aciagos momentos de la historia de nuestro continente se alzaron desde el arte para mostrar el mundo que habitábamos, para trascender fronteras y para irradiar la esperanza de superar la desigualdad y mostrar el reconocimiento de la diferencia que revela la pluralidad y la excelencia de América e invitar a pensar realidades nuevas, tejidas en armonía con la manos de todos, desde Antofagasta hasta el Río Bravo, en la búsqueda de un futuro compartido.