Por: Francisco Galvis Ramos
Dícese aficionado de quien practica un oficio sin ser profesional y profesional de lo que está hecho por profesionales y no por aficionados. Así, siguiendo las voces del diccionario de la RAE, háblase de fútbol profesional y aficionado, de dirigentes aficionados y profesionales. En esta ocasión me ocupo de cierta falta de experticia de estos gobernantes que les cayó la suerte encima para tratar de gobernarnos.
Por años las mayores preocupaciones de la población de Antioquia y Medellín recaen sobre dos aspectos primordiales que agobian la vida diaria: la seguridad y el empleo.
De empleo poco y de baja calidad en su mayor parte. El gobernador Fajardo ha dedicado el tiempo a expurgar la nómina, expulsando a unos y entronizando su propia clientela extraída de la social bacanería de la ciudad capital y de suyo el alcalde Gaviria apenas si contabiliza menos de 2.500 empleos de los 100.000 que ofreció crear en la demagógica y plutocrática campaña con que ascendió al trono.
Al paso que va el alcalde, va a salir con un chorro de babas en materia de generación de empleo y eso pues que en la cifra alcanzada hay que contabilizar la nueva burocracia que ha creado con cálculo irresponsable desde el punto de vista de la salud del erario.
Pero la necesidad más sentida radica en el aspecto crucial de la seguridad ciudadana, un logro obtenido a alto precio bajas las dos administraciones del presidente Álvaro Uribe Vélez y la del gobernador Luis Alfredo Ramos Botero, marchitada por los sucesores bajo el presupuesto de un peligroso apaciguamiento.
El problema de la inseguridad en Antioquia es grave y no se puede soslayar. Bajo el gobierno del doctor Fajardo se han presentado en los últimos ocho días dos masacres con un saldo de 15 muertos y masacre es masacre cualquiera sean la causa y el origen. Y ni hablar del peluquín en materia de extorsiones.
Además, bajo su rocanrolero régimen la violencia ha dejado un tendido de cadáveres en el Nordeste del Departamento, principalmente en Remedios, Segovia, Vegachí y Yalí, cuyo acumulado se le ha ocultado al público por la conocida vieja maña del gobernador de “envolver en huevo” las cifras de homicidios. No importa, la Fiscalía y los lugareños llevan muy las cuentas.
Ya la cosa en Medellín ha pasado de castaño a oscuro: cinco policías muertos en pocos días, tres Comunas alteradas, principalmente la 8 y la 13 y, según FENALCO, cerca de 25.000 comerciantes vacunados. De la ciudad relativamente sosegada que entregó el alcalde Luis Pérez Gutiérrez hace nueve años, va quedando poco bajo los tres gobiernos aficionados que le han sucedido: Fajardo, Salazar y Gaviria.
Se necesita ser un amateur en asuntos de gobierno para no entender que el asunto de la violencia urbana no se soluciona solamente con bala venteada, sería algo muy frágil y pasajero, sino que el plomo hay que acompañarlo de acciones de educación para el empleo y el desarrollo humano, con ocupación permanente y generación de riqueza a través del emprendimiento fondeado con ayudas públicas generosas.
El asistencialismo no basta y cuando se haga necesario debería ser transitorio y para casos puntuales, todos los que sean precisos.
De la falta de experticia para el manejo de la seguridad dan cuenta aberrante: primero, el gobernador Fajardo se volvió cronista a distancia de las tragedias a través de Twitter, su secretario de Gobierno le manda fotos para ilustrar las crónicas y, segundo, tanto el alcalde Gaviria como el secretario de Seguridad no saben responderle a los periodistas sobre aquellos lugares de la ciudad a donde no dejarían ir a sus hijos y pretenden, algo ridículo, que con tan solo 25 policías judiciales podrían atender la avalancha de extorsiones que pesan sobre los comerciantes.
Tiro al aire: las tareas de gobierno no responden precisamente a conocimientos en ciencias exactas, como las matemáticas, sino a la experiencia que se obtiene en las calles a diario. Por eso Nixon solía ir a la tienda del barrio a escuchar a los vecinos.