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Los animales tienen los sentidos más agudos que los humanos. Por esta razón, las detonaciones de pólvora los pueden llevar a comportarse de manera anormal y generar pánico y estrés, lo que los puede llevar, finalmente, a la muerte.

Los estragos son irreparables. En un evento como la alborada del amanecer del 30 de noviembre y el 1 de diciembre, las aves huyen de sus nidos por el ruido de los estallidos, abandonando los pichones, los cuales no podrán sobrevivir al no contar con el calor necesario para desarrollarse.

Al tratar de huir de las explosiones, algunas aves mueren al chocar con ventanas y edificios. Por ejemplo, los murciélagos pierden la orientación y se estrellan contra vehículos, postes y edificios.

En los animales de compañía son comunes los traumatismos severos, especialmente en los sentidos visual y auditivo, así como la afectación de las estructuras aéreas.

Sensaciones de perturbación de la localización y sobreexcitación que desencadena una respuesta de huida, que a la vez puede provocar colisiones.

En muchos casos, los animales de compañía salen huyendo estresados por las detonaciones y se pierden. Otros se tiran por los balcones o son atropellados por vehículos.

La calidad del aire del Valle de Aburrá se ve afectada durante las actividades que tienen como protagonista la quema de pólvora. En noches como la alborada, el Día de las velitas, Navidad y Año Nuevo, el material particulado asociado a la quema de pólvora aumenta considerablemente.

Cuando los seres humanos están expuestos a una quema masiva y prolongada de pólvora, se exponen a respirar la combustión que producen los elementos con los cuales fabrican estos artefactos. De allí se desprende el material particulado PM2.5, prácticamente invisible, que puede ingresar fácilmente a los pulmones, produciendo efectos nocivos en la salud.