Francisco Galvis

Por: Francisco Galvis Ramos

El gobierno negoció parsimonioso con las FARC, seis años nada menos, ante la mudez del público y particularmente de los porristas de la izquierda y ahora si les entró el afán para reclamar un “acuerdo ya” entre los voceros del NO y del establecimiento claudicante, en cosa de días con sus noches.

Cabría recordarles a quienes vociferan por el acuerdo ya, que los llamados a poner condiciones no son los vencidos, sino los vencedores y sobre esto sí que abunda en pruebas la historia universal. Hasta el dos de octubre los opositores  pasaban por disidentes y ahora los disidentes son ellos porque la mayoría somos nosotros. Ganó el NO y punto aparte.

Decaído el acuerdo habanero por efecto del pronunciamiento popular, habría bastado con proclamar acto seguido un borrón y cuenta nueva. Pero no ha sido así gracias a la magnanimidad de los vencedores que, por todo, reclamamos tachar y enmendar sobre aquellos puntos objeto de disenso: justicia, elegibilidad de los capos, narcotráfico, capitales mal habidos, reparación, desaparecidos, niños y adolescentes en filas bajo secuestro, etcétera y etcétera.

A esta hora ya de nona el país no está para berrinches porque las mayorías no están dispuestas a peinarle moños ni al gobierno, ni a las FARC. Hay que encarar las conversaciones con madurez, respeto e inteligencia emocional, sin las pataletas a que son dados voceros oficiosos del gobierno y de la guerrilla, alguno de los cuales sigue confinado en un ascensor en Barranquilla y otros que tendrían que ser extrañados a curas de reposo, para calmarles los nervios con buenas dosis de tranquilizantes, antes que terminen por tirarse a Transmilenio, tales por ejemplo Ángela Robledo, Claudia López, Armando Benedetti.

Estamos ante una oportunidad, no única pero sí feliz, de superar desgraciados tiempos pasados, no diría que de alcanzar la paz y si de una buena dosis de concordia, paz que estará siempre lejana mientras no superemos el grave estado de injusticia social, de inequidad económica, de corrupción, de carencia de cultura ciudadana, que nos distinguen y perturban.

Para muestra, ahí se vienen el gobierno y el Congreso con una reforma tributaria destinada a hacer más ricos a los más ricos, más pobres a los más pobres y a llenar las arcas de una administración que ha hecho del derroche su regla fiscal favorita. Que se midan, porque habríamos de mirar sobre la manera de provocar un plebiscito revocatorio.

Tiro al aire: esto se puso, a Dios rogando y con la maza dando.