Por: Jaime Jaramillo Panesso

La pólvora como espectáculo, es único. Los productores de los juegos pirotécnicos son un prototipo de ingenieros químicos y de magos o ilusionistas graduados en la universidad de la ficción y del más fugaz de los asombros. Pero cuando los ciudadanos comunes y corrientes prenden sus mecheros o cigarrillos para dar comienzo al uso irresponsable de la pólvora fabricada por artesanos semiclandestinos, ponen en peligro su integridad personal, la de sus familiares y lo que es peor, la de los niños que son inducidos a usarla porque dizque esa es la costumbre, es la tradición decembrina. Igualan quemar pólvora con comer natilla. Eso que llaman cultura popular, para este caso, es una baja cultura que atenta contra la vida. Y no debiera encubrirse con la palabra “tradición”, lo que se traduce en dolor y lágrimas para una familia, para una comunidad humana. Desterrar los malos hábitos, así sean tradicionales, hacen parte de la capacidad crítica y de superación civilizada de los hombres.

La pólvora explosiva, la que estalla en los aires o en las calles, es todavía más lesiva y peligrosa, porque además de quemar y romper las extremidades y los oídos de las personas, de atemorizar a los animales domésticos hasta causarles la muerte en algunos casos, de espantar los pájaros que reposan en los árboles de los parques y las avenidas, se convierte en una agresión para los vecinos. En Antioquia y en Medellín, la pólvora explosiva no solo se presenta en Navidad y Año Nuevo, sino a lo largo de todo el año con cualquier motivo baladí, ya sea deportivo, ya sea de carácter familiar.

 

Antioquia ha dado el mal ejemplo de tener la mayor cantidad de lesionados por pólvora: 225 casos entre el primero de Diciembre del 2013 y el primero de Enero del 2014, mientras en el Valle fueron 53, Nariño 46, Cauca 42 y Bogotá 38 (cuyos habitantes en este Distrito Capital  son 7.5 millones de habitantes).

Esta barbaridad puede combatirse con educación, con la reglas mínimas de la convivencia. ¿Para qué sirven las consignas de “Antioquia la más educada”, si la educación más elemental es la que va dirigida a preservar la vida, la integridad personal y la tranquilidad de las familias? Educación para no usar la pólvora y preservar la salud ¿es muy difícil? ¿Es imposible? Así como se advierte y combate el licor adulterado, con la misma razón se deben hacer las campañas contra el uso indebido de la pólvora ilegal. Perseguir los alambiques del contrabando es similar a la persecución de las fábricas clandestinas de pólvora artesanal que, para mayor desgracia, explotan en cualquier día del año en medio de los barrios casando muerte y destrucción. Los maestros de las escuelas y liceos, los educadores en general, los dirigentes de las juntas comunales y urbanizaciones y propiedad horizontal, los concejos municipales, durante todo el año, están en la obligación moral de contrarrestar con la palabra y el ejemplo, esta endemia de la pólvora que mata o lesiona niños y adultos, que nos califica como “Antioquia, la más quemada”. Con educación y persuasión hay que ganarle la batalla a la mala costumbre o tradición de la pólvora como instrumento de muerte y lesiones, especialmente a nuestros niños. “Antioquia la más educada” no puede ser la más quemada.