Por: Gustavo Salazar Pineda
No dejan de asombrarnos ciertos comportamientos de algunas naciones y de unos pocos hombres y mujeres con sus contradictorias y sorprendentes conductas.
Durante mucho tiempo el mundo ha glorificado y colocado a los norteamericanos como gran potencia económica y nación líder dentro del contexto de países del planeta.
Quienes hemos tenido oportunidad de visitar este inmenso país nos hemos encantado con actitudes de los gringos que causan asombro y, a veces, nos arrancan una sonrisa irónica. Pongo de ejemplo lo que es común en el país del norte: un menor de edad no puede consumir una cerveza y muchos adultos pueden llevar consigo una bolsa de papel mientras la ingiere. Lo que sí puede un norteamericano infante o adolescente es adquirir un arma de fuego sin mayor dificultad, lo que ha permitido que muchos menores de edad norteamericanos hayan causado muchas muertes, lesiones y masacres en muchos estados de la unión americana.
Las mismas autoridades de los Estados Unidos que realizan ciertas conductas sexuales absolutamente normales entre cónyuges y consideran la prostitución punible en algunos estados, prohíben el uso de cigarrillos en lugares públicos pero, en cambio, consideran legal la marihuana.
Soy de los que miro con escepticismo e incredibilidad la inteligencia del pueblo americano, país donde, según se afirma, se patentan marcas de invenciones por miles todos los años.
Son tecnócratas y quizá científicos en muchas áreas, pero en lo que realmente vale la pena, el saber vivir, los habitantes de los 51 estados de la unión americana, no aguantan siquiera ser comparados con los refinados franceses, los cultos italianos y gocetas españoles.
Hace más de medio siglo, cuando estaba en pleno apogeo la guerra fría entre los Estados Unidos y la antigua Unión Soviética, cuando el poder lo detentaban los grandes titanes del siglo XX, John Fitzgerald Kennedy y Nikita Kruschev, ambas potencias se enfrascaban en una lucha para muchos loable, para otros absurda: la conquista de otros planetas, entre ellos la luna. Los norteamericanos se propusieron demostrar su primacía conquistando el espacio y llegando primero a la superficie lunar, lo que ocurrió en 1969, elevándoles aún más el ego a quienes se han creído y todavía se creen los amos del mundo. Los soviéticos encabezados por Yuri Gagarin iniciaron una campaña similar, la que se fue diluyendo con los años.
Es esta una competencia en la que se invirtieron y se siguen invirtiendo miles de millones de dólares que sirven para calmar el hambre de igual número de famélicoa africanos y ha tenido contratiempos y fracasos como el Challenger, que se incendió despegando de Cabo Cañaveral en la década de los ochenta.
No faltan los que prestan atención y conceden demasiada importancia a estos viajes de miles de millones de kilómetros desde la Tierra a Júpiter y recientemente a Plutón, sin que caigan en la cuenta de que el viaje más importante de la humanidad debe ser hacia la conquista de sí mismo, hacia la vida interior más serena, alegre y comprensiva.
El nivel de vida del norteamericano medio no pasa de ser una esclavitud perpetua de trabajo, falta de ocio productivo y una carrera vertiginosa y cruel por el pago de los impuestos y las facturas de esa sociedad altamente competitiva y rabiosamente consumidora.
Miles de técnicos en tecnología tienen los Estados Unidos y es, sin embargo, uno de los países donde la gente vive con un nivel de tensión y estrés altísimos y en el que se sabe con anticipación qué día, a qué hora y durante cuánto tiempo la gente se divierte.
Acaso sea cierto que nosotros los habitantes del trópico seamos demasiado rumberos y propensos a las fiestas y el descanso, pero ello me parece más sano y digno de alabar y no lo hacen los habitantes y nativos del país del sueño americano.
En estos días se le dio un inusitado despliegue mediático a la supuesta proeza de la llegada a Plutón de una nave espacial que viajó durante varios años y a la increíble velocidad de 45 mil kilómetros por hora, hasta llegar cerca al planeta más lejano de nuestro sistema solar, distancia sideral impensable desde la que envió fotografías del pequeño Plutón, que resultó ser otro planeta frío, cargado de agua, con temperaturas bajísimas y en el que, como era previsible, no existe vida vegetal, animal y menos humana.
La pregunta surge entonces: Con qué fin malgasta el dinero la NASA en algo que poco aporta a la humanidad? Además del ego que sigue engordando el pueblo gringo no veo otra utilidad en esta carrera de más de medio siglo por la supuesta conquista del espacio, cuando el hombre moderno no logra conquistarse, siquiera, a sí mismo.
Un medio impreso colombiano se ufanaba de contarle a Colombia, que dentro del grupo de ingenieros y físicos de la NASA con la nave que se acercaron a Plutón, haya colombianos.
No faltan los científicos que nos venden la idea, que no creo en ella, de que este es un paso trascendental para el ser humano. Agregan demás algunos observadores, que con este último paso se ha llegado al sueño de conquistar el espacio iniciado en1960.
Se ha repetido por estos días una manida frase, quizá aplicable a otros tópicos, pero no al que aquí ocupa nuestra atención, según la cual “el hombre necesita comprender su pasado para anticipar su futuro”.
Me reafirmo en lo dicho: la mente humana puede disfrutar con los retos, pues ellos hacen que su ego se infle, pero de aquí a que esta clase de logros y conquistas aporten algo significativo a la humanidad, es algo que pongo en duda.
La percepción que yo tengo del pueblo norteamericano no es muy distinta a la de la señora Edith Wharton, aristocrática mujer de los Estados Unidos, quien viviera por muchos años en el viejo continente e hiciera un reconocimiento expreso de la forma en que viven los habitantes y nativos de la vieja, culta, refinada y liberal Europa, en tanto que se refería a sus paisanos carentes de curiosidad intelectual.
Para escapar de esta aridez cultural, intelectual y espiritual, solía la señora Wharton vivir por temporadas en París, escapadas que le representaban un oasis humano, artístico e intelectual.
No es extraño, por tanto, que mucha de la ciencia y la tecnología norteamericana se dediquen a la guerra o experimentos poco contributivos al mejoramiento de las condiciones de vida de su pueblo y de otras naciones, como se puede evidenciar en la desafortunada carrera armamentista del espacio, de las que tanto se encargan de hablarnos los noticieros y la prensa pro americana.
Qué distinta manera de ver la vida los gringos a la del gran escritor Azorín, literato de las cosas simples, sencillas y ordinarias de la vida y no las majestuosas, exóticas o extravagantes. Hace más de un siglo razonaba así Azorín, pensamiento con el que cierro esta diatriba contra la supuesta conquista del cosmos por parte de la NASA: “Nos hemos dedicado a buscar exclusivamente lo rudo, lo escogido, lo exquisito y desdeñar lo ordinario ……. y es así que mientras cultivamos esas funciones más elevadas, la peculiar fuente de la alegría, que se halla en nuestras funciones más simples, muy a menudo se seca, de modo que quedamos ciegos e insensibles en presencia de los bienes más elementales y de las venturas más generales de la vida”.