Por: Carlos Mauricio Jaramillo Galvis
La década de los años 2000 fue testigo de una crisis económica de gran impacto producto del incremento de los precios de las materias primas (especialmente el petróleo y los alimentos), siendo el año 2008 en el que se reflejó con mayor impacto dicha crisis, pues los precios de muchas materias primas (cobre, ácido sulfúrico, soda cáustica, etc.) incrementaron sus precios hasta en un 600 %, a tal punto que sus efectos sobre la economía de muchos países europeos (España, Grecia, Alemania, Dinamarca, entre otros) fue devastadora, con repercusiones ya conocidas en una clara muestra que el sistema capitalista actual no está funcionando correctamente.
A la fecha, la gran mayoría de la población del mundo está anhelando un modelo económico alternativo al sistema capitalista, demostrado en una encuesta adelantada en Alemania y Austria en la que el 90 % de las personas entrevistadas desean ese cambio con un modelo económico alternativo más social, más democrático, más ecológico, con una distribución más justa. En otras palabras, que ese modelo económico ponga en el centro al ser humano y su dignidad, adaptado a una economía más real a las metas y los valores de las constituciones de cada país.
Christian Felber, fundador de Attac Austria, profesor de Economía de la Universidad de Viena, periodista independiente y escritor se ha ideado la “Economía del bien común” como un sistema que cobija todo lo señalado arriba apalancado en el Artículo 151 de la Constitución bávara: “toda actividad económica sirve al bien común”.
Dice el profesor Felber que en la actualidad hay dos reglas que guían el comportamiento de los actores del mercado: la competencia y el afán de lucro que de forma coordinada producen comportamientos y valores contrarios que no permiten fortalecer las relaciones entre las personas, las que deberían estar sustentadas en valores como confianza, honestidad, responsabilidad, cooperación, solidaridad y generosidad.
La idea de la economía del bien común busca transformar todos los principios y valores de la economía redefiniendo el concepto de “éxito económico” que se mide en el mundo a través de los indicadores monetarios (Producto Interno Bruto y beneficios financieros), pero que realmente no miden nada de lo que debería ser verdaderamente valioso para las personas: su entorno, su medio ambiente, sus necesidades educativas, etc.
¿Qué le puede decir a un ciudadano del común un PIB? ¿De qué le sirve a la comunidad en general las ganancias anuales de los grandes empresarios? El PIB no evidencia si un país está en guerra o en paz, si se vive en una democracia o en una dictadura, si se respeta el medio ambiente o se le destruye, si el reparto de la renta es justa o injusta, si hay hambre o se duerme con el estómago lleno, si la sociedad tiene confianza en sus dirigentes y legisladores o tiene miedo. En otras palabras, un PIB en crecimiento no debe ser confundido con el bienestar de la sociedad y, microeconómicamente un beneficio financiero alto, no dice nada de las empresas en materia de generación de empleo o si lo destruye, si la calidad de los empleos aumenta o baja, si los hombres y las mujeres de esas empresas se respetan mutuamente, si las empresas respetan el medio ambiente o lo contaminan. En otras palabras, el beneficio financiero no sirve para medir el éxito y la contribución de una empresa a la sociedad y al bien común.
Entonces ¿cómo pueden contribuir las empresas a la economía del bien común? Midiendo cómo va la dignidad humana, la solidaridad, la justicia social, la sostenibilidad ambiental y la democracia con todos sus grupos de contacto (proveedores, clientes, empleados), el entorno social y ambiental hasta las generaciones futuras. Los resultados de la medición no se basan en unidades de dinero sino puntos del bien común (entre 0 y 1.000) y de esa forma, los consumidores tienen una información muy clara antes de decidir sobre sus compras y las empresas que ofrezcan los mejores resultados del balance del bien común, obtendrían ventajas legales frente a aquellas empresas que no hacen ningún esfuerzo por el bien común: pagarían menos impuestos, menores tarifas aduaneras, créditos más baratos, prioridad en las compras y licitaciones públicas entre otras gabelas. El efecto inmediato sería que los productos éticos y justos serían más baratos en el mercado que aquellos que no son justos, éticos y ecológicos.
El proceso se viene implementando desde el 2010 y se han adherido más de 340 empresas europeas que apoyan el proceso y 120 de ellas implementan el balance del bien común, que se ha convertido en un movimiento político que vale la pena reivindicar.