Jaime Jaramillo Panesso

Los símbolos que identifican un país, un estado, una región suele ser un elemento de unidad. Representan la personalidad colectiva de un pueblo. Tal es el caso de la bandera de Colombia y del Himno Nacional. Con ellos caminan los deportistas, los soldados, los ciudadanos, los embajadores, los mandatarios. Y los colombianos que viven y trabajan en el exterior.

El símbolo más amado y de profunda connotación cultural de Antioquia por una razón política, social e histórica: la pasión del antioqueño por la Libertad. Ese himno no es a la arepa, ni a los fríjoles ni al aguardiente. Es a la Libertad. Esa es la hondura de este canto que no es excluyente como demagógicamente lo quieren mostrar los enemigos meñiques de la Libertad. Posudos de un pluralismo folclórico que enmascara su débil autenticidad revestida con los velos brujos de la posmodernidad y de lo que ellos llaman contemporaneidad.

A nadie se le ha ocurrido reemplazar la bandera de Antioquia y de Medellín que lleva los colores verde y blanco. Ni siquiera a algún fanático del futbol de otro equipo que exhibe los colores rojo y azul. A nadie se le ha ocurrido tampoco cambiar el escudo de Antioquia, que pocos conocen, incluidos la mayoría de los altos funcionarios del Departamento. Ese escudo ni une ni desune a los antioqueños. El Escudo de Armas de Antioquia, 1812, está formado por “una matrona vestida y adornada a la indiana, sentada en el plátano y la palmera, y reclinada al pie de un cerro de oro, con un río caudaloso a sus pies, encasquetándose, en la más airosa actitud, el gorro de la Libertad….” Así reza en la Sala del Concejo Municipal de Santa Fe de Antioquia. Y nótese que vuelve el tema de la Libertad. Medio cursi el escudo, por cierto.

 

Un himno generalmente es una marcha, un género musical que nace en los confines de la historia humana. Un himno no es un bolero, ni un tango, ni es rock ni reggaetón. Los himnos nacieron en honor de las deidades y luego se trasladaron a las gestas militares y las religiones actuales. Un himno se destaca por su majestad, sublimidad y la unidad musical y poética cantable que le permite expresarse en coros polifónicos, más aún cuando es acompañado de orquestas sinfónicas, filarmónicas o bandas marciales. El himno antioqueño cuando se canta en los estadios, en los patios colegiales, en las plazas públicas de esta región expresa a pulmón abierto que defendemos y amamos la Libertad por encima de la sociología barata del “incluyindismo” mamertólogo que acusa a nuestro himno de excluyente. Por lo tanto intenta hacer una cátedra de inclusión con un villancico metabólico, un sancocho musical para “construir una Antioquia Nueva”. Eso solo se lo plantea un equipo de pretenciosos.

El Himno de Colombia es también es un factor unitario de nuestra plural nación. Es un común denominador creado y afianzado en la tradición emocional de nuestros ciudadanos. A ninguno de nuestros gobernantes hasta ahora, con sentimientos y falsa cientificidad política, ha tomado medidas para que el Himno de Colombia sea una mezcla de géneros musicales que “incluya” el joropo, el bambuco, el alabao, el pasillo, el porro, la guabina, la cumbia, el fandango, la gaita, etc. como una fórmula de integrar a los presuntos excluidos del himno. Debe ser que los sordos ideológicos de la “renovación artística” no han escuchado el Himno colombiano cantado por Tito Schipa o Carlos Julio Ramírez.

El Himno de Antioquia tiene su propia legalidad. No es tierra de nadie ni se puede invadir por los desplazados que ignoran el amor por la Libertad y pretenden urbanizar las estrofas de Epifanio Mejía, que en su hermosa locura, las creó. Juanes, el cantante de moda, hizo una especie de simpática parodia del Himno y no pasó nada. Nada es nada. Pero Juanes es un civil, un artista que tiene libertad para improvisar. Pero un gobernante debe saber que el Himno antioqueño está aprobado por la Ordenanza 6 de 1962.

“Yo que nací altivo y libre/ en una sierra antioqueña/ Llevo el hierro entre las manos/ porque en el cuello me pesa”.

Y ahí va otra estrofa para lo sordos ideologizados posmodernos:

“Perdonamos al rendido/ porque también hay nobleza/ y en los bravos corazones/ que nutren las viejas selvas”.

Ridiculizar el Himno que es orgullo de un pueblo, que es la expresión de su amor por la Libertad de expresión, de trabajo, de enseñanza y de modificar inclusive un canto, para servirle a los gobernantes en tránsito como la primera piedra en el ambicioso proyecto inmortal de “Una Antioquia Nueva” es una muestra de megalomanía.