Margarita Restrepo, Miembro de la Cámara de Representantes de Colombia

Por: Margarita Restrepo

Es mucho lo que Colombia le debe al presidente Uribe, uno de los mejores -en mi criterio, el mejor- gobernantes de nuestra historia reciente. Cuando él llegó al poder en 2002, Colombia estaba al borde del abismo. Los grupos criminales, ejercían control territorial sobre buena parte de nuestra geografía. Más de 200 alcaldes -20% del total- no podían ejercer desde sus municipios y la policía había sido retirada de buena parte de las poblaciones alejadas del país.

Las tomas violentas de pueblos, carreteras y hasta capitales de departamento, se habían convertido en noticias rutinarias. Más de 3 mil colombianos se pudrían en la selva a la que fueron conducidos por las Farc, banda criminal dedicada al secuestro de civiles, políticos y miembros de la Fuerza Pública.

Las carreteras de la Patria se convirtieron en zonas de guerra por las que era prácticamente imposible transitar. El día de su posesión, en medio de los morteros artesanales lanzados por las estructuras urbanas de las Farc, Álvaro Uribe recibió a una Colombia sitiada e irremediablemente fracturada.

Bajo su liderazgo, se puso en marcha una política de defensa eficaz que en muy poco tiempo logró revertir la tendencia. Después de muchos años, la Fuerza Pública volvió a tener la iniciativa y los criminales empezaron a registrar que el Estado sí tenía la capacidad de enfrentarlos y, por supuesto, derrotarlos.

La Seguridad Democrática estuvo acompañada de una muy eficaz política social que al cabo de 8 años logró, por ejemplo, que el 95% de la población tuviera cobertura real de salud. Así mismo, se logró llevar educación a casi la totalidad de los niños colombianos.

En materia económica, nuestro país logró generar confianza en los inversionistas, la cual se tradujo en la generación de cientos de miles de puestos de trabajo. El desempleo cayó a menos del 9.7%.

Cuando el presidente Uribe llegó al gobierno, nuestro país producía poco más de 200 mil barriles de petróleo diarios. Al final de su administración, en agosto de 2010, estuvimos a pocos barriles del millón por día.

Las cifras no engañan y los gobernantes, en todos los casos, deben ser medidos y calificados no por sus promesas, sino por sus resultados. Los del presidente Uribe saltan a la vista de todos, incluidos sus malquerientes. En 2007, por ejemplo, la economía del país creció el 6.9%, el porcentaje más alto registrado en más de dos décadas.

Causa hilaridad la ridícula campaña promovida por el sobrino del cuestionado expresidente Samper -vinculado con la mafia- con la que pretende -como si fuera capaz de lograrlo- sacar al presidente Uribe de la escena pública nacional.

El liderazgo de Uribe es cada vez mayor y su voz cada vez más necesaria, sobre todo en estos momentos de confusión y desánimo estimulado por el caótico proceso con la banda terrorista de las Farc.

En democracia, los liderazgos se acogen o rechazan a través de los mandatos ciudadanos. Y, moléstele a quien le moleste, el presidente Uribe ha sido y seguirá siendo el primer elector de Colombia. Bajo su égida, en 2016, el NO ganó el plebiscito y el año pasado, el Centro Democrático se consolidó como el principal partido político del país, con la bancada más grande en el Senado y con la presidencia de la República.

El pueblo soberano repetidamente ha expresado su voluntad y esta es que Álvaro Uribe se queda en la escena política hasta el día qué él resuelva pasar al retiro, y no cuando lo exija el sobrino del “elefante”, un sujeto cuestionado por promover la pornografía y ser el máximo exponente de los antivalores.