Por: Gustavo Salazar Pineda
Muy oportuno me parece el reportaje que la revista Semana de mitad de mayo de 2016 hiciera al ex rector de la Universidad Nacional, Moisés Wasserman, en el que con mucha propiedad y autoridad intelectual aborda un tema esencial que en el mundo ha permitido guerras, fenómenos y conflictos de desigualdad social: la presunta moralidad y prepotencia de los líderes mundiales.
Previamente a la excelente entrevista del semanario con Wasserman, este intelectual colombiano había escrito un artículo en el diario El Tiempo en el que analizara el fenómeno de la aparente superioridad exhibida por nefastos personajes de la historia del talante de Hitler, Stalin o Mao Tse Tung. Salvo mejor opinión, el pensamiento expuesto por Wasserman va en la misma dirección de pensamiento de este columnista, expuesto sustancialmente en varios artículos reproducidos en este espacio de la internet.
Los dirigentes, ejecutivos y altos directivos de un país y de sus instituciones y empresas de estos tiempos carecen de humanismo y al mismo tiempo suplen su vacío como personas rectas y competentes con prepotencia, arrogancia y pretendida superioridad moral o intelectual.
Lo dijo en esencia el ex rector de la universidad pública más grande del país: “Creerse mejor que los demás ha sido históricamente un rasgo de quienes le han hecho mucho daño al mundo, porque la superioridad moral es un camino más fácil donde hay que pensar menos”. Agrega el ilustre formador universitario un argumento irrefutable: “Lo que distingue a las sociedades avanzadas es saber cultivar núcleos sociales muy valiosos que les permitan progresar”. El entrevistador le hace una pregunta a Wasserman que redondea mi idea que aquí he venido expresando desde hace meses atrás: “Cuáles podrían ser esos núcleos en Colombia?”. El entrevistado respondió con muchísimo acierto: “En un momento lo fueron las altas cortes. El respeto que había por ser sus miembros en el campo político y social era muy grande, pero la cascada de desprestigio que se les vino encima acabó con eso”.
Palabras más adecuadas y en el momento histórico que vive Colombia no he escuchado o leído en muchos años que reflejan la postración que viven muchos países en general y Colombia en concreto.
En tiempos pasados la clase política hacía lo que hace hoy: engañar, engatusar y robar al pueblo, pero a diferencia de la época actual, en los tiempos pretéritos algunos dirigentes políticos y los inmaculados y competentes magistrados que tenían las cortes servían para paliar la caótica situación de las naciones, incluyendo la colombiana. Una especie de pararrayos, de amortiguador constituían los togados y uno que otro probo alto funcionario público. Momentos hubo en Colombia que presidentes como Carlos Lleras Restrepo y procuradores de la talla de Mario Aramburo Restrepo o Jesús Bernal Pinzón, constituían los garantes supremos de la legitimidad democrática y las garantías de los derechos ciudadanos.
También inmaculados, sabios y probos hombres tuvo la Suprema Corte hasta el Holocausto del Palacio de Justicia. Treinta años después es difícil diferenciar un político corrupto de un magistrado prevaricador o venal, quizá no todos los de la justicia tengan los mismos vicios y mañas de los caciques electorales de otras décadas.
El oasis moral que era la alta magistratura en el desierto de la corrupción de los tiempos ya idos, aun cuando relativamente recientes, desapareció y en su lugar se apoltronó una ralea de algunos políticos disfrazados de administradores de justicia que invadieron como plaga la antes reputadísima y respetadísima majestad de la Diosa Temis.
Lenta pero perceptiblemente fuimos los colombianos viendo desfilar por la antes sacra casa de la justicia, el llamado Palacio de Justicia de la carrera 7ª con calle 11 de Bogotá D. C., mediocres caciques bogotanos y de provincia enquistados en el seno de la que antes fuera la augusta mansión de los administradores y discernidores de justicia que encarnaban el respeto por la ley y las libertades humanas.
A este estado de desbarajuste de la nación colombiana hemos llegado por las ambiciones desmedidas de quienes disfrazados de jueces colegiados rectos y sabios, han penetrado en el recinto sagrado de la justicia para beneficiarse personalmente de ella a costa de feriarla al mejor postor, conducta atribuible a algunos, no a todos los magistrados, venidos de la huestes políticas que fracasaron en los procesos electorales y encuentran escampadero en la preciosa rama del poder público con el fin de dar satisfacción a sus desmedidos apetitos de poder, vanidad y enriquecimiento personal.
Por fortuna los males de la humanidad no son eternos y como lo anota Wasserman con sinigual maestría: “Siempre habrá retrocesos porque así funciona el ser humano, pero soy optimista y pienso que podemos superarnos”. En el mismo sentido piensa este columnista y probablemente muchos de los lectores.