Por: Jaime Jaramillo Panesso

Las cumbres de los encumbrados y las asambleas de los asambleístas en los terrenos de ciudades turísticas y aderezadas  para recibir a los altos heliotropos del poder, generalmente no han servido para nada, salvo para echar discursos, gastar los dineros públicos de sus ciudadanos y ver en pasarela a las damas gobernantes,  a los primeros damos de las repúblicas y  a las esposas de los Jefes de Estado, todos ellos rodeados de amanuenses gallinetos, escoltas con guirnaldas en las orejas y meseros que llevan y traen agua mineral desmineralizada. Todo un paquete para promocionar hoteles de lujo y artillar la amistad entre las familias de los gobernantes demócratas y seudodemócratas, convencidas ellas y sus padrones que están haciendo historia.

 

En este marco no se escapa la Cumbre de las Américas a reunirse en Cartagena que, debido a emanaciones intelecto-cancerígenas de Hugo Chávez, estuvo a punto de fracasar al poner una condición, la asistencia de Cuba, imposible de aceptar por Estados Unidos, puesto que Cuba fue expulsada de la OEA en 1962. Cuba no ha reingresado ni tampoco le interesa. Este problema, por fortuna, pasó a segundo plano y ahora lo que pesa en la agenda es el debate sobre la legalización de la droga o la continuación del prohibicionismo. Este ineludible asunto que afecta de manera grave a buena parte del mundo y a todos los países de la América entera, ya había sido insinuado por el Presidente Santos en su correría por Europa y por un grupo de personalidades en el informe de la Comisión Global sobre Política de Drogas solicitado por la ONU, entre las cuales se encuentra el ex presidente César Gaviria. Es muy positivo que Colombia se ponga a la cabeza de este debate mundial, de tanta incidencia para su existencia como estado y como democracia. En el informe citado se habla de legalizar el consumo de la marihuana, lo que los colombianos no nos hace ni mella. No es este alucinógeno el que nos afecta de manera grave en el orden público de la nación. El mercado de los Estados Unidos se abastece así mismo de la yerba. Y si faltare, está la producción mexicana en la frontera. El producto que corroe y desquicia es la cocaína.

El problema es de suma gravedad y los gobernantes deben emprender una discusión en serio sobre la estrategia fracasada en la lucha contra las drogas, donde ha imperado la política norteamericana de prohibición, represión y destrucción de cultivos, sin resultados positivos. Por el contrario, el tráfico de cocaína ha incendiado a México, hoy convertido en el más convulsionado país, y  mantiene los escenarios criminales en Colombia, Venezuela, Bolivia, Perú y América Central. Al interior de los Estados Unidos tampoco se evidencia progreso alguno en el control o disminución del consumo, no obstante el medio millón de consumidores detenidos en las cárceles a un costo de 450.000 dólares al año por infractor.

Los enemigos de la legalización aducen que de suceder, se dispararía el consumo a mayores niveles con sus efectos sobre la sociedad y las familias. Eso es posiblemente cierto en los primeros años y habrá que afrontarlo con las campañas de educación y prevención. En Colombia hace rato que las campañas en este sentido desaparecieron de los medios de comunicación, de los centros de salud y de los centros educativos. Pero una acción sostenida y penetrante en alianza con la medicina curativa de médicos, siquiatras y sicólogos conducirá a niveles tolerables y aún más bajos como en el consumo del tabaco y el alcohol. Y habremos ganado, sin la menor duda, la batalla a las organizaciones criminales de guerrilla y narcotraficantes que causan más muertes y destrucción que entre los adictos. Tendremos vivos y sin mutilaciones a más policía y soldados, a más campesinos y niños de nuestras aldeas a quienes sus vidas y su integridad los tiene sin cuidado las bandas internacionales y los consumidores al interior de Estados Unidos y Europa.

 

Si algo puede salvar a esta cumbre de burócratas de cuello blanco, es la apertura de este debate sobre la peste de las drogas ilegales. Aunque el delegado del gobierno estadounidense advierta que no van a cambiar de posición, lo cual indica que es un punto muy sensible en la campaña electoral, la minoría latina y la intelectualidad universitaria y científica de los Estados Unidos, debe ponerse en pie frente a este debate que estrangula la convivencia, las buenas costumbres y la vida democrática de nuestras naciones, las que producen la cocaína calamitosa y que inunda las fosas nasales de millones de norteamericanos. La legalización a escala mundial de las drogas malignas traerá beneficios a mediano y largo plazo, tanto al pueblo norteamericano como a los pueblos al sur de sus porosas fronteras de tierra y desérticas regiones, sino también por mar y aire. Las razones éticas de los puritanos son menos disuasivas que las razones sintéticas y químicas de los evasores. Mientras tanto Pedro Pueblo carga el ataúd.