Por: Eduardo Aristizabal
La elocuencia no solo es arma de políticos y líderes religiosos, también es herramienta de pedagogos, vendedores, científicos y demás profesionales y es útil para todo ser humano. Sin embargo hay quienes tienen dificultades en el arte de manifestarse en público.
Demóstenes era un joven griego, inquieto por la política, con ánimo de servicio a su pueblo, que vivió tres siglos antes de Jesucristo. Le mortificaba la manera como Filipo, el papá de Alejandro El Grande, manejaba los asuntos del Estado, pero carecía de la habilidad de la oratoria, empeorada por una circunstancia fatal a su propósito: era tartamudo.
Para remediarlo, el muchacho se iba a la orilla del mar, se echaba piedritas en la boca y empezaba a gritar discursos improvisados que las olas recibían indiferentes. Su siguiente paso fue culturizarse, estudiar, conversar, escuchar, para saber de qué les iba a hablar a sus paisanos atenienses.
Desde entonces entró a la historia universal, no como opositor político, sino como el hombre tartamudo que llegó a ser el mejor orador de su época y ejemplo para la humanidad.
El arte de la retórica o de la dialéctica, sirve para dos propósitos fundamentales: persuadir, es decir convencer a los oyentes para que hagan algo, o disuadir, lo que significa convencerlos de que no lo hagan.
Para que alguna de éstas dos posibilidades tenga efecto es necesario que el grandilocuente tenga seguridad en sí mismo, sepa de lo que está hablando, esté bien informado y practique ciertos efectos sicológicos sobre la masa, esto puede lograrse con el tono de voz como Fidel Castro y Benito Mussolini, con la buena presencia -John Kennedy- con la capacidad de seductor gestual -George Bush- y hasta con la teatralidad -Adolfo Hitler-
Sin duda, los zapatos de plomo que más frecuentemente pesan para quien quiere dominar el arte de expresarse en público son : el pánico escénico, ocurre cuando el orador se asusta frente a ese gran número de cabezas y ojos que lo enfocan como centro de atención ; la timidez, paraliza el pensamiento y produce rubor o palidez, según el afectado ; el nerviosismo, obstruye la fluidez verbal ; la falta de claridad, poco dominio del tema, carencia de concentración que puede hacerlo incurrir en contradicciones lo cual le hace perder credibilidad ; las reiteraciones, que llevan al orador a patinar en redondo, la imposibilidad de llevar un hilo coherente de la exposición que siga los pasos de planteamiento, desarrollo y conclusiones.
El manejo descuidado del cuerpo, quienes se rascan la nariz mientras hablan, se pasan la mano por la cara o la cabeza, los que se rascan el pecho, miran al techo, los que no saben leer y mirar al público de manera alterna y los que hablan mucho y pierden el cauce, quienes aburren y decepcionan a los oyentes.
La capacidad de hablar en público es una equilibrada combinación entre lo innato y lo adquirido. No se puede negar que ciertas cualidades naturales facilitan la tarea de quien se propone aprender a hablar en público, pero también es cierto que esas cualidades pueden cultivarse.
Lo primero que se debe tener en cuenta es la preparación previa. Se recomienda hacer una cuidadosa selección del lugar desde donde se va a hablar, comodidad, luz, sin sombras, elementos complementarios. Etc.
Albert Mehrabian, estudioso de la comunicación, asegura que el impacto total de un mensaje, es el siguiente:
Verbal: 7 %. Vocal -tonos, matices, sonidos: 38 %. Corporal: 55%.
Por lo tanto el orador debe mostrarse totalmente, que llame la atención del público para ganarse la confianza y el respeto del auditorio.
Nunca excusarse, el respeto que se gana al enfrentar bien al público se pierde ante la primera frase de excusa por parte del orador; está terminantemente prohibido presentar cualquier excusa por el contenido o por la forma como se va a hacer la presentación, pues esto genera desconfianza entre los oyentes. Frases como, lo siento mucho, pero el libro más importante sobre éste tema me llegó tarde. O, no tuve tiempo de preparar las diapositivas, son una falta de respeto con el público.
Muy distinta es la situación cuando pasa algo imprevisto en el curso de una conferencia bien preparada. Si la persona se equivoca u olvida algo puede consultar sus notas el público lo comprenderá en la medida que haya demostrado que domina el tema y se preparó bien.
Cuidado con los chistes, algunos especialistas sugieren que se debe iniciar una conferencia con algo de humor que alivie la tensión inicial del orador y de los presentes, pero esa estrategia es de doble filo, porque si el orador no conoce profundamente el grupo objetivo al cual se va a dirigir corre el peligro de hacer feo por querer hacer bonito, porque la interpretación del humor no es universal.
Es cierto que el humor puede ser valioso, pero se debe tener en cuenta que pronunciar una frase cómica o hacer un comentario ingenuo en un tema serio, es muy arriesgado para un orador que no sea graciosos por naturaleza. En resumen, el humor es un instrumento de oratoria que solo es útil para aquellos que saben manejarlo.
La mirada es quizá la forma más sutil del lenguaje corporal. A través de los ojos, el individuo puede transmitir actitudes y sentimientos. Una mirada franca, directa, es señal clara para expresar que se ha establecido contacto con el interlocutor. Para el que habla en público es imprescindible que la mirada juegue un papel importante. Quien se sabe comunicar, siempre estará un paso adelante de los demás.