Por: Jhon Fredy Hoyos Murillo
Las opiniones expresadas en esta columna, son responsabilidad de su autor
Se puede ser tomista o liberal según la vocación de quien adhiere, en cada caso se asume un cuerpo de doctrina, una regla moral, una metodología. Pero no se adhiere a la persona de Santo Tomas de Aquino (padre del tomismo) o de John Locke, Kant, Descartes o Rousseau (filósofos liberales). El tomista y el liberal abrazan una idea, se elevan al debate, a la confrontación, a la reflexión, iluminados por el candil de una idea, de un pensamiento crítico. Todas las categorías conceptuales de su cultura, de su hacer, de su realidad histórica, deben de pasar por ese tamiz ideológico. Se sigue una idea por convicción real, no por interés egoísta oportuno.
Tan elevada introducción para ilustrar la mezquindad del hecho político en Colombia. No hay adhesión a una idea sino a una persona, no se tienen ideas sino apetitos, no hay idealismo: hay clientelismo. En el análisis político se viene planteando un lugar común, un concepto inane y peligroso: la negación de la ideología, la lealtad política (como virtud) a causas personales a los proyectos caudillísticos sin fondo, sin base doctrinal.
Nada más contradictorio, más alejado de la realidad, la política es, por antonomasia, la esfera del debate ideológico, negarlo sería un absurdo manifiesto:
-“Mi candidatura está por encima de los partidos”, -“Se debe seguir a la persona, al político no a las ideología”, -“Yo voto por el candidato, no por el partido”
¿Cual es la diferencia entre un conservador y un liberal?, García Márquez dice que la diferencia es que unos van a misa de 6 y otros van a misa de 7; Álvaro Saloom Becerra muestra una diferencia escatológica y muy cómica, también literaria pero no me atrevo a trascribirla. La diferencia existe y tiene que proclamarse y respetarse y, es más, ante este nuevo fenómeno colombiano del fortalecimiento de la derecha ideológica y del surgimiento de una opción de izquierda democrática, tiene que ser un mandato señalar sus diferencias conceptuales, que las hay. Nos hemos acostumbrado a los hechos que niegan este principio ideológico: gobiernos que compran con dadivas bancadas contrarias, en principio, a sus propias bases políticas; políticos que adhieren o rompen alianzas que ya ni siquiera se preocupan por explicar y con una tranquilidad pasmosa; empresas o firmas electorales, que viven mientras dure la campaña, pero que desaparecen al otro día de elecciones y tienen la desfachatez de llamarse partidos o movimientos. Es una democracia baladí.
Estas son las consecuencias de nefasto Frente Nacional, el país se sumió en el limbo ideológico, los partidos políticos que antes, en extremo inaceptable, mandaban a matarse a machetazos a sus militantes, ahora y desde entonces, se reparten muellemente el poder, conviven en la succión eterna de la ubre burocrática, no se mueven en el debate político por la defensa de ideas y convicciones sino por adherencias personales y apetitos de bolsillo. Es cínica la clase política, desprecian sus propios ideales, agarrarse al poder es lo único que respetan estas castas colombianas.
El clientelismo excluye y condena las convicciones, el candidato Juan Manuel Santos, les llama “completos imbéciles” a aquellos que las tienen, esa fue la respuesta pendenciera a un reclamo, a un señalamiento con pruebas, por su falta de coherencia política en sus posturas políticas del pasado. Nohemí Sanín carga con la tara de haber cambiado de atuendo ideológico y político, así como cambia sus costosos vestidos; esta semana, ella misma y porque lo sufría, llamaba a la unión de su partido y criticaba las adhesiones de sus copartidarios a otros proyectos electorales. Se olvida el doctor Santos quien funge de liberal, que la coherencia es el tercer principio de la racionalidad, de la democracia liberal, así lo señala Kant en “La crítica del juicio”, la coherencia en política no es, por tanto, una opción: es un imperativo.
Un país no vive sin su política, ella es necesaria para el cuerpo social y es en los partidos políticos estructurados y fuertes, donde ésta puede desarrollar su ideario, su método y su praxis cuando asume el gobierno o cuando realiza la necesaria y olvidada tarea democrática de la oposición.
1 Frase que alude el doctor Ramón Elejalde en Sinergia Informativa, de un indio de su pueblo, cuando se le preguntaba por la diferencia entre los dos partidos políticos tradicionales.
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