Por: Jorge Mejía Martínez

El General Dagoberto García Cáceres, Comandante de la Policía metropolitana, reaccionó de manera contundente ante lo dicho en esta columna hace ocho días respecto a la inseguridad que se percibe en sectores de la comuna ocho de Medellín. No esperaba nada distinto de quien demostró como Comandante de la Policía Antioquia en el periodo de gobierno de Aníbal Gaviria Correa, diligencia y eficacia. Reunió y escuchó a la comunidad –luego de que lo mismo hiciera la Personería de Medellín- trasladó al responsable de la estación policial de La Sierra y me escribió una extensa comunicación, que agradezco, y de la cual comparto muchas verdades.

Convocar a la ciudadanía para escucharla siempre es conveniente. Algunas o muchas personas manifestaron su inconformidad por el comportamiento de los miembros de la fuerza pública en la zona: precario patrullaje, demasiado enconchamiento en la estación, excesiva confianza con algunos individuos que la gente relaciona con la delincuencia. También otras o muchas personas hicieron una defensa del papel de los uniformados: se redujeron las extorsiones, mejoró la actividad económica en el sector y se ha visto mayor presencia institucional, asistencialista, pero importante. Lo cierto es que el ambiente se volvió pesado en barrios como Villa Lilian, Villa Turbay y Caycedo. Las balaceras son más frecuentes y reapareció en la mentalidad de los habitantes –sin que nadie lo decretara- el temor a transitar en determinadas horas o a pasar fronteras barriales. Simple imaginación, percepción o realidad, de todas maneras es inquietante. No tiene ningún sentido que las autoridades cierren los ojos.

No necesariamente el traslado del suboficial de La Sierra se debió a las quejas de los pobladores. También pudo haber sido para proteger su vida luego de dos atentados criminales de los cuales, por fortuna, salió ileso. Duro será decirlo: pero si atentaron los delincuentes contra el comandante, era porque los tallaba. Lo que no descarta tampoco la inquietud del vecindario sobre el comportamiento de algunos agentes de la Policía. Lo que me trae a la memoria un comentario que le escuché hace algunos días a un oficial de la fuerza pública del Bajo Cauca antioqueño, en el sentido de que era tal la presión de la delincuencia organizada para corromper a la Policía, que se hizo indispensable trasladar de la zona en pleno a los agentes por lo menos cada dos meses. ¡A veces la solución al problema de la infidelidad, tendrá que ser la venta del sofá!

El General transcribe unas encuestas de percepción ciudadana para destacar la alta favorabilidad de la Policía.  Sin discusión. El esfuerzo y el compromiso de la Institución, son notables. Por algo siempre se considera que para darle tranquilidad a la comunidad, generalmente después de los Consejos de seguridad, es conveniente anunciar el incremento del píe de fuerza. Nadie decente pide su reducción. Pero no puede considerarse una afrenta contra la institución la preocupación ciudadana por la existencia de algunas manzanas que pueden estar podridas y se deben atender.

Quiero citar el último párrafo de la comunicación del general García Cáceres, porque fue lo único que me dejó inquieto: “Para finalizar una política de seguridad ciudadana adecuada debe atacar las causas de la criminalidad y prever medidas en el ámbito social, de infraestructura, educación y participación de la sociedad, para prevenir o combatir todo factor criminal y así dificultar la comisión de delitos, por lo tanto la Policía Nacional no debe ser objeto de instrumento político alguno para su medición.” Comparto plenamente la aseveración de que si la seguridad no se acompaña de inversión y participación social, causas de la criminalidad, no será posible consolidar o sostener los éxitos alcanzados en cuanto a la tranquilidad. Buena nota para evaluar la política nacional de seguridad democrática. Pero no encuentro clara la aseveración sobre que la policía “no  debe ser objeto de instrumento político para su medición”. ¿Qué querrá decir o controvertir el General? Conociendo el talante receptivo del oficial, debe ser un “lapsus lingue” del escribidor.