Juan David Palacio Cardona, director del Área Metropolitana del Valle de Aburrá.

Por: Juan David Palacio Cardona*

Los supermercados y plazas de mercado deberían exigir un sello distintivo con el que se logre identificar la procedencia de lo que consumimos, el método sostenible utilizado para su elaboración y su huella ecológica.

Cuando estás consumiendo algún producto o alimento, te has preguntado de dónde proviene. Si la respuesta es no, es hora de pensarlo. Todo lo que comemos o utilizamos requiere procesos que, en ocasiones, son altamente contaminantes y nuestro papel es actuar de manera responsable con el cuidado del planeta: la sostenibilidad, en términos ambientales, debería estar en nuestra genética. Esto no es algo para generar confrontaciones, sino para resaltar que la tierra nos necesita; estamos en una cuenta regresiva y, si queremos perdurar como humanidad, el 2050 es un año límite y clave para lograr cambios reales.

Para hacernos una idea, el sistema alimentario genera más de un tercio de las emisiones mundiales de Gases Efecto Invernadero (GEI), según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Es un sector necesario para la vida y el bienestar humano pero, por ejemplo, sus técnicas no son tan sencillas como para decir que el pequeño productor deforesta unos metros cuadrados de su granja para convertirlos en potreros o que desvía el cauce de las aguas o monta un sistema de riego para sacar adelante sus artículos sin alterar los ecosistemas naturales.

Es por ello que los agricultores, campesinos o granjeros deben ser formados por el Estado y la academia en procesos amigables con el medio ambiente para que sean conscientes de los efectos que generan con su producción y de la importancia de mitigarlos. Eso sí, teniendo en cuenta que estas acciones no dependen solo de nuestro país sino de todo el mundo, porque solo así se contribuirá a la disminución global de gases contaminantes, con lo cual se garantizará la calidad de vida de las personas.

Justamente, en esa tarea, las cadenas de distribución –como los grandes supermercados y las plazas de mercado- tendrían la obligación de exigir un sello distintivo con el que se logre identificar el origen de la mercancía, el método sostenible utilizado para su elaboración y su huella ecológica. Con esta información podríamos hacer una compra responsable porque sabríamos de dónde proviene la materia prima, dónde fue envasado, procesado, cultivado o criado el producto.

Así, cuando estés comiendo una carne –por ejemplo- podrás saber que el bovino que consumes estuvo en pastizales aptos y no en potreros que nacieron de la tala de un bosque, con el que se alteró un ecosistema. Con esta etiqueta también podrías asegurarte de que el pescado que ingieres no es una especie en vía de extinción, que el procedimiento para cosechar el aguacate o las otras verduras de la ensalada no secaron una cuenca, por la utilización de un sistema de riego no autorizado o que con el uso de pesticidas no se afectaron animales indispensables, como las abejas, que son las responsables de que el 75 por ciento de alimentos lleguen a nuestras mesas.

Ahora bien, esto no solo aplica para el sector agrícola sino también para todas las actividades que demandan energía, pues son responsables de la emisión del 27 por ciento de Gases de Efecto Invernadero.

Sabemos que los métodos productivos sostenibles requieren costos adicionales a los de los sistemas tradicionales y que las presiones económicas están presentes para los agricultores y empresarios, porque ellos buscan una mayor utilidad sin poner en riesgo la calidad del producto. Sin embargo, se tiene la responsabilidad de buscar soluciones sustentables, que pueden tener como principio la economía circular: reducir, reutilizar y reciclar son parte de esa premisa.

Hoy en día existen industrias con artículos cada vez más inteligentes y amigables con el medioambiente. Y todos estamos en la obligación de buscar soluciones de fondo porque el planeta está en riesgo y los humanos bajo amenaza.

En últimas, este es un llamado: no se trata de estigmatizar a ningún sector productivo ni de ser crítico, sino de reflexionar sobre un tema que es de interés general; hoy la producción que se enmarca en los sectores industriales y agrarios inciden en el cambio climático, pues generan gran parte de la contaminación mundial. Si seguimos así, el rendimiento de los cultivos disminuirá y, en consecuencia, se incrementarán los precios de los alimentos. La desnutrición será una constante, derivada de la pobreza, y muchos bienes y servicios que consumimos podrían desaparecer por la imposibilidad de elaborarlos.

¡Más acción y consciencia si nos queremos salvar como especie! En ese sentido, debemos avanzar hacia la exigencia de la identificación de origen o procedencia de lo que compramos y, de esta manera, tendríamos claridad y seguridad de que estamos consolidando políticas públicas reales por el cuidado del planeta y no solo en construcciones normativas para una especie, como la Homo Sapiens, que está en cuenta regresiva para garantizar su existencia.

*Director del Área Metropolitana del Valle de Aburrá

Twitter: @JDPalacioC