Por: Jaime Alberto Carrión Suárez
Esta semana Caracol estrena en Colombia la serie televisiva: Pablo Escobar, el patrón del mal. Sin ningún escrúpulo, el Canal continúa sentando las bases de la cultura de la violencia que hoy, como ayer, se padece en muchas ciudades y poblaciones del país. Detrás, un macabro proyecto económico que espera sacar ventaja a costas de la construcción de cultura de paz en nuestra sociedad. El uso y abuso de la violencia y la ilegalidad, como temáticas centrales del cine y la televisión colombiana contemporánea, han terminado por influenciar negativamente los proyectos de vida de miles de niños, niñas, adolescentes y jóvenes de nuestra sociedad.
Por supuesto que no seré telespectador de esta serie y considero que ningún colombiano, que presuma de un compromiso serio con la construcción de una cultura de paz en nuestra sociedad, debiera serlo. Llegó la hora de consumir responsablemente la información que se nos ofrece y decir basta ya a los daños irreparables que recaen sobre los imaginarios y las ideas de nuestros jóvenes, en favor de los ingresos de unos cuantos capitalistas salvajes y apátridas, que usan desmedidamente el poder de los medios masivos de comunicación, así como el control que tienen de la información que allí se transmite, para continuar enriqueciéndose y mejorando su condición personal.
Aunque Caracol se ha venido anticipando al inminente debate sobre la inconveniencia de emitir este tipo de series, mediante el uso de estrategias publicitarias que intentan persuadirnos acerca del valor social que su nuevo producto ostenta, hay que decir que detrás de la nueva biografía televisiva de Escobar Gaviria no hay propiamente ningún beneficio para nuestra sociedad. No existe aquí un ejercicio del derecho a la expresión; tampoco de denuncia sobre nuevos hechos violentos y delictivos, violatorios de los Derechos Humanos, que los colombianos no conozcamos. En cambio sí se espera un daño directo sobre la memoria histórica colectiva de lo ocurrido, ocasionado presuntamente por los riesgos de presentar una historia parcial sobre la vida del capo, con algunos elementos de ficción como se ha anunciado. Un daño agravado con el uso de un medio masivo de comunicación, de tan alto nivel de penetración en los hogares colombianos, como es la televisión.
Si los canales de televisión, especialmente los privados, esperan contribuir con la construcción de una sociedad más reflexiva sobre la violencia y la ilegalidad, constituye un grave error llevar a la televisión la vida de Escobar Gaviria. Es difícil garantizar que el propósito enunciado se cumpla mediante la oferta de un producto que genera tan diversas y contradictorias reacciones en los seres humanos. En algún momento de nuestra existencia como consumidores de información, al frente de un televisor o en él cine, todos hemos experimentado fidelidad irracional y meramente emotiva por algún protagonista, sin importar que sus comportamientos sean aplaudidos o reprochables desde un punto de vista ético. Siempre queremos que al final se salga con la suya sin importar en qué bando se encuentre, que para el caso resulta relativo e irrelevante.
Por otro lado, la sola existencia de cientos de casos de capos y jefes del narcotráfico, puesta en evidencia permanente y sistemáticamente por las series y novelas televisivas colombianas en los últimos años, conlleva un mensaje implícito desafortunado hacía nuestros jóvenes, consistente en que nuestra sociedad no repudia decisivamente la figura criminal como alternativa de proyecto de vida.
Resulta extraño, y hasta sospechoso, el hecho que nos escandalice que en otros países levanten homenajes y bustos a reconocidos dirigentes guerrilleros, protagonistas de la violencia, la barbarie y la tragedia social colombiana, y por otro lado toleremos que nuestros canales televisivos desarrollen series y novelas, “apologías en la práctica”, a narcotraficantes por el simple gusto de elevar sus utilidades y rendimientos económicos.
Finalmente es bueno decir que el país conoce la historia violenta de Escobar Gaviria y sobre ella hay suficiente ilustración y documentación para quien tenga interés en no repetirla. Lo que falta en este caso no es la información sobre los hechos sino la justicia. Como bien lo saben las víctimas, que seguramente tampoco estarán de acuerdo con esta producción, muchos de los crímenes cometidos y orquestados por el capo aún se encuentran en la impunidad, y contar verdades a medias, como espera hacerlo Caracol para evitar ser demandado, no constituye la mejor contribución, por el contrario termina transitando muy cerca de la complicidad.