Por: Gustavo Salazar Pineda
Afortunados fuimos los colegiales de mi generación al tener dentro del programa de los dos últimos años de enseñanza media el francés como materia obligatoria. Infortunadamente a la edad que tuvimos que estudiar la más hermosa de todas las lenguas del mundo, la más elegante, sensual y cautivadora, no se tiene disposición anímica para comprender tan bello y fascinante lenguaje, pues estábamos inmersos en resolver nuestro alboroto hormonal que llega a su máxima cima en estos años de adolescencia.
Los bachilleres panamericanos de El Santuario y específicamente de nuestro liceo San Luis Gonzaga, tuvimos dos excelentes profesores de la preciosa lengua gala: don Benjamín Valencia Ocampo y una monja dominica a la que llamábamos sor Angustias. De tan amables como devotos profesores de francés aprendimos algunas frases y algo de gramática, que jamás pensé yo en aquellas calendas, me fueran a servir en mis viajes por el bello país europeo en mis años de plena madurez.
Con Carlos Hernán Gómez Gómez, compañero amable y vecino inigualable del barrio La Judea, compartí la devoción por una de las asignaturas que me eran agradables en los años de presidio forzado que fue nuestra época colegial.
Años después tuve como amigos al ex seminarista carmelita, Octavio Alzate, y al estudiante del seminario de Istmina (Chocó), el carmeño Pablo Jiménez Betancur, quienes me impulsaron y enseñaron a estudiar un poco de francés, complementando sus enseñanzas con unos cursos que realicé en la Alianza colombo-francesa en mis años de mocedad y de estudiante en la Universidad Libre, en el Bogotá amable y apacible de los inolvidables años setentas.
A España la amamos por la sangre de nuestros antepasados, las costumbres, la lengua, dichos y música que desde años tenemos contacto con estos elementos culturales.
Con Francia, nuestro acercamiento se da por los genes de elegancia, sofisticación, moda y curiosidad cultural que todos llevamos dentro y que algunos desarrollamos más que otros. Quienes alguna vez tuvimos inquietudes culturales incipientes sabemos que existen poemas que aluden a la grandeza y elegancia de Francia y que la Marsellesa, es, desde lejos, el himno más hermoso y famoso del mundo. No se necesita ser un erudito o estudioso del país europeo más famoso para saber también que París es la capital del mundo así existan otros que aleguen que Nueva York desplaza a la ciudad luz de tan importante título universal. La Gran Manzana puede serlo a nivel económico, pero en belleza, cultura, historia y elegancia, no hay urbe que le arrebate a París tan distinguida posición.
Pero París a pesar de opacar otras ciudades importantes de Francia, no por ello Marsella, Lyon, Niza, Nantes, Montpellier y Burdeos, se quedan atrás en belleza, elegancia y cultura. Ese hexágono que es el mapa de Francia contiene gentes, paisajes e historia que no tiene par en el mundo.
Lo torre Eiffel, construida a finales del siglo XIX por Gustavo Eiffel y de lo que en principio se pensó que era un bodrio arquitectónico, terminó siendo el emblema mundial de los franceses y uno de los monumentos más hermosos y visitados del mundo.
Gobernantes como Luis XIV y Napoleón han pasado a la historia por su singularidad, son considerados personajes inigualables en muchos siglos.
En las bellas artes Francia arrasa mundialmente a muchas otras naciones. Los grandes pintores del mundo son y han sido franceses o personas afincadas en París. Bien se ha dicho que para obtener fama como escritor, poeta o cantante se debe haber nacido en este país o tenerlo como segunda patria.
En cuanto a la moda y los perfumes quién discute que París es la número uno en el mundo en imponer tendencias en vestimenta o en fragancias.
Musicalmente, Francia en general y París en particular, han marcado al mundo entero con los temas musicales de Georges Brassens, Gilbert Becaud, Edith Piaf, Charles Aznavour, George Moustaki, Nana Mouskouri, Salvatore Adamo, Michel Delpech y Vicky Leandros. Muchos de ellos no necesitaron nacer en Francia para triunfar. Lo que si requirieron fue afincarse en París provenientes de Armenia (Aznavour), Bélgica (Adamo), Egipto (Moustaki) o Grecia (Leandros).
Una Coco Chanel multifacética, culta e irreverente solo puede darla un país elegante, sobrio y distinguido como Francia. La reina indiscutida de la moda y la impulsora del mejor perfume de todos los tiempos, el Chanel número 5. No obstante su orígen humilde y su condición de huérfana, Gabrielle Chanel fue una mujer fuera de serie, un fenómeno y un mito que la historia da cada 500 años.
Cristian Dior e Ives Saint-Laurent, francés distinguido, el primero, y argelino radicado en Francia, el segundo, dejaron al mundo un legado de refinamiento y elegancia que perdurará muchos siglos.
Monsieur Rochas, Monsieur Guerlain y Cardin fueron otros franceses y artistas de la vestimenta y las fragancias que la humanidad fácilmente no olvidará.
Honorato de Balzac, Gustav Flaubert y Alejandro Dumas, fueron escritores maestros en el arte de producir la mejor literatura de la humanidad.
En gastronomía, los maestros del arte culinario mundial son oriundos del bello país de los pirineos.
La Francia moderna ha ocupado el esplendor de la Italia del Renacimiento, muy a pesar de la notable decadencia de la época posterior a la de Charles de Gaulle.
París y Francia se asemejan a esas damas que no obstante tener mucha edad y denotar cierta decadencia, tienen en sus rostros y faces ese glamour que solo lo da el paso del tiempo.
Todavía en la segunda década del siglo XXI París luce elegante, hermosa y portentosa en estos tiempos de dificultad económica y de crisis política gala. París, con sus bellos y acogedores cafés, sus amplias y elegantes avenidas y boulevares sigue siendo la más atractiva y sugestiva urbe del mundo. Especialmente en invierno se vive y disfruta el París elegante, romántico y culto. La elegancia, distinción y encanto del verano y la primavera puede advertirse en las calles y playas de Niza, Cannes o la Provenza francesa.
Los barrios parisinos de Montmartre, Saint Germain de Pres, Latino o Saint Michel, han visto desfilar a miles de notables artistas, estudiantes rebeldes o cantantes insignes. Bastaría mencionar a la pareja de escritores y filósofos más famosa del siglo pasado, los amantes Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir y su frecuentado barrio Saint Germain de Pres con su archifamoso café de flore, para evocar una gloriosa época, la Francia grande.
La literatura, la pintura y la poesía modernas se nutren de varios rincones de estos barrios eximios de París, calles, plazas y cafés en los que también se inspiraron nuestros escritores latinoamericanos que conquistaron el mundo desde la ciudad luz: Julio Cortázar, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa.
Afirman los italianos en uno de sus múltiples dichos que ver Nápoles y después morir. En mi criterio debería decirse: ver París y Francia antes de morir.