Por un lado la Cancillería de Colombia nos ofrece esperanzas cuando anuncia una serie de reuniones entre los dos ministros de Relaciones Exteriores de Colombia y Ecuador y por otro lado nos llegan a cuenta gotas las decisiones del nefasto juez de Sucumbíos que involucra a toda la estructura de defensa de nuestro país a un enredado círculo que él mismo trata de sacar a flote. Ahora resulta que los generales Oscar Naranjo y Mario Montoya, máximas cabezas de la Policía y el Ejército, han sido vinculados a la investigación sobre el bombardeo al campamento de ‘Raúl Reyes’.
Recordemos que de este mismo grupo hacen parte desde hace unas semanas primero el ex ministro Juan Manuel Santos y luego el General Freddy Padilla.
El juez de Sucumbíos se considera a sí mismo una especie de tribunal supremo con posibilidades de manejar la justicia regional, aún pasando por encima de consideraciones de orden internacional. No habrá leído en ninguna parte que, aunque sean dos poderes diferentes, el Ejecutivo de su país es el que regula las relaciones con los demás países. Y bastante maltrechas que están las nuestras como para sumarle a eso el delirio de un hombre ávido de figuración.
Entendemos que el presidente Correa y sus ministros de Defensa y Relaciones Exteriores se hayan desligado de las responsabilidades, argumentando (y tienen razón) que la justicia en Ecuador es independiente. Pero en un momento en el que de ambas partes se han enviado señales esperanzadoras de retomar el diálogo cortado, deberían dar un paso más allá de simplemente lavarse las manos: por los intereses nacionales de Ecuador, podrían hacer entrar en razón al juez de que está cometiendo primero un disparate jurídico y segundo cerrando todos los canales posibles de comunicación.
Celebramos retomar las buenas relaciones con nuestros vecinos, pero queremos tener la tranquilidad de que haya un solo juego. Sin cartas tapadas.