Luis Pérez

Medellín ha retrocedido 10 años en seguridad. Pasó de la esperanza al miedo.

El escenario urbano es espantoso. Jóvenes asesinados a diario o matándose entre ellos. Comunas enteras llenas de miedo. Se necesita permiso para pasar de una calle a otra. Allá, el territorio urbano no es de la gente de bien sino de las bandas armadas. El ciudadano de calle camina temeroso, de prisa, mirando a los lados, con la urgencia de encerrarse pronto. El silencio obligado, la voz baja, el temor, ganan espacio en la ciudad. El gatillo mantiene su dominio. Las casas de vicio no tienen ley, parecen intocables, operan con libertad espantosa y financian la guerra. Los barrios están llenos de armas asesinas de última generación. Buses son revisados ilegalmente para ver quién se transporta en ellos. Vacunas a transportadores y comerciantes se intensifican.

Lo más grave, Al proceso de desmovilización de paramilitares iniciado en 2003, lo dejaron fracasar. La alcaldía en lugar de extender a los desmovilizados una mano generosa hacia la legalidad, los radicalizó hacia caminos inciertos y la Corporación Democracia, que los aglutina, está ahogada al borde del cierre.

El proceso de desmovilización de paramilitares que Medellín presentó ante el mundo como ejemplar, ahora hay que presentarlo como un total fracaso. Los hechos, sin máscaras, así lo indican.

Primero, ante la mirada indiferente de la sociedad y del gobierno, hay un exterminio cruel de los desmovilizados, más de 230 han sido asesinados. El desmovilizado se mueve angustiado porque se siente vecino de la muerte. Desmovilizarse en Colombia es inscribirse en la lista asesina de las manos negras.

De los paramilitares desmovilizados vivos, a unos los tiene dominados el consumo de drogas y otros se han revinculado a bandas a sueldo. El gobierno se equivocó al creer que con una beca mensual el desmovilizado cambiaría de vida; el gobierno no se interesó por dar empleo y buenas prácticas que es lo que necesita el desmovilizado, y ahora se pagan las consecuencias. Los que lideran la guerra sí ofrecen empleo de guerra con sueldos de guerra. Como no encuentran caminos de vida digna, muchos desmovilizados dicen que fueron más felices cuando eran bandidos que ahora en la legalidad.

Sin maquillajes, se puede afirmar que más del 50% de los desmovilizados están por fuera del proceso de paz. Y este fracaso debe llevar a una profunda reflexión nacional.

Y sigue la cadena de la violencia urbana. Los niños crecen en un ambiente de violencia. Los niños de ayer, los de antes de la desmovilización, son reclutados, forzados, para la guerra ante la indiferencia de la alcaldía y el silencio de organismos de derechos humanos. Quien no acepte ser empleado de la violencia puede ser asesinado. En la ciudad hay una nueva generación de sicarios; hay una nueva generación de bandas; y hay una nueva generación de paramilitares. Las bandas se han remozado con los nuevos jóvenes, que viven en plena guerra, a sueldo y con el combustible del narcotráfico y la codicia. Qué dolor que en Medellín haya un mercado de niños para la guerra. Y a los hospitales llegan innumerables heridos a bala, jóvenes de 14 a 20 años en su mayoría.

Por minimizar el problema, maquillando, la ciudad se está desbaratando.

Y otra cosa grave. Se dice que los jefes de las bandas dejaron en libertad a sus reclutados para que, en los ratos libres, mejoren sus ingresos por su propia cuenta extorsionando, vacunando y atracando; lo pueden tener como negocio extra. Por eso, la delincuencia común se expande y llega a todas partes. La gente está asustada, atracada, desconcertada por la celeridad con la que violencia empieza de nuevo envolver a la ciudad.

A Medellin le apagaron los motores de la seguridad y hoy es una ciudad sitiada por la violencia. La Alcaldía no tiene gerencia contra la inseguridad.