Por: Diego Calle Pérez
Todo columnista dice mucho y nada. Las columnas son recovecos de una serie de puntos de vista que se quieren dar a conocer. Algunas están cargadas de objetividades y otras hasta de sandeces. Desde muy joven leo incansablemente columnistas. Desde erase una vez ecos y comentarios del periódico azul de la quebrada ayura hasta el más liberal de la quebrada de la Iguana. Con el invento diabólico del internet se pueden leer columnistas de todo el país, el continente y del mundo del este y oeste. Los columnistas cotizan periódicos y revistas, en especial se venden, aún más, si escriben para los domingos. Muchos son los lectores que madrugan a misa en familia, compran el periódico y se toman el café en el atrio de la Iglesia. El periódico no desaparece con la modernidad, tiende aumentar sus más fieles seguidores. Las recetas de cocina y los coleccionables son la mejor respuesta a los lectores de semana. El columnista, es en muchos casos, amigo personal de un editor, de un periodista o del dueño del periódico o revista. Pocos son los columnistas que reciben remuneración alguna por su flamante disertación semanal. Si lo escribe Antonio Caballero, tiene credibilidad, si lo escribe la colombo-española Salud Hernández tiene eco en la radio, si lo escribe Felipe Zuleta tiene critica, si lo escribe Héctor Abad tiene resonancia en la conciencia moral, si lo escribe Maturana se pierde el tiempo, pero se gana en experiencia, si lo escribe y lo lee el roncón de Héctor Rincón tiene coraje con el aval del que patrocina su espacio, si lo escribe Daniel Samper Ospina tiene chiste y bufonería medieval. Si lo escribe José Obdulio Gaviria tiene sangre en la herida, si lo escribe María Jimena Duzan tiene mucho de mujer polifacética como para coctel y tertulia de hora 20 cada día, si lo escribe Juan Gabriel Uribe tiene algo de acomodo en lo político, si lo escribe Alejandro Gaviria y su hermano Pascual, dos que saben hacer el quite de lo más coyuntural. Si lo escribe William Ospina, tiene mucho de lo tropical que somos, si lo escribe Alfredo Molano, le llueve una que otra demanda en la fiscalía, si lo escribe Ramiro Bejarano, lo sustenta desde el estado. Si lo escribe Juan Gómez Martínez lo apoya Valencia Cossío, si lo escribe Juan José Hoyos, tiene mucho de tuyo es mi corazón, si lo escribe Javier Darío Restrepo, es una crítica al mejor estilo del periodismo objetivo y sereno, si lo escribe Santiago Montenegro tiene mucho de planeación.
Pero si lo escribe Diego Calle Pérez, no pasa mucho, y hasta me lo imaginaba, y no le daba la importancia necesaria, hasta que por estos días, me llegaba a mi correo personal el comunicado que yo tanto esperaba. Le insistía, a un rector de una prestigiosa universidad de la ciudad que camino y conozco, que me incluyera en su nómina para un curso de historia, y fui rechazado por haber escrito dos renglones de la injusticia cometida por no pagar los salarios a los profesores. La columna fue escrita hace más de siete años y me dicen que posa en los archivos de personal.
Afortunadamente es en una universidad privada y no en otro ente, bien sea oficial. Se imaginan que los frentes ilegales que operan en cercanías a mi pueblo natal leyeran todo lo escrito, o que Don Jenaro Pérez el flamante gerente-dueño de Colanta me entablara una demanda por injuria en la fiscalía. Creo que no saldría del búnker. Vaya uno a saber quién lo lee a uno. Ni tampoco me imaginaba que ya era uno de los tantos consultados en google. Ahora lo único que falta es que mis columnas me las rechacen mis propios amigos, que es para quien escribo, porque sientan que si me leen los condenan por ser cómplices de leer un hereje. Increíble que se condene a un profesor por hacer una crítica a una universidad que hasta adultero procesos de registro académico para un programa de salud, y que se tenga uno que callar después de haber sufrido en carne propia el exceso de desfallatez de incumplir un contrato laboral amparado en la constitución. Que uno se aguante el abuso de la guerrilla, la delincuencia común y la extorción, vaya uno a entender eso, pero de una universidad es el colmo. Y que uno no pueda ni siquiera escribir libremente, ya si me preocupa en lo que estamos sufriendo. Malo porque callas y malo si también se escribe. Ni en épocas de Pinochet en Chile. Ni en las pasadas épocas de Álvaro Uribe que era tan sensible de lo que decían y dejaban de hablar de él. Y para colmo, si uno vuelve a la finca, a los días ya llega la boleta de la guerrilla y uno con el miedo aquel de la edad media, y si está en la ciudad, ya tengo que preguntar en donde se puede enseñar. No vaya ser que he tenido por omisión ofender a mi recomendado. Son muchos los interrogantes que uno se hace al emitir conceptos. Aprendí a escribir de leer. Preparo libros, pero se quedan en mi computador por falta de editor. Me voy a contentar, no con que me publiquen, sino con que anexen en carpetas mis columnas en las oficinas de personal de colegios y universidades privadas. Y sigo afirmando lo mismo del tango Cambalache de Enrique Santos. Pareciera que todavía no superamos los mil años de la edad media. Y por un momento me sentí un columnista importante, ahora me chupo un bomboncito en una calabaza.
Dedico esta columna a Néstor Morales, director de Hora 20 de Caracol radio, que tanto escribe, lo leo y que tenemos un grande amigo en común.