Por Jaime A. Fajardo Landaeta
Los habitantes del Oriente antioqueño, en especial las víctimas del conflicto armado así como las organizaciones sociales, avanzan en el proceso de reconstrucción de la memoria histórica de los hechos violentos a que fueron sometidos.
En ese sentido, el municipio de Granada acaba de inaugurar el Salón del Nunca Más, que cuenta con 250 testimonios de personas sobrevivientes. En la ceremonia de inauguración, los familiares se aglutinaron frente a las fotos de sus parientes sacrificados por los grupos armados ilegales o asesinados y luego presentados como “falsos positivos”, que no fueron pocos.
Se trata de un espacio para insistir, con fines de catarsis, en la pesadilla de las tomas guerrilleras, las masacres ejecutadas por los paramilitares, los desaparecidos y todas las formas del calvario padecido por esta vasta comunidad.
Estas iniciativas no son nuevas en la subregión: Argelia, Sonsón, Nariño, La Unión, La Ceja, Cocorná, San Francisco y otras localidades desarrollan de tiempo atrás actividades similares, que seguramente allanarán el camino hacia la reconciliación y sobre todo para que algún día se produzca la reparación integral y se aplique verdadera justicia.
El país le debe al Oriente antioqueño lecciones ejemplares en el manejo de los temas humanitarios, en la lucha y atención al desplazamiento forzado, la desactivación de las minas antipersonal, los acuerdos humanitarios con grupos armados, que en su momento se realizaron, para atenuar la intensidad del conflicto y recuperar a civiles en manos de los ilegales. La concurrencia de estas iniciativas produjo el Laboratorio de Paz que se convirtió, en su momento, en la mejor opción para habilitar la región para la convivencia y la paz.
Este acumulado social, esta integración de esfuerzos alrededor de las organizaciones de víctimas, sigue demostrando que no solo con seguridad democrática se consiguen los objetivos de la reconciliación, la verdad y la justicia. Las acciones humanitarias y el tratamiento de los problemas del conflicto desde la región, desde las víctimas y las personas en los territorios se convierten en la mejor manera de reconstruir el tejido social y lograr niveles de convivencia.
Ahora bien, el Laboratorio de Paz debe enfocarse en el desarrollo de iniciativas más profundas como la definición de la Provincia del Oriente, un resultado que sería ideal para culminar su gestión. En el entre tanto, debe mantener su accionar humanitario, fortalecer el desminado humanitario, atender el desplazamiento y a las víctimas del conflicto, y no quedarse sólo en la concreción de unos proyectos y en la inversión de unos recursos.
Es fundamental que las propuestas de paz que dejó a la deriva la actual administración departamental recobren vida y se consoliden; es secreto a voces que algunos funcionarios trabajan por su paulatino desmonte.
Aunque se precisa de una ley orgánica de ordenamiento territorial hay que insistir en el ideal de la Provincia. Esta posibilidad le abre a la junta directiva del Laboratorio de Paz, a los alcaldes, a los empresarios, a la iglesia, a los procesos constituyentes, a las comunidades y ONG de la región una oportunidad histórica. Se podría demostrar que así como cuando soportaron todo el rigor del conflicto fue posible lograr la unidad para levantar iniciativas que permitieron superarlo o al menos atenuarlo, hoy también es factible conformar una gran alianza subregional para que este territorio se convierta en un verdadero laboratorio social, en una Provincia que facilite la reparación integral a las víctimas y anule cualquier asomo de repetición de la orgía de sangre y violaciones vivida.
Fueron muchas las víctimas, fue grande el esfuerzo, fue mayor la unidad y la esperanza, pero hoy más que nunca se requiere culminar la tarea que comenzamos años atrás y que tuvo en Guillermo Gaviria y en Gilberto Echeverri, en los constituyentes y en las organizaciones sociales a sus grandes impulsores. Por su memoria y por el futuro de la región, otro Oriente es posible, como lo señalan muchos de sus habitantes.