¡PLOP, CANNABIS!

Por: Francisco Galvis

No de ahora, sino de hace mucho tiempo, se habla del tráfico de bienes y servicios en las cárceles de Colombia, un negocio muy grande y muy turbio que hace aún más las duras condiciones de vida de los reclusos, si es que esa es vida.

Todo en los presidios pareciera tener un precio y no cualquier precio: una cama, un cambuche, un televisor, una nevera, cualquier cosa tiene precios prohibitivos, también el vicio. Verdaderos y temibles capos sustituyen a las autoridades carcelarias y se han adueñado de la subsistencia de los internos.

 

El Tiempo de este domingo pone al desnudo el drama que viven las internas del Centro Penitenciario El Pedregal de Medellín, donde ahora la calamidad tiene que ver también con el suministro de los alimentos: desayuno a las cinco y media de la mañana, almuerzo a las once de la mañana y cena a las dos y media de la tarde, y hasta el otro día. Toda una alteración del reloj alimentario de los reclusos por vía del acomodado reglamento penitenciario.

 

Y si a lo anterior se suma que las autoridades no dejan ingresar alimentos, es donde aparece la conexión con el negocio particular instalado al interior de El Pedregal, donde se expenden almuerzos a la exorbitante suma de ocho mil pesos, mucho más que los cuatro mil pesitos que vale un buen corrientazo en cualquier restaurante callejero de Medellín.

 

El Estado está trabajando en orden a remediar el estado de hacinamiento de los reclusos pero, cabe preguntar ahora: ¿qué hace por el resto del bienestar mínimo de la población carcelaria, bienestar que está íntimamente ligado con el combate a la corrupción que campea en los penales?

 

Al parecer no hace nada, porque esto de la alimentación de los encarcelados ya es la tapa del congolo. Ya no se trata solamente de la mala calidad de los alimentos, sino de los horarios inconvenientes en que son suministrados, conectados con las conveniencias de los propietarios de las chazas.

 

Los presos tienen derechos humanos que hay que respetar cualquiera sean las faltas cometidas, pero su condición de invisibles los hacen vulnerables y objeto del olvido de la sociedad y de la vista gorda de las frondosas e inútiles burocracias del INPEC, de la Defensoría del Pueblo y las Personerías.

 

Que el informe de El Tiempo sirva de algo para que volvamos nuestras miradas hacia el interior de los presidios y reclamemos por la vigencia de condiciones mínimas de respeto por quienes allí moran.

 

Tiro al aire: decía el abate Pierre, clérigo francés que anda por los ochenta años, que para hablarle al hombre de lo que lleva adentro, es decir: de su alma, primero hay que llenarle estómago. Bueno, y yo digo, que en las cárceles los únicos que tienen las panzas llenas son los corruptos. Pero están perdiendo sus almas, si es que las tienen.