Gustavo Salazar

Por: Gustavo Salazar Pineda

Hace un par de semanas el diario El Tiempo, en su edición dominical del día 13 de septiembre de 2015, publicó un artículo que considero de un gran interés para los jóvenes que terminan su bachillerato y los padres de familia que buscan ubicar sus hijos en universidades públicas o privadas, nacionales o extranjeras.

Plantea como tema principal el artículo titulado “Un año sabático para planear el resto de su vida”, que es prudente, conveniente y recomendable hacer una pausa entre el momento en que se gradúa el adolescente y el que se dispone a iniciar los estudios universitarios.

Llevo muchos años preguntándome por qué razón tenemos la manía de arrebatarles a los niños y a los adolescentes algunos años de su infancia y pre adolescencia obligándoles hoy día desde los dos años a ingresar a centros educativos:   jardines infantiles y otras instituciones a competir para obtener que niños, aun inmaduros, reciban títulos de bachillerato a los 16 años.   Son muchísimos los padres de familia que se afanan de tener hijos antes de la mayoría de edad estudiando en universidades.

Les estamos arrebatando el derecho a esos varones y damas a tener una vida en la que puedan ellos vivir sus diferentes etapas sin presiones ni sometidos a estándares ridículos que exaltan, cada vez más, a quien obtiene un título a edad prematura.

Probablemente los psicólogos modernos encuentran en esa equivocada postura de nuestra sociedad moderna las razones que explican cómo cada día los adolescentes y jóvenes padecen enfermedades mentales y presentan niveles altos de depresión, agresión y desarreglos de conducta.

No creo que sea un gran mérito ni una situación personal gratificante exhibir un título universitario a los 21 años. Me parece que un profesional a esa corta edad no luce ni es digno de confianza, pues quien no tiene madurez emocional mal puede ejercer una actividad laboral satisfactoria.

Imaginemos un médico, mozalbete, al que una familia entrega la vida de un paciente para que se la salve, profesional de la medicina que podrá ver en el enfermo un conejillo de indias en quien practicar sus conocimientos aun no puestos en práctica; también cabe suponer la desconfianza y poca credibilidad que pueda un abogado veinteañero suscitar a un procesado detenido quien se juega muchísimos años de su libertad y su patrimonio con la contratación de un núbil profesional del derecho.

No de poca monta es la temática aquí planteada dado que los bienes más preciados del ser humano y sus dos derechos fundamentales a la vida y a la libertad deben ser siempre de protección y resguardo por parte de competentes y eruditos profesionales de la salud o de la abogacía y es casi imposible que una mujer recién salida de su etapa hormonal más compleja y complicada o un hombre aun presa de sus arrebatos juveniles y sus ardores sexuales adolescenciales pueda tener el equilibrio emocional, intelectual y profesional para enfrentar los riesgos que estas carreras y otras llevan al ejercerlas.

La madurez emocional y social que se requiere para elegir una carrera acertadamente no es posible encontrarla en jóvenes cuasi infantes que se dejan presionar por su familia, sus amigos o los medios de comunicación a optar por un determinado programa de estudios universitarios.

El Ministerio de Educación Nacional de Colombia viene alertando a cerca de la alta tasa de deserción de la población universitaria a causa de falla de orientación vocacional, quizá sin tener en cuenta que este fenómeno, que es cada día más preocupante, tiene sus causas en la maratón febril que hemos convertido los estudios pre escolares, escolares, colegiales y universitarios en la que exhaustos, desorientados y confundidos los jóvenes que se enorgullecen de poseer a una edad prematura un cartón que los habilita, según ellos y los centros de educación superior, para ejercer con maestría una determinada profesión.

La falta de una política educativa sumada a la competencia feroz entres los estudiantes y una falsa expectativa por el futuro profesional de sus hijos, parte de padres de familia que creen que todos nacimos para estudiar y que la universidad es el centro superior de la enseñanza y la educación, están contribuyendo a que tengamos centenares de miles de personas con títulos universitarios frustrados y, lo que es peor, infelices y sin motivaciones personales para hacer de su carrera una auténtica vocación en la que el ejercicio de la misma sea una causa de alegría y no la expectativa de una actividad con la cual enriquecerse.

Conocemos a muchísimos padres de familia que presumen de tener entres sus hijos con edades que no sobrepasan los 25 años a jóvenes con maestrías, diplomados y unos cuantos idiomas presuntamente estudiados y presentarlos como paradigmas de casi genios.

Muy equivocados están los educadores y orientadores de la juventud que creen ver en la acumulación desmedida y esnobista de títulos de la juventud de hoy la garantía de un promisorio futuro profesional, económico y social.   Tal vez los jóvenes de hoy están mejor informados que los de las generaciones anteriores, pero no mejor formados, educados o dignos de ser calificados de cultos.

La cantidad de información, datos, cifras, etc., que se le suministran irracionalmente al educando no es prenda de garantía de una formación educativa integral.   Por esta razón en mis tiempos de colegial se decía que el bachillerato es un mar de conocimientos con un centímetro de profundidad. No podrá pregonarse lo mismo en la actualidad de los títulos profesionales, doctorados, maestrías y diplomados que ofrecen las universidades más con criterio mercantil y ánimo de lucro que por motivos nobles de orientar, educar y culturizar a millones de jóvenes de la exigente sociedad del siglo XXI.

En la vida como en el fútbol, si se quiere tener éxito y desplegar la máxima capacidad creativa de las habilidades, se hace necesaria la pausa.

Tomarse dos, tres o más años después de obtener el título de bachiller y antes de elegir con calma la profesión u oficio que ha de ser para toda la vida, es no sólo necesario y recomendable, sino un imperativo que debiera el Estado regular por medio de normas.

Así como no se es hábil para contratar a edades tempranas del ser humano, tampoco puede concebirse a un veinteañero como un habilitado para ejercer profesiones que implican muchos riesgos personales y sociales para su ejercicio.

Le es más recomendable al joven bachiller aprovechar ese tiempo sabático conociendo el mundo, haciendo amistades, reflexionado sobre la carrera a elegir o sencillamente dedicado al ocio y la contemplación que seguir la senda trazada por una sociedad que vende la equivocada idea que hay que correr frenéticamente en pos de un título profesional y que se es más inteligente por ostentar un título universitario cuando apenas se pasa la barrera de los veinte años.

Bien lo enseña la canción mexicana:   “No hay que llegar primero, hay que saber llegar”.   No están de acuerdo los lectores con este dicho popular?