Jaime Jaramillo Panesso

Por: Jaime Jaramillo Panesso

El restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos de Norteamérica han despertado los recuerdos de la caída del dictador Batista y la larga etapa castrista que aún no termina, pues el poder hereditario de la familia Castro Ruz se prolonga con Raúl, luego del ejercicio del mayorazgo de Fidel, el mítico guerrillero que formó el Movimiento 26 de julio, con bandera roja y negra y un himno libertario que aprendimos los jóvenes de la época. Lo transmitía Radio Rebelde por onda corta, que luego mutó en la emisora del régimen cuya consigna era “Cuba, territorio libre en América”.

La confrontación con Estados Unidos fue radical con ingredientes: la estatización de propiedades de los norteamericanos como ingenios azucareros, bancos, hoteles y por consiguiente el rompimiento de relaciones comerciales y diplomáticas. Y la salida hacia Miami de los empresarios cubanos afectados por la expropiación, manu militari, de todo tipo de propiedad privada. Así se consolidó la comunidad cubana en el exilio calificada por Fidel como una gusanera. Para entonces el Movimiento 26 de julio se trasformó en el Partido Comunista de Cuba, el gobierno se declaró marxista-leninista y se pasó al lado de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, hoy Rusia Federal) madre de todos los estados y partidos comunistas. ¿Qué precipitó ese cambio de bando de un país a 90 millas de la Florida, es decir, en las narices del estado más poderoso de la tierra? La invasión de un grupo armado compuesto por los exiliados en Miami que fue rápidamente derrotado en Bahía Cochinos. Fidel se consagró jefe único con su partido único, la izquierda mundial lo elevó a los altares de la revolución mundial inexorable. Para cumplir con el “internacionalismo proletario” Fidel comenzó a exportar la toma   del poder por las armas. Se organizaron guerrillas bajo el patrocinio cubano y en donde las había les inyectaron armas, dinero, asesores y preparación logística que recibían los iluminados combatientes en la propia Cuba. Por el mismo sendero se encaminó Ernesto Guevara que perdió su guerra en las montañas de Bolivia.

Por supuesto que todas las guerrillas colombianas abrevaron en las cantimploras y los vivacs cubanos desde el ELN, pasando por el Fuar, el Moec, el morral de Tulio Bayer Jaramillo, el M19 y terminando por las Farc, razón por la cual hoy están a cuerpo de rey en La Habana. Fidel y su régimen, al igual que las Farc, cumplido han 50 años de revolución mundial “inconclusa”.

Volviendo a la apertura de las respectivas embajadas después de 54 años de enemistad armada y vociferada, se escuchó la voz fantasmagórica de Fidel reclamando reparación de daños y de ofensas por miles de millones de dólares. Este reclamo debiera servir de ejemplo pertinente para que Cuba participe en la reparación de las víctimas de la violencia o el conflicto colombiano, puesto que fue el gobierno y el partido comunista cubanos los que armaron, entrenaron y protegieron a los guerrilleros criollos. Por ellos hay 220 mil muertos y millones de desterrados del campo, desaparecidos por miles y centenares de hectáreas y ríos contaminados que equivalen a la muerte del medio ambiente. La sindéresis de Fidel y Raúl Castro Ruz, comandantes supremos del Estado cubano, seguramente reconocerán su participación en este “fratricidio” y repararán, proporcionalmente, a las víctimas colombianas, con las mismas razones que piden reparación a los Estados Unidos. Mientras tanto, las banderas ondean y ondean. Y las palabras ruedan y ruedan. Polvo de los caminos, diría el cantor.