Henry Horacio Chaves P.
Hasta donde sé, la música no ha logrado cambiar sustancialmente el mundo, pero creo una necedad negar su utilidad como vehículo de transmisión de ideas y emociones. O como diría Aristóteles, su “poder moral” porque como argumentaba “la armonía y el ritmo parecen cosas inherentes a la naturaleza humana”. A ese poder moral de la música apeló en 1974 Pablo Milanés cuando sentenció “yo pisaré las calles nuevamente, de lo que fue Santiago ensangrentada y en una hermosa plaza liberada, me detendré a llorar por los ausentes”.
Milanés, el paisa Juanes, los españoles Miguel Bosé, Joaquín Sabina, Ana Belén y Víctor Manuel, unirán sus voces a las de 25 músicos más, los días 7 y 8 de noviembre, en el Estadio Nacional de Chile, para rendir tributo a la memoria de Salvador Allende. El concierto se denomina “Cien años, Mil sueños” y será el epílogo de la celebración del centenario de nacimiento del líder socialista chileno, que justamente gobernó a su país mil días.
Un concierto que, como el que se hizo en la frontera de Colombia y Venezuela, no cambiará nada en los equilibrios políticos ni en la manera de contar la historia, pero que sin duda servirá para insistir en el mensaje de la utilidad de la música y la palabra para alcanzar metas, por encima de las vías de hecho. Una nueva reivindicación de la inteligencia sobre la fuerza.
Hoy, cuando la izquierda se ha generalizado en los gobiernos de Sudamérica, parece una anécdota más recordar que Allende fue el primer marxista, en el mundo, que accedió al poder mediante los votos que convalidan la democracia. No fue una abrumadora mayoría, ni el ejercicio de un populismo que centra en el caudillo las esperanzas, los sueños y los temores. Sólo logró una ligera ventaja electoral en su cuarto intento, pero ya había sido ministro de salud y presidente del congreso. Es decir, había emprendido el sueño de cambiar a su país desde el escenario de la política, desde la democracia.
Por eso la recordación que durante todo el año se ha hecho de la figura de Allende, más que una fiesta marxista o un himno a las ideas de izquierda, es un homenaje a la razón y a la política. Es reconocer la determinación de un hombre que se jugó la vida por sus ideas, literalmente, pero que las defendió con argumentos y con la serenidad de quien sabe que por ese camino a veces se gana y otras se pierde.
Un mensaje que entre nosotros parece esquivo porque nos acostumbramos más al sonido de las explosiones y las balas que al de los argumentos. Por eso, mientras los artistas cantan, otros aquí siguen disparando. Pero los músicos no aspiran a cambiar el mundo sino las emociones y no aspiran a que les sigan por temor sino por el gusto de cantar en coro. Una idea superflua seguramente para aquellos anacrónicos que creen que es por la fuerza que se imponen las ideas y por eso persisten en una guerra inútil e inmoral, en contravía de la historia.
Mientras ellos siguen haciendo ruido y secuestrando, tres decenas de artistas seguirán cantando a la libertad que se consigue con ideas, como dice la propia canción de Milanés que ya citamos: “Retornarán los libros, las canciones que quemaron las manos asesinas. Renacerá mi pueblo de su ruina y pagarán su culpa los traidores”. Y qué bueno saber que entre esos artistas, estará el antioqueño Juanes, aquel que promovió el concierto del puente Simón Bolívar, quien en sus canciones ha reclamado la libertad para los secuestrados y ha insistido en el derecho que tenemos todos a la paz. El mismo que tendría dos años cuando Pablo Milanés prometió el regreso a Santiago y anunció que “Un niño jugará en una alameda y cantará con sus amigos nuevos, y ese canto será el canto del suelo a una vida segada en La Moneda”.