John Fernando Restrepo

Por: John Fernando Restrepo Tamayo

Con la libertad que me permite haber descrito muchos pasajes del año por medio de estas breves líneas, entregadas de manera semanal, quisiera despedir el 2015 haciendo alusión a dos eventos relevantes. Uno catalogado como logro y el otro catalogado como el mayor fracaso.

El logro, obviamente, y sin requerir mayores dudas, es el avance en el proceso del desmonte militar de las Farc que se adelanta en La Habana. Lo he dicho en varias ocasiones, el proceso de negociación en La Habana no significa la paz; todo proceso de justicia transicional es imperfecto y jurídicamente trágico; el verdadero interés de las agencias neoliberales que respaldan el proceso no lo hacen por un acto generoso de concebir la reconciliación para Colombia sino que se les representa como la excusa perfecta para aprovecharse de la extracción, de la utilización y de la mercantilización de nuestros recursos naturales. Sin embargo, el conflicto armado no solo es innecesario y banal sino que nos desgasta y nos consume de una manera inoficiosa y ridícula. El logro más destacable del año es vincular a las Farc a la institucionalidad. Hacer que reconozcan de manera pública e irreversible que su opción de acceso al poder resulta inútil y, a lo lejos, ilegítima. El mensaje es claro: Colombia merece vivir sin Farc. Y en La Habana, las propias Farc han evidenciado que su rótulo EP era una falacia y que era hora de iniciar la transición. Este Gobierno se la jugó toda a esa opción y los resultados parecen estar a la vuelta de la esquina. Y si para lograrlo toca poner al país entero y a la institucionalidad patas arriba, el Gobierno está dispuesto a hacerlo, llevándose por delante al pueblo, si es necesario. Sumado al fin militar de las Farc, este proceso también es relevante porque a manera de espejo, ahonda el camino y las condiciones para que el siguiente grupo que se siente a negociar su transición sea el ELN, ojalá con Francisco de Roux SJ en la comisión negociadora.

El mayor fracaso, este año, tuvo su seno en la Corte Constitucional. La manera en que los magistrados se mostraron ante la opinión pública con el caso de Fidupetrol es, por decir lo menos, vergonzosa. Es vulgar. La posición del Magistrado Pretelt dista mucho del modo de obrar de un jurista que sienta respeto por la filosofía que encierra y encarna la Constitución. Su posición egoísta y visceral por defender su cargo ha contradicho lo que el constitucionalismo mismo pregona: la defensa de la justicia, la dignidad, la transparencia y la probidad. Pero el problema no es solo de Pretelt. Es de todos. ¿Por qué a nadie se le ocurrió renunciar? Porque, en sus adentros, cada quien defiende su feudo. Cada quien siente que está libre de pecado y que la responsabilidad es individual. Máxime si se habla de responsabilidad penal. Guardaron silencio porque tienen rabo de paja y mostraron que así como para la sociedad la Constitución está por encima de ella, ellos están por encima de la Constitución.

Con respecto al fracaso tuve varias dudas. Pues en el mismo rango del daño que se hizo a la Corte Constitucional desde adentro con la conducta indigna de sus magistrados, también quise mencionar los desmanes contractuales del Fiscal General de la Nación o la obtusa idea del saliente Alcalde de Medellín con sus parques y paisajes en la zona más light de la ciudad, cuando existen problemas estructurales como la educación, la seguridad y la institucionalidad en el resto de ella.

No quisiera dejar de mencionar a quien considero el personaje del año: PABLO MONTOYA. Autor de la obra Tríptico de la infamia con la que obtuvo el premio Rómulo Gallegos. Una obra seria, exquisita y estética de comienzo a fin. Propia de un ser humano extraordinario y de un profesor-escritor que hace de su trabajo un estilo de vida. Y de su estilo de vida una manera de retratar al mundo con palabras. Un arte que él tiene la gracia de hacer con notoria facilidad.