Por: Edwin Alejandro Franco Santamaría
Hace 25 ó 30 años Colombia estaba agobiada por muchos problemas: narcotráfico, carteles de la droga, grupos guerrilleros, delincuencia común, magnicidios y asesinatos de dirigentes políticos, altos funcionarios del Estado y miembros de las fuerzas armadas, corrupción (que nunca ha faltado) entre otros. Hoy el panorama no luce distinto: narcotráfico, sigue habiendo grandes carteles de la droga, que tienen dinámicas distintas a los de hace años (Farc, Urabeños, Megeteo, etc.), asesinatos y secuestros por las bandas criminales a la población civil, corrupción, entre otros muchos.
Durante varias décadas este país ha estado signado por distintos y variados fenómenos criminales (por no hablar de los sociales, económicos y ambientales, aunque aquellos tienen incidencia en estos) que en lugar de decrecer aumentan con una dinámica progresiva y sofisticada, es decir, hemos oscilado en un péndulo criminal, que cada que gira de un lado a otro, trae consigo mayores desafíos en términos de cómo contener tanta delincuencia. Ha sido una constante el cotidiano vivir en medio de esa incertidumbre y zozobra que genera semejante fenómeno social.
Ha aumentado la delincuencia, a los ya existentes y conocidos fenómenos criminales, se suma la sofisticación y métodos en cuanto a la comisión de estas conductas, y mientras tanto, la autoridad atrás, chupándole rueda a la delincuencia, tratando de contenerla y de frenar su accionar. Y en cuanto al ataque frontal para conjurar las causas de tantos y tan diversos comportamientos desviados, poco o nada se hace, todo sobre la marcha.
Es desolador el presente que vive el país, distintas circunstancias, unas delictivas, otras no, hacen dudar, seriamente, que en el corto plazo, mejorarán y cambiarán las cosas. Muy aciago el presente y el inmediato futuro. Las estructuras criminales no ceden y a ellas se han agregado serios problemas que aquejan notoriamente el país en varios frentes: un proceso de paz que tiene y despierta más dudas que certidumbres y no solo en algunos aspectos o puntos de la negociación, sino en todos; unas bandas criminales cada vez más activas (sin desconocer el ingente esfuerzo del gobierno en golpearlas); la creciente corrupción en todos los niveles del Estado; el enorme e histórico desprestigio de muchas instancias de la rama jurisdiccional, principalmente en la cúspide, lo que equivale a decir en las cortes y en menor medida en la base de la pirámide judicial; el reto que implica para el gobierno con los colombianos deportados objeto de varios atropellos por parte del vulgar payaso venezolano y demás miembros del circo que lo rodean, que gozan de una especial característica: en lugar de risa, causan llanto; los asuntos relacionados con las demandas por parte de otro payaso, el nicaragüense, con su desmedido apetito por hacerse a más territorio colombiano; el intenso verano que viene de meses atrás, que ya tiene en aprietos a por lo menos la cuarta parte de los municipios del país, y según el Ministro de Vivienda, los próximos tres meses son los más intensos de la ola de calor, que ha sido calificada como la peor desde 1991.
Del posconflicto ni hablar, ojalá no se desate una ola de violencia contra quienes pertenecieron a los grupos insurgentes, los procesos de tolerancia y sensibilización a la sociedad no son de poca monta, que haya oportunidades para quienes ya no están en la guerra, la previsible aparición de más bandas criminales, que en este caso, provendrán de la desaparecida guerrilla, que como lo muestran procesos de paz en Centroamérica, es en lo que han degenerado facciones de esos grupos insurgentes y que han pasado a constituir nuevas –o tal vez las mismas?- amenazas contra la sociedad civil y dese luego contra el Estado que, irónicamente, monta todo un andamiaje para un proceso de paz, con todos los riesgos y vicisitudes que tal empresa comporta, para, quién sabe si no, en el futuro, volver a algo que se parezca a un proceso de paz para apaciguar los nuevos grupos que nacen de la otrora guerrilla. A la vuelta de la esquina tenemos la experiencia con los paramilitares, se hizo una Ley de Justicia y Paz, y vean lo qué pasó luego: otros grupos delincuenciales, igual o más poderosos.
Muchos y muy grandes problemas y por lo mismo retos tienen la sociedad y el Estado colombianos por resolver. Nos acostumbramos a pasar de un problema a otro, resolviendo el primero pero apareciendo otro mayor, creyendo que las cosas iban mejor?