Balmore González

Por: Balmore Gonzalez Mira 

Recurro al tema de mayor impacto en la opinión colombiana en los últimos días para, con tranquilidad, sacarme un clavito sobre  la columna que publiqué hace tres semanas y que titulé “La nueva gran generación colombiana”, cuando aún no había estallado el peor escándalo en un estado de derecho, como es la corrupción de la justicia.   Decía palabras más, palabras menos,  que se escuchaba en los pasillos judiciales los valores de las sentencias en los diferentes despachos y tribunales, dependiendo del tipo de proceso que allí se adelantara. No solo algunos lectores, sino algunos colegas salieron a decirme irresponsable por tal afirmación sin fundamento. Otros se rasgaron vestiduras pues no  demoraba alguien en denunciarme por injuriar y calumniar a algunos H. magistrados.  H. con mayúscula y magistrados así, con minúsculas.

Dije también que los abogados no nos habíamos preparado todos para ser jueces, pero que quienes lo fueran deberían hacerlo con todo el rigor que tan dignísimo cargo merece y requiere, como es  la administración de justicia…finalmente afirmé que esa nueva generación colombiana apenas estaba por nacer y por formarse, porque la actual estaba pasada y marcada por unos momentos históricos demasiado oscuros y unos episodios con unas herencias malditas que habíamos recibido y de las que no habíamos sido capaces de desligarnos.  Pues bien, acá expreso mi satisfacción de haber puesto el ojo sobre un tema recurrente y que resultaba ser tabú para muchos, como es el de saber que en nuestro país, el peor delito era no tener con que pagar el valor que se habían fijado algunos investigadores y juzgadores para “sentenciar la inocencia de una persona”. Pero lo tengo que destacar  también, con el gran dolor que expresan mi corazón y mi alma al sentirse traicionados por la deslealtad de este acto humano, que deja en entredicho una vez más el nombre de los abogados y sobre todo, el de los abogados investigadores y juzgadores. Es aquí donde afloran la falsedad, la desazón y la ignominia, incapaces de perdonarse,  cuando como en el caso de  esos H. magistrados habíamos confiado nada más y nada menos que la administración pulcra de la justicia de todo un país.

Y es que ya queda por lo menos duro, sino difícil, seguirles  diciendo en las audiencias públicas   H.  magistrados,  su excelencia o con sumo respeto o su señoría; ellos han hecho que les perdamos el respeto, ellos han perdido su señorío, ellos ya no son la excelencia de la justicia. Ellos ya no son honrados; han deshonrado sus cargos, sus responsabilidades y nos han causado una profunda decepción. Y de paso han traicionado el código de Sócrates y al menos varios de los mandamientos del abogado que rezan:

  1. La abogacía es un arduo ejercicio puesto al servicio de la justicia.
  2. Tu deber es luchar por el derecho: pero el día que encuentres en conflicto el derecho con la justicia, lucha por la justicia.
  3. Leal para con tu cliente, al que no debes abandonar hasta que comprendas que es digno de ti. Leal para con el adversario, aun cuando él sea desleal contigo. Leal para con el juez que ignora los hechos y debe confiar en lo que tú dices; y que, en cuanto al Derecho, alguna que otra vez debe confiar en el que tú le invocas.
  4. Ten fe en el Derecho, como el mejor instrumento para la convivencia humana; en la justicia, como destino normal del Derecho; en la paz, como sustitutivo bondadoso de la justicia; y sobre todo, ten fe en la libertad, sin la cual no hay Derecho, ni justicia, ni paz.

Pero también creo que si su vergüenza les alcanza, les daría para no ser capaces de recomendar a sus herederos el último mandamiento establecido: “Trata de considerar la abogacía de tal manera que el día en que tu hijo te pida consejo sobre su destino consideres un honor para ti proponerle que se haga abogado”.  Mientras tanto uno se pregunta, ¿será que ya les suspendieron provisional o definitivamente sus tarjetas profesionales?

Quedan hombres buenos, probos y honestos en la justicia colombiana, ejemplo de pureza,  porque no todos son malos. Quedan algunos Honorables Magistrados. Dirán que hay que buscarlos con lupa, pero como en las mejores épocas de la historia griega, como Diógenes de Sinope con su lámpara encendida a la hora de un sol canicular decía que “buscaba hombres” (honestos), saldremos a rescatarlos para bien de la misma justicia y de la patria entera, porque no podemos seguir soportando una vergonzante como la actual, liderada por unos sátrapas del derecho.