A dos semanas de la segunda vuelta presidencial en la que se enfrentarán Gustavo Petro, por el “Pacto Histórico”, y Rodolfo Hernández, por la “Liga de Gobernantes Anticorrupción”, no para la cascada informativa de adhesiones a uno y otro candidato, unas rutilantes y otras que, simplemente, les dan oportunidad a las respectivas campañas y a sus seguidores de hacer bulla de júbilo con la intención de desanimar al contrario.

Antanas Mockus es, sin duda, un nombre rutilante que fortalece las expectativas de triunfo y desvanece los temores de los seguidores de Gustavo Petro. Lo mismo ocurre con la decisión de Alejandro Gaviria de acompañar al Candidato del “Pacto Histórico”. Muchos dudan que tengan votos, pero sí saben, con certeza, que tienen algún brillo en el espectro político de Colombia… Y eso da confianza.

Sergio Fajardo es, también indudablemente, un nombre rutilante que les había dado a los seguidores de Rodolfo Hernández la esperanza del triunfo, porque anunciaba llegar con otros con algún reconocimiento en la coalición “Centro Esperanza” como Carlos Amaya, Jorge Enrique Robledo y Juan Fernando Cristo. Ya no llegarán, al parecer porque “El Ingeniero” no le aceptó entre otras condiciones para sellar la alianza, que revisara la propuesta de bajar el IVA del 19% al 10% y declarar el Estado de Conmoción Interior como primer acto de Gobierno si es elegido Presidente.

En todo caso, igual pregunta surgió entre esperanzados e incrédulos: ¿Pero iban a llegar con votos? La respuesta cierta es que no iban a ser muchos los votos, pues sólo obtuvieron 888.585 votos en la primera vuelta, con el agravante que una buena porción de los que acompañaron a Fajardo, decidieron apoyar en segunda a Petro.

No obstante, Fajardo y compañía alcanzaron a encandilar a amigos y contrarios de Hernández con el brillo que los medios de comunicación masiva les sacaron durante las jornadas previas a la Consulta Interpartidista del 13 de marzo y la primera vuelta del 29 de mayo.

Lo cierto es que las adhesiones que se anuncian, rutilantes u opacas, suman optimismo y rabia a un lado, rabia y optimismo al otro, júbilo y desesperanza, duda, decepción, tranquilidad, confianza, desconfianza, fortaleza y ánimo con las probabilidades… Un cúmulo de sensaciones que las ansias y la polarización mantiene vivo en los candidatos, sus campañas y sus seguidores que se mantienen y en los advenedizos. En todo caso, nada fijo hay, más allá de las ganas de que las sombras del fracaso caigan sobre el otro y la luz del triunfo brille sobre el candidato propio.

La adhesión a Rodolfo Hernández del excandidato presidencial, Federico Gutiérrez, minutos después de conocido el triunfo de Hernández sobre él, al quitarle la oportunidad de pasar a segunda vuelta, supuso la paradoja del júbilo y el rechazo proveniente de la consecuente adhesión uribista. Y aunque la campaña de Hernández niega cualquier tipo de alianza con Centro Democrático para evitar cargar con el lastre del “desprestigio” y el “continuismo” que alegan quienes esperan que la campaña de Hernández nada tenga qué ver con partidos tradicionales, cierto es que Paloma Valencia y María Fernanda Cabal han manifestado su intención de apoyarlo.

Algunos afirman, entre ellos Paloma Valencia, que el rechazo a Fajardo, con el argumento que el programa del “Ingeniero” fue el que ganó y no permite que vengan quienes perdieron a querer cambiarlo, se debe a que Hernández prefiere el uribismo sobre el centro político. Al parecer, los dirigentes de “Centro Esperanza” habían, también, condicionado su llegada a que Hernández se alejara del uribismo.  

Para acabar de ajustar la debacle de la Coalición que acompañó la aspiración de Sergio Fajardo, la adhesión a Gustavo Petro del excandidato a la Vicepresidencia por “Centro Esperanza”, Luis Gilberto Murillo, mostró la debilidad de la pretendida  unidad de dicha Coalición.

En general, en materia de adhesiones, ni Petro ni Hernández tienen ventaja, porque tanto en partidos y movimientos como en coaliciones -excepto la de “Pacto Histórico”, que sí se ha mostrado monolítica-, la división en afinidades hacia uno y otro candidato ha sido evidente. Y en aquellos partidos o movimientos en los que no hay definiciones personales, hay libertad de decisión.

En ambas campañas en contienda persiste el señalamiento de la presencia del “diablo político” al otro extremo: que Álvaro Uribe y su gente, que Juan Manuel Santos y su gente, que César Gaviria y la mitad de su gente… y que Pastrana y Samper y otros “demonios” son el pecado del otro, como los quieren mostrar de uno y otro lado, con el cinismo de sólo esforzarse en mostrar “la paja” en la campaña ajena.

Entre tanto, personalidades como Mábel Lara, Ariel Ávila, Luis Eduardo Garzón y Rudolf Hommes -apoyando a Petro con condiciones como “que haga una política económica razonable y que respete la Constitución y la ley”- o como el exprecandidato Enrique Peñalosa y los excandidatos Ingrid Betancourt y Enrique Gómez -apoyando a Hernández-, no auguran votos, pero fortalecen los “votos duros” que cada candidato ya tiene en su paquete de 8.527.768 y 5.953.209, respectivamente. Además, pueden seducir a un buen número de votantes entre los 17.558.808 colombianos habilitados que se abstuvieron de votar en primera vuelta (45.02%).

Lo cierto es que entre los “votos duros” o fijos de uno y otro, estas adhesiones encienden llamas de pasión que avivan el optimismo y el júbilo, que los anima a intentar la búsqueda de más adeptos. Pero también despiertan la duda, el miedo y la rabia que los estimula a endurecer campañas de odio y desprestigio, que son las que, finalmente, tanto daño le hacen a la democracia, moviendo el círculo vicioso de la apatía a la participación en una actividad como la política, enlodada con el odio y la mentira, cuando debería gozar de la simpatía masiva en desarrollo de su principio básico del interés y el bienestar general.