Por: Rubén Darío Barrientos
El pasado 5 de agosto (lunes), se cumplieron 5 meses (?) del fallecimiento de Hugo Chávez Frías. Desde el anuncio de su muerte, es decir, 153 días a ese corte, Nicolás Maduro ha mencionado el nombre de Hugo Chávez por 14.802 veces, o lo que es lo mismo: 96 ocasiones al día y 4 oportunidades por hora. Esta es una estadística de desocupados, que no deja de ser pintoresca y graciosa. O, mejor aún, burlesca. Maduro ha comparado a Chávez con el Cristo Redentor de los pobres y, en veces, lo trata del milagroso San Hugo Chávez.
Toda esa hipérbole toma vigor, cuando se sabe que en las calles de Venezuela se venden como arroz: gorras, muñecos vestidos de militar con cachucha roja, bustos, crucifijos, estampitas, bulticos, rosarios rojos, esculturas en miniatura y relojes con la cara de fondo, que tienen como común denominador la efigie de Chávez. En el imaginario político y en ese fetichismo subido, el fallecido presidente de los venecos es un gigante eterno. Dicen que su nombre sabe a vino añejo y que ningún día se deja de respirar chavismo por la ralea.
Maduro se inventó otra estrategia para enloquecer la galería: presentó el 10 de abril de este año que avanza, en una tarima tipo Jorge Barón, al doble de Chávez. Igualitico. Se trata de un taxista, de nombre Alí Bazán, con un registro de forma exacta, que exhibe un atuendo idéntico, tiene una mirada similar, su porte no se diferencia del finado y arenga bajo tremendo plagio. Desde luego, el oportunismo de Maduro ya lo adscribió a los cuadros de campaña y es todo un talismán.
Nadie olvida la información ridícula que provino del país vecino, según la cual Chávez se le apareció a Maduro en forma de pajarito chquitico, revoloteando sobre su cabeza, asido de una viga y que le silbó sensitivamente. Luego, según los relatos fantasiosos de los áulicos de rigor, le echó la bendición con la mano diestra. Pero ahí no para la ficción. Maduro dice que habla con Chávez por teléfono todos los días (no dice si por celular o por fijo) y que se encomienda a él, al menos cada 24 horas.
En ese recuerdo de sus 5 meses de muerto, Maduro lloró a cántaros. En honor a la inmortalidad, se creó un comando de oficialismo venezolano, bajo los gritos mudos de Bolívar y Chávez, como líderes insoslayados de gobierno. Recientemente se lanzó el libro “Chávez, alma de la revolución en Cristo y en Bolívar” de Jacinto Pérez, un general de la fuerza armada venezolana, que se agotó más rápido que ligero. Y para cerrar con broche de oro la escalada de rememoraciones, el presidente de Venezuela le otorgó al parque deportivo de Caracas, el nombre sempiterno de Hugo Chávez Frías.
Maduro no gobierna, por hablar y echar carreta de Chávez. Es algo impactante. No hay autonomía, no hay frases propias, no existe creación de marca gubernamental: todo es invocación al dios Chávez, destellos de leyenda y de mito, anestesia para el pueblo. Maduro se proclama hijo de Chávez, para seguirle jugándole a la tribuna frenética. Henrique Capriles, con sobrada razón, dijo en Lima que el actual presidente “no es un líder, sino una circunstancia”. El representante de Cristo en la tierra no es el Ché Papa, de acuerdo con lo visto: es Hugo Chávez, un amuleto que está en ciertos proscenios venezolanos para cumplir la profecía de que de él se hablará per secula seculorum.