El papel de los periodistas es fundamental en el desarrollo de unas elecciones legislativas o presidenciales exitosas, desde el punto de vista de la participación masiva, confiada, animada e informada de la ciudadanía. De ahí la defensa responsable de la libertad de prensa como requisito sine qua non de la entrega de información sin sesgos y sin presiones, independiente de intereses políticos y económicos, que orienten a la ciudadanía a tomar decisiones informadas, creíbles y confiables sobre partidos y candidatos.

He ahí la responsabilidad que la prensa libre tiene en el fortalecimiento de la democracia y en la conformación de gobiernos comprometidos con el interés y el bienestar general. Pero, como lo plantea el mismo mandato constitucional que exige respeto por la libertad de prensa, la información tiene que se veraz e imparcial.

El artículo 20 de la Constitución Política de Colombia no ordena que la injuria, la calumnia y la infamia sean aceptadas y defendidas con el prurito de que la libertad de expresión y de opinión estén por encima de otros derechos constitucionales y legales. El artículo 20 de la Constitución les concedió a todos los colombianos la potestad de informar, opinar, expresarse y hasta fundar medios de comunicación, sin necesidad de ser periodistas profesionales. Pero les puso como requisito la imparcialidad y la veracidad, como obligación de cualificación del manejo informativo y de opinión que habrían de cumplir quienes obedecieran, mínimamente, a la deontología de un ejercicio profesional que les exige la excelencia, basada en el respeto a principios y valores, no comprendidos por el común de los “comunicadores” de oficio.

Sin embargo, no basta con cumplir con el concepto de “imparcialidad”. Frente al compromiso de ayudar a tomar las mejores decisiones en materia política y elegir el mejor Congreso de la República y al mejor Presidente de la Nación, no es suficiente ni responsable con el País, conformarse con presentar afirmaciones y señalamientos de un lado y del otro, sin exigirse en la presentación de hechos objetivos sobre uno y otro lado.

Desde hace cerca de 20 años venimos asistiendo a un estilo de hacer política fundado en la facilidad de difamar y destruir la reputación del oponente político, con la connivencia de medios de comunicación y, más recientemente, de las redes sociales, que han facilitado la materialización del propósito “goebbelista” de “injuriad y calumniad que algo quedará”.

El periodista serio y responsable no se deberá conformar con presentar “parte y contraparte” sin criterio, sino que deberá exigirse a presentar hechos objetivos que demuestren la aseveración de la “parte” y la contradicción de la “contraparte”. Ello demandará del periodista estar verdaderamente informado, tener el contexto que en la academia y en la práctica le ha sido enseñado y, por supuesto, haber hecho la investigación necesaria para sentir la tranquilidad ética y moral de publicar lo que las partes se merecen, sin sentirse utilizado. Mejor dicho, en su mente debe tener marcado el principio de la “verdad” como la primera condición de su ejercicio serio y responsable.

La forma infame de hacer política, hablando mal del otro, no solo ha alcanzado réditos políticos, destruyendo ciertamente al opositor, sino que ha llevado la política a un grado tal de hastío que son todos -políticos, partidos políticos y democracia- los que han sufrido un altísimo grado de desprestigio que ha degenerado en apatía.

El compromiso de la prensa libre con el fortalecimiento de la democracia no depende solamente de que se le garantice libertad para su ejercicio, sino en que la presentación de hechos objetivos superen las opiniones y aseveraciones que unos hacen de otros, con la facilidad que les da la desvergüenza de mentir, injuriar, calumniar y difamar, con la certeza de que muchos ingenuos les creerán y no habrá periodistas serios y responsables que les desmentirán.

El concepto de “idiotas útiles” ha existido siempre y siempre ha sido efectivo. De ese concepto no nos salvamos los periodistas, tan necesarios en el proceso de fortalecimiento de la democracia, siempre y cuando no nos dejemos meter en el mismo grupo de los “idiotas útiles”.