Por: Gustavo Salazar Pineda
Los colombianos en general y los paisas en particular nos parecemos tanto a los italianos y a los argentinos (pues miles de estos tienen orígenes netamente de este país europeo), que podemos afirmar somos unos italianos menos refinados y un tanto menos dramáticos, gitanos e histriónicos.
Más que en los rasgos físicos, en la forma de ser, en lo marrulleros, trabajadores y apegados a las mamás, nosotros los nacidos en estas tierras andinas llevamos un sello de personalidad muy semejante a los oriundos de los alpes, las costas del mediterráneo, la toscana y la gran rivera italiana y la famosa región de la Calabria.
Italia es, quién lo duda, la nación que representa la condición humana y la esencia del hombre sobre la tierra: angel y demonio a la vez, creativo, artista, bienhechor, malvado, alegre, pícaro.
Es Italia la única capaz de dar maestros y depravados como Calígula, Nerón, pero también la que vió nacer a hombres de dimensiones artísticas colosales como Miguel Angel, Leonardo Da Vinci, Rafael Sanzio, Tintoretto, Giotto y un centenar de pintores, escultores, poetas y escritores de la talla de Dante Aligheri, Bocaccio, Bernini, Boticceli, vida artística y personal de ribetes cuasi divinos.
De las entrañas de la bella, sensual y encantadora tierra Italiana brotaron seres antípodas como el depravado, fanático, inquisidor, persecutor y ejecutor de miles de inocentes cristianos, Savoranola; pero también el más carismático, encantador y humilde santo de la iglesia católica, el gran San Francisco de Asís.
Papas corrompidos, Césares depravados abundan en la historia de la península itálica, en tanto que santos y santas y representantes de la espiritualidad, el arte y conocimiento humanos encontramos en más de tres milenios de existencia de esta gran nación.
Toda Italia es atractiva, embrujadora, encantadora. Epítetos y adjetivos se han utilizado para definir lo que son sus bellas ciudades: Verona la hermosa, Génova la Soberbia y Florencia la graciosa. Reinas son las más importantes urbes de Italia, pues cada una de ellas sobresale en algo y no se conforma con ser princesa. Roma, la ciudad eterna de la máxima representación de un imperio, el Romano, pero también es la sede de otro imperio dos veces milenario, el cristiano, así como la capital de la moderna nación italiana. Sus ruinas, sus calles viejas y fantasiadas encierran un misterio y un pasado que solamente puede percibirlo quien la visita, la camina y la siente. No necesariamente el viajero la percibe como bella, pero si luce imponente y llena de magia. La vida moderna en Roma es un contraste en un pasado decadente y un modernismo alucinante.
Milán, la industrial urbe, cuna de la moda y sede del vaticano de la ópera, el teatro, representa la Italia moderna desarrollada y rica.
El sur de Italia, alegre y encantador, poblado de millones de pobres en lo económico pero ricos en el arte de vivir, principalmente la región de la Calabria, Nápoles y la costa amalfitana y Sicilia es un espejo de la otra nación bulliciosa, atrasada, pero también creativa y sobre todo donde se practica la filosofía del Italiano, buena vida: La Dolce Vita y la Dolce Farniente y el no hacer nada y vivir la vida con plenitud y contemplación.
Los placeres y goces de la vida son evidentes en el paisaje de las regiones del sur de Italia. Ver Nápoles, vivir Nápoles con sus mercados callejeros, bullangueros y caóticos es recordar el viejo Medellín de los cincuentas y sesentas del viejo Guayaquil.
Lo aristocrático y elegante lo encuentra el viajero en algunas calles de Roma, donde se filmó la mejor película del siglo XX: La dolce vita; vía Venetto y los alrededores de la Fontana di Trevi y la señorial Venecia con la plaza San Marcos como marco principal.
El museo grande y callejero que es la sensual y artística Florencia, nos señala el esplendor de la creatividad del pueblo italiano. La laboriosidad del italiano se palpa en dos urbes de fama mundial: la sede de la industria automovilística italiana, Torino, y el puerto de Génova, que con Livorno son el alma del comercio de este encantador país.
Todo lo anterior puede resumirse en un proverbio cierto que ha acuñado el italiano: en Nápoles se vive, en Venecia se sueña, en Roma se piensa y en Florencia se crea. Pocas naciones pueden darse el lujo de tener tantas facetas como la italiana.
Hombres mundanos y gocetas de la vida como Casanova, solo pueden haber nacido en Italia; seres viajeros y emprendedores como Marco Polo y Cristóbal Colón son producto del alma inquieta, artística y creadora de los italianos. Los italianos son, más que los españoles, dramáticos, patéticos, históricos y teatrales, no es un defecto esta forma de ser, sino la esencia de su arte de vivir; gesticulan y hablan casi con sus manos y para ello el sonoro y eufórico idioma les ayuda mucho. Parlanchines y encantadores con sus historias, algo aprendimos de ellos los argentinos y los paisas.
Querer a España, Italia y Argentina no nos es difícil, nos parecemos tanto a ellos que a veces uno piensa recorriendo las calles de la bota itálica si estamos en la bulliciosa urbe del Medellín de la plaza de Cisneros.
Llena de contrastes sorprendentes percibe el viajero la que fuera la sede del gran Imperio Romano y uno de los pueblos más elegantes, creadores, bulliciosos y pícaros el mundo.
No obstante la decadencia y la crisis que ha golpeado a la tierra italiana en los últimos años y los escándalos de corrupción de los políticos encabezados por Silvio Berlusconi, Italia no renuncia a ser una de las más encantadoras, fascinantes y sensuales naciones del planeta, en todos los tiempos.
Se necesita vivir en Italia para saborear un poco el arte del buen vivir, el saber gozar la vida en todas sus facetas, el conocer un poco el alma de un pueblo emblemático de la inefable pero encantadora condición humana.
Que se me perdone el símil, pero me atrevo a decir que los argentinos y los paisas somos una miniatura de los italianos con todas sus virtudes, que son muchas, y sus defectos, que no son pocos. O será muy soberbia, o al menos orgullosa la comparación. Juzgue el lector.