John Fernando Restrepo

Por: John Fernando Restrepo Tamayo

Tuve la enorme fortuna de aterrizar en Quibdó este fin de semana por asuntos estrictamente académicos. Tenía el compromiso de trabajar un seminario sobre Fundamentación de Derechos Humanos a nivel de maestría. Todo evento académico en un espacio nuevo siempre genera preguntas e incertidumbres. Siempre aparece la duda de cómo pueda interpretarse un tema tan sensible, polémico y agudo como los Derechos Humanos. Pero llegado el momento, las dudas pasan a un segundo plano y solo hay lugar al debate y a la confrontación de ideas alrededor de lecturas previas, teorías, argumentos y confrontaciones.

De la ardua experiencia, dado el cambio de clima y las extensas jornadas de trabajo intensivo, me queda una sensación de asombro y de satisfacción. Asombro porque el nivel de interacción académico superó con creces toda expectativa. Satisfacción porque pude sentir que en términos de ideas y de argumentos los problemas políticos y de infraestructura, que tanto les aquejan, pasaron a un segundo plano.

Del Chocó en general y de Quibdó en particular, se pueden decir miles de cosas. Se pueden hacer miles registros que resultan ser zona de interés para abogados, politólogos, políticos, ambientalistas, mineros, médicos, ingenieros o contratistas. Pero lo que debe sobresalir como principal virtud es su gente. Su calidad humana es la mayor riqueza posible con la que puede construirse una sociedad decente y dicha condición está en Quibdó. Quisiera resaltar cómo en estos días de trabajo y de contacto humano pude advertir de forma recurrente su espontaneidad, su transparencia, su vocación de servicio. Su capacidad de síntesis y su percepción real sobre lo que significa el pluralismo y la diversidad étnica. Reconocer al otro y presentarse ante el mundo con plena conciencia de su naturaleza afrodescendiente. Una cosa es el pluralismo cultural que consagra nuestra Constitución, otra cosa es verlo hacerse realidad en un escenario concreto. Ese escenario es Quibdó.

Alegría, danza, música, ritmo, complicidad, confianza, comprensión, tolerancia, pescado con queso y ron. Una risa enorme en cada rostro que se ilumina gracias al brillo de los dientes más blancos. Moto-taxis en todas partes y sus pitos de avispa. Agua prohibida porque no es potable. El reto y la esperanza en cada cuadra. Arena, piedra y oro. Un sol ardiente. Chaparrones de días enteros como los vividos por Isabel en Macondo.

En los días que componen el fin de semana de mi estadía, la prensa local anunciaba tres premios, que a nivel nacional, sus estudiantes universitarios ganaban en concursos académicos del orden literario, artístico y procesal constitucional. Queda mucho por hacer. Pero Quibdó es una plaza que se reserva para sí lo esencial: la mejor versión de su gente. Por esa sola condición quedo confiado en que todo es posible. Se requiere buena voluntad y la comunidad lo sabe. Desde el aula de clase se advierte una renovación. Ojalá tengan el espacio real para alcanzarlo porque la ciudad se lo merece y el recurso humano, que se cualifica con enorme sacrificio y responsabilidad, tiene en su cabeza la estructura de una sociedad diferente y renovada de cara a las exigencias del País que le reclama el mundo y la historia.