Margarita María Restrepo
Por: Margarita Restrepo
Estamos ante una monumental infamia contra el presidente Uribe. Lo que sus enemigos políticos han venido montando detenida y calculadamente a lo largo de los años es una verdadera infamia.

Ninguna alianza pudo tener el presidente con los paramilitares. Su obsesión desde siempre fue la de acabar con ese fenómeno criminal que tanto daño le causó a nuestra democracia y que menoscabó de manera grave la legitimidad de nuestro Estado de derecho. Por eso, una de sus primeras acciones en el gobierno, fue la de iniciar un proceso que desembocó en el desmonte de las AUC y la extradición de sus principales cabecillas.

Sabemos que Iván Cepeda lleva años enteros paseándose por las cárceles colombianas, buscando en las celdas a personas condenadas a largos años de prisión a quienes le ofrece toda suerte de dádivas para efectos de que declaren contra Uribe.

Aquel es un ofrecimiento que resulta atractivo. Un bandido con una sentencia de más de 30 años a cuestas, que posiblemente terminará su paso por la Tierra encerrado dentro de las gélidas paredes de un centro carcelario, es abordado por Cepeda quien además de dinero, traslado a una cárcel de baja seguridad, les ofrece viajes al exterior para los familiares del condenado. Todo aquello a cambio de que se memorice un libreto y lo lea ante una cámara.

Pedirle a un asesino que rinda un falso testimonio no es cosa mayor. Si la persona es capaz de acabar con la vida de centenares de personas, no tendrá mayor inconveniente moral por decir una mentira a cambio de beneficios económicos y carcelarios.

Cepeda es de los que cree que todas las personas tienen precio y que el truco consiste en determinar cuál es este. El de los paramilitares presos, él lo pudo hallar sin mayores dificultades: algún dinero, un traslado y unos cuantos asilos en el exterior para los parientes más cercanos del declarante.

Cuando el presidente Uribe supo aquello, de inmediato pidió que la corte suprema de justicia investigara e impartiera el castigo correspondiente. De manera insospechada, el victimario –Iván Cepeda- fue convertido en víctima y el presidente Uribe, que era denunciante, terminará conducido al banquillo de los acusados.

Duele lo que está sucediendo. Tan pronto el presidente fue informado del llamado a indagatoria, de manera gallarda anunció que renunciaría a su curul en el senado de la República. Él está en todo su derecho de defenderse y de comprobar que lo que hay detrás de todo esto es un nauseabundo montaje, sin tener la investidura de congresista.

Su salida del congreso será una gran pérdida para Colombia, para nuestro partido político y para el naciente gobierno del presidente Iván Duque.

Quienes lo conocemos y hemos trabajado con él, sabemos de su transparencia. Los colombianos hemos visto su talante y la honestidad que le imprime a todas las actividades que emprende. Uribe, el presidente Uribe, es inocente y aquello, tarde o temprano terminará estableciéndose en las instancias judiciales que corresponda, pero sobre ante nuestra sociedad, esa que sigue creyendo firmemente en él y que le dio el honor de respaldarlo con su voto, ese voto que hizo que el Centro Democrático se convirtiera en la primera fuerza política del Congreso y en el partido del nuevo presidente de la República.

Que nadie albergue la menor duda: el presidente Uribe es inocente.