Por: Jorge Mejia Martinez
Lo pensé mucho, pero decidí suspender esta columna semanal en EL MUNDO. Es como dejar ir a un hijo. Escribiendo esto me llena la memoria el hermoso libro de Tomás Gonzalez, la Luz Difícil. Es la historia de un padre que espera la llamada con la noticia de la muerte de su hijo- quien decidió no vivir más postrado en una silla o en una cama- mientras se apagan sus ojos y la luz se vuelve esquiva. Dejar de escribir es morir un poco.
Decidí acompañar a Aníbal Gaviria en el reto de gobernar a Medellín tras el sueño de la Vida y la Equidad. A la ciudad se puede servir desde las páginas de un periódico como comentarista de sus rutinas o desde el gobierno. Asumo este último escenario porque también me parece emocionante; y si es con Aníbal, mucho más. Escribir y gobernar es toda una pasión. Es posible ejercer ambas al tiempo, pero no siempre es recomendable. Mucho más si escribir es una exigencia personal cotidiana, impajaritable. Una columna de opinión no puede convertirse en un boletín de prensa oficial con la firma y la foto de un escritor convertido en funcionario público. No es fácil sustraerse a la tentación de echar mano de la información privilegiada propia de los recintos o los escritorios estatales; o perderse en los vericuetos de comentar la política con la espada de Damocles sobre la cabeza; tampoco librarse de la tentación natural de escribir para echar vainas a los gobernantes o cabalgar sobre las necesidades insatisfechas de la sociedad. No se puede ser juez y parte al mismo tiempo.
Cuando fui Secretario de Gobierno departamental, 2004-2007, sostuve esta columna semanal en una decisión no afortunada. Creo que abusé de la confianza de los lectores y de las directivas de EL MUNDO. Lección aprendida.
Agradezco a los pacientes lectores la lectura de lo aquí expuesto, y sus comentarios favorables o no. Fueron mi razón de ser durante más de 12 años que llevo pegado de un computador cada 8 días para escribir 600 caracteres con una opinión que no pretendía ser compartida por ellos. No deja de ser un desfogue de vanidad tener la posibilidad de un espacio en una página de prensa para decir cualquier cosa. Sensata o no, interesante o no. Escribir una columna es un albur respecto al interés de los lectores: la oferta de columnistas es casi inagotable y hay muchos para escoger. El que lo lee a uno lo hace por una identidad voluntaria construida palmo a palmo, con la opción de pasar de largo. El masoquismo no tiene cabida al momento de abrir un periódico. Quien escribe una columna con ego de por medio, está vacunado ante la indiferencia de los lectores. Lastimoso. Recibir un comentario cualquiera es la mayor satisfacción y justificación. Ese es mi patrimonio más valioso.
Infinitas gracias a las directivas de este diario, mi periódico. A Guillermo Gaviria Echeverry, Irene Gaviria, Arturo Giraldo, Luz María Tobón y otros, por su generosa hospitalidad y tolerancia. EL MUNDO seguirá siendo mi casa. Siempre escribí con total libertad. Jamás me preocupé por si lo escrito no correspondía con la línea editorial del periódico. Escribir con convicción fue mi única limitación. No cabía más responsabilidad que mi conciencia. Gracias al diario liberal por ser tan liberal.
Aspiro a regresar a este mismo lugar luego de cumplir mis compromisos con la ciudad y con Aníbal. Con la venia de EL MUNDO y sus lectores, hasta luego.