Por: Alfaro García

José Saramago es tal vez uno de los escritores que actualmente gozan de gran aprecio y respeto en el mundo de las letras.  En 1991, publica  “El Evangelio según Jesucristo”, texto que creó una enorme polémica en Portugal, donde fue considerada una novela ofensiva para los católicos. Sin embargo, ha recibido multitud de premios y honores, entre ellos el Premio Nobel de Literatura de 1998.

Con "Caín", Saramago regresa al tema religioso, donde sin duda alguna, hace un irreverente, irónico y sarcástico recorrido por diversos pasajes de la Biblia; el tejido de la obra está basado en diferentes pasajes y personajes del Antiguo Testamento, donde se ilustra y se recrea la vida de Adán, Eva, Caín, Abel, Abraham, Isaac, Job y Noé, entre otros, ocupando un espacio fundamental en la trama de la obra, poniéndolos en escena desde una óptica particular.  Sin duda alguna, Caín debe ser leído sin prejuicios, sentencias o estigmatizaciones, de lo contario no podrá entenderse ni recrearse en la mente del lector.

Saramago, de forma amena y bien contada, cambia la figura o imagen que se tiene de Caín, liberándolo del castigo por asesinato y permitiendo que éste vague libremente, conociendo y reconociendo la obra de Dios a través de diferentes aventuras; es así como la novela presenta personajes inverosímiles, mezclados con aquellos que sólo existen en el inconsciente de los cristianos creyentes; de la misma manera recorre ciudades, campos, desiertos y hasta palacios de tiranos, donde el amor se confunde con placer, libertinaje y extravagancia.  En su discurrir hoja por hoja, a la mente del lector vuelven aquellas imágenes infantiles, de cuando la historia sagrada fue contada y explicada bajo una sola versión; Caín, bajo la pluma de Saramago, se muestra como un hombre perspicaz, complejo y racional que, aún apesadumbrado por el sentimiento de culpa que le produce la muerte de su hermano Abel, mantiene un carácter firme, que lo induce a la autocrítica y arrojo, haciéndole ver a Dios su responsabilidad consciente en tan lamentables hechos. 

La intención del autor parece no ser la de alimentar el ateísmo o desconocimiento de Dios, sino más bien permitir analizar la forma de cómo fueron construidos aquellos relatos milenarios que han permitido aglutinar creyentes alrededor de personajes míticos o fantásticos; tal vez Saramago pueda inducir a la duda, pero sin violentar ni crear dogmas; él solamente recrea e ilustra lo que muchos más han pensado pero no se han atrevido a decir y menos a escribir.

Qué bueno sería que en cada pueblo, barrio o vecindario se formaran grupos con interés literario, donde el debate y la tertulia -sin diferencia de edad, raza o credo- permita la discusión de los textos; de ahí que sea el momento para invitar a leer y compartir el libro de Saramago con mente abierta y desprevenida.