Por: Alfaro García
El homicidio, el tráfico y consumo de drogas, la prostitución, la amenaza a profesores y las agresiones físicas y verbales, son algunas de las graves situaciones a las que se enfrentan con cierta frecuencia las poblaciones educativas de algunas de nuestras escuelas y colegios. Ya es hora de que esta problemática se debata para lograr contrarrestar el impacto negativo sobre las metas planteadas por los gobiernos en materia de educación.
La primera pregunta que debemos hacernos es: ¿De dónde viene esa violencia?
La violencia intrafamiliar en nuestros hogares se manifiesta cuando un padre golpea a su esposa; cuando maltrata verbal o físicamente a sus hijos; cuando abandona el hogar; cuando ambos padres dejan la responsabilidad de la educación de sus hijos a los abuelos, tíos, vecinos o empleadas; cuando los hijos son testigos de las adicciones de sus padres; cuando los hijos maltratan e irrespetan a sus padres; cuando el Estado no puede garantizar el mínimo vital para cubrir las necesidades básicas familiares e, incluso, la escolarización de los hijos. En estas circunstancias, es prácticamente inviable la construcción de una familia armoniosa, basada en el diálogo, la comunicación y la convivencia, que garantice altos niveles de autoestima a todos y cada uno de sus miembros.
La violencia externa al hogar, se presenta en los barrios, donde grupos de jóvenes combaten a muerte por el control de un territorio, de la venta y consumo de estupefacientes, de las extorsiones, del boleteo y de la prostitución tradicional y mediante el sistema “prepago”. Pero esta realidad que en los barrios se manifiesta con amenazas, agresiones, daños a propiedad privada, lesiones físicas y sicológicas, y homicidios, obviamente incide en el entorno familiar. Con el agravante de la exposición permanente y sin orientación de niños y jóvenes a la violencia que se transmite irresponsablemente por los medios como la televisión y la internet.
Todas estas formas de violencia y muchas más que se dejan de mencionar, generan en el inconsciente colectivo referentes que pueden llevar al ciudadano común a “normalizarlas” y a incorporarlas en sus actos cotidianos. Esta agregación impacta de manera negativa la construcción de la escala de valores positivos en nuestra población infantil y juvenil, en proceso de formación. Lo peor que les puede pasar a estas nuevas generaciones, es el ejemplo de los adultos que han invertido la escala de valores, asumiendo conductas llenas de antivalores.
¿Qué podemos entonces esperar que suceda en la escuela? La respuesta es sencilla: si tenemos violencia en la familia, en el barrio y en la televisión, la escuela se convierte en un escenario más de violencia.
Hace unos días, una maestra me hizo la siguiente pregunta: “¿Cómo calificarle cero a un niño en ética y valores por su comportamiento, cuando su padre es miembro de una banda criminal?”
Creo que todos tenemos una deuda con esta maestra y muchos otros ciudadanos de bien que se vienen haciendo el mismo interrogante. Les debemos una respuesta y muchas acciones para empezar a mitigar el problema, con la idea de llegar a erradicarlo.
A mi modo de ver, la solución a esta problemática requiere mucho más que la construcción de muros, la contratación de celadores que vigilen las escuelas mientras los niños estudian y la intervención de la Policía en los colegios, ya que estas medidas no atacan las causas de fondo que generan violencia e inseguridad escolar.
Un buen comienzo podría ser la reformulación de una política pública de convivencia escolar asociada globalmente a la política de familia y educación, cuyos contenidos aborden el problema desde diferentes dimensiones, algunas de las cuales pueden ser:
– La Familia: la violencia escolar de niños y adolescentes debe tener primero la intervención y respuesta de los padres. Muchos casos tienen como raíz, la violencia intrafamiliar.
– Proyectos de vida: proyectos educativos institucionales que promuevan la autoestima, el valor de la vida, la comunicación, la convivencia entre la familia, estudiantes y maestros y su entorno social.
– Aprovechamiento del tiempo libre fuera de las aulas: espacio para los niños y adolescentes en cultura, deporte, recreación, educación, esparcimiento, artes, música; donde existan alternativas en las casas y en las familias sobre el uso del tiempo extracurricular.
– Asistencia profesional (psicología y trabajo social): la comunidad escolar representada en profesores, directivos, estudiantes y padres de familia debe contar con profesionales para la mediación pacifica en la resolución de conflictos y problemas individuales y grupales.
– Educación y formación en valores éticos: una escuela que prevenga el consumo de sustancias psicoactivas, la prostitución, la actividad sexual irresponsable.
– Política de seguridad y convivencia: las políticas públicas del Estado de prevención de delitos con oportunidades sociales y represión contra los criminales en la sociedad, que busquen comunidades pacificas con valores y principios donde la violencia pierda cada vez más espacio en la vida de la sociedad.
La solución del problema de la inseguridad en nuestros colegios y escuelas, tiene como principales protagonistas la familia, la comunidad educativa, el Estado y la sociedad. La búsqueda de una sociedad más pacífica, parte de una educación llena de valores, con el compromiso de todos.