Por: Gustavo Salazar Pineda
La oda es un género lírico creado por los griegos para exaltar y alabar personas y hechos. Se hacían odas sobre personas, pero también de actividades deportivas, militares y de otro orden social. Odas famosas de la Grecia Antigua fueron las composiciones líricas y poéticas de la famosa Safo a sus mujeres jóvenes de la isla Mitilene, en donde ejerció sus amores con varones y también de corte homoerótico en Lesbos, de donde proviene el término lesbiana y safista, que describe los encuentros pasionales y amorosos entre mujeres. Las odas también son obras modernas de alabanza a personas y actividades, como lo recuerda el gran prosista, escritor y abogado penalista excelso, César Montoya Ocampo, persona caldense de pluma exquisita y buen decir, que percibe en estos tiempos de ramplonería y ordinariez cultural. Odas, loas y alabanzas han recibido merecidamente mujeres buenas y de valores tradicionales, honestas, dignas y portaestandartes de la familia clásica convencional, solidarias y empáticas a las que se dedican libros por sus cualidades espirituales. Merecido homenaje que han rendido múltiples pensadores a las mujeres buenas.
El ilustre escritor sonsoneño, Gonzalo Cadavid Uribe, por medio de cartas públicas, también exalta a la mujer y defiende a la madre como una diplomada del hogar, defensora de la cultura familiar, tan importante para mantener las sociedades en paz y orden. Reconocimientos que jamás una persona sensata y sensible puede condenar o desaprobar. Pero no solo las mujeres puras y santas merecen tributo y reconocimiento, a esa mitad del género humano tan despreciado y humillado durante más de 20 siglos.
Existen muchas mujeres dignas de ser consideradas en las mismas condiciones que sus antípodas, las buenas mamás directoras de la familia tradición, son las infieles, perversas, las malas, las despreciadas por otras, admiradas y amadas en secreto y a veces públicamente por los hombres.
La lucha abierta y baladí de las mujeres malvadas con las buenas y honestas ha sido alentada por la mismísima religión católica que desde sus inicios las dividió en santas y putas, puras y diabólicas, sin que ninguna de ellas sea mejor que la otra, sino diferentes y parte integral de la historia integral de la humanidad. Que los hombres las prefieren malvadas lo prueba el historial de hembras por las que reyes, zares y hombres públicos destacados han sucumbido a sus encantos.
Se acusa a las mujeres de tener inclinaciones por los hombres malvados y perversos estilo Jack Nicholson, es cierto pero no menos acertado resulta afirmar que los hombres hipócritamente dicen amar a las buenas, pero se desviven por las malvadas; se ha dicho hasta el cansancio que la bondad y la pureza no enamoran, aún más, se les tiene como virtudes anti eróticas. Una mujer inteligente, periodista y buceadora del alma humana, como María Isabel Sánchez, hace la pregunta esencial cierta de nuestra sociedad latinoamericana: “Por qué será que los varones mueren a los pies de las perras?” Con desparpajo pero con igual realismo concluye la husmeadora de relaciones entre hombres y mujeres que las hormonas femeninas y masculinas se disparan con mayor facilidad en torno a la atracción sexual más con la perversión y la maldad que entre la simpatía y la mansedumbre. No parece refutable la tesis de la inteligente argentina cuando afirma que la procedencia de testosterona, adrenalina y dopamina es mayor ante una mujer transgresora y perversa o un hombre malvado y despótico. Inteligentes e instintivas muchas mujeres irreverentes y transgresoras saben que la indiferencia y el trato despectivo les es más favorable a la hora de relacionarse con hombres poderosos y millonarios que el aire angelical que muchas adoptan o fingen adoptar para atraer al macho; cierta dosis de maldad sirve como señuelo amoroso y pasional en las relaciones hombre-mujer. Oda y loa para aquellas que han intuido el truco de atracción entre los dos géneros de la humanidad. Nada hiere más el ego masculino que el saber que su amada le ha sido infiel o lo ha desplazado por otro; la fanfarronería machista, el honor del macho pobre sucumbe ante el poder, el dinero y la arrogancia del hombre conquistador. La misma Sánchez no tiene empacho en aceptar que las malas mujeres no eligen a sus maridos por amor, sino como idiotas útiles de sus caprichos femeninos. No soy apto para desmentir a tan sabia conocedora del alma de la mujer, entender tal concepto hace parte del buen vivir.