Por: Jorge Mejía Martínez
Para escribir sobre la inseguridad en Medellín, no son necesarias las cifras. No es sino mirar los titulares de la prensa o hablar con cualquier persona en cualquier sitio de la ciudad. Todos los aspirantes a la alcaldía, coinciden en el tema. La inseguridad en todos los rincones no deja dormir tranquilo a nadie. Mucha gente anda armada entre nosotros. Parece que conseguir una pistola o un revolver es muy fácil; se compra o se alquila por horas. Algunos muchachos con un arma en la mano son un serio peligro para la comunidad. Las balas perdidas ya han matado a más de un inocente, niño o anciano, ajenos a cualquier confrontación entre las bandas y los combos. La cantidad de hinchas enfrentados cuchillo en mano en el estadio el pasado sábado, a pesar de las exhaustivas “raqueteadas” de la policía, produce tristeza y desazón.
Las llamadas fronteras invisibles son una tortura para los padres de familia. Nadie deja ir tranquilo a su hijo a la escuela, colegio, a buscar trabajo o a trabajar, porque nadie está exento de pasar por un sitio donde no hay ninguna señal de prohibido el paso, así en los postes de la energía pongan signos de colores para marcar territorio como hacen los perros con la orina. Por pasar de una cuadra a otra han sido asesinadas muchas personas. Eso fue lo que se dijo del joven artista de la comuna 13 asesinado hace pocos días porque supuestamente estaba en el lugar equivocado. Esas fronteras impuestas por los violentos son abominables.
En el barrio El Poblado, Parque Lleras, al parecer indigentes, asesinaron a un hombre bueno en su propia casa por robarle unas bolsas de café, azúcar y cachivaches. Tener un celular en la mano o una simple cadena en el cuello, atrae la desgracia.
Las autoridades civiles y policiales, hacen todo lo que pueden. Son incansables. Nos consta el esfuerzo del alcalde Alonso Salazar y de su Secretario de gobierno, lo mismo de los comandantes y agentes de la policía, pero los dolores de cabeza por la inseguridad no se atenúan. El alcalde acaba de reconocer en el recinto del Concejo de Medellín al dar cuenta de su gestión positiva en muchos campos, que la violencia no lo deja descansar. A nosotros tampoco.
La confianza es clave. Si la gente no confía en las autoridades, estamos perdidos. ¿Quién más nos va a cuidar? Por ello cualquier sombra de corrupción sobre la actuación de miembros de la fuerza pública, hay despejarla cuanto antes. La masacre de cinco personas ocurrida en el barrio Santander, inmediatamente después de abandonar la estación de policía, a pesar de la solicitud de protección hecha por los jóvenes para salir del sector del cual eran vecinos con hostilidad, debe esclarecerse sin tardar. Lo mismo que la complicidad de las motos policiales, con los micro expendios de droga en barrios como Trinidad. Las dudas de los ciudadanos sobre el comportamiento de los que portan el uniforme de la autoridad o sobre la capacidad de la justicia para actuar con prontitud, contribuyen a la impavidez. La indiferencia nos puede golpear mañana.
Se volvió una obsesión social tener sosiego en el alma y en la casa. También la esperanza de que los viejos sean enterrados por los hijos y no al contrario, como ocurre ahora. La tranquilidad es un sueño al que no podemos renunciar.