Por: Alfaro García

El patrimonio cultural tiene valor por sí mismo, representa lo que llevamos en el cuerpo y en la mente, se nutre de las historias, la creatividad  y las vivencias de las personas y las comunidades. Es el legado de nuestros antepasados, es nuestro presente y también la herencia que dejaremos a las futuras generaciones; es el acervo de nuestra memoria, testigo de nuestro desarrollo como sociedad y de los sucesos que nos definen e identifican como Nación.

Toma valor en la medida en que dinamiza procesos y se pone al servicio del presente, por ello su conservación es objeto de preocupación pública y las políticas de manejo con respecto al patrimonio cultural deben estar orientadas al servicio de la comunidad, concebida ésta, no sólo como usuaria, sino como propietaria del mismo.

Los espacios, bienes y manifestaciones que conforman el patrimonio cultural, indican a qué lugar  pertenecemos, cómo nos reconocemos y en qué aspectos nos diferenciamos de los demás.  Por ello  su apropiación  social debe promover la diversidad y el diálogo, es decir, debe producirnos placer el encuentro con el otro y por ende enriquecer los valores de la comunidad, razón por la cual el patrimonio cultural cobra vigencia dentro de las teorías modernas de desarrollo.

Nuestro departamento posee una inmensa riqueza en cuanto al patrimonio cultural material e inmaterial, la diversidad de las subregiones, las tradiciones culturales campesinas, la existencia de pueblos indígenas, la presencia de las comunidades afro-descendientes, ambas con una fuerte

tradición oral; la forma como pensamos y nos relacionamos con los demás, los oficios que desempeñamos, los conocimientos sobre la naturaleza y el buen trato que le damos, la preparación de los alimentos, las músicas, los bailes, los juegos, los deportes, los mitos, las celebraciones religiosas, los actos festivos de nuestros pueblos, en general,  el conocimiento acumulado por las generaciones que nos han precedido; hacen del  patrimonio cultural el resultado de la interrelación de diversas culturas, las cuales han dejado sus huellas en un conjunto de bienes y valores que se conjugan y que percibimos en las obras materiales, producto de la creatividad.

Nuestra memoria como antioqueños también está en los muros derruidos de las estaciones del tren, en los templos, en los cementerios, en las imágenes religiosas, en los archivos, en los centros de historia, en los hospitales, en las escuelas, en las antiguas edificaciones y en las contemporáneas, en el subsuelo, bajo las aguas y en el territorio que nos alberga y nos ofrece un rico y variado patrimonio natural.

Los gobiernos deben fomentar y apoyar programas de recuperación, difusión, valoración y apropiación del patrimonio cultural, para  fortalecer el conocimiento propio, amenazado por las condiciones cambiantes del país, expresadas en una acelerada urbanización, así como una cada vez mayor integración económica de las regiones a los mercados globales, lo cual produce inevitablemente cambios culturales, algunos de los cuales son positivos, pero otros se traducen en pérdida y desvalorización social de los referentes culturales.